Chase, sentado, y con una dudosa calma, le daba el último sorbo a su vaso de whiskey. Carraspeaba y regresaba a su refresco, observando la puerta. Pendiente de Jillian.
—¿Papá? ¿Estás bien?
—Eh, sí, ¿por qué preguntas? —inquirió desconcertado. Por más que intentó ocultar su molestia, esta era evidente —. Solo me duele un poco la espalda. Ya me iré a la cama.
Manuela lo contempló, sabiendo que era más que un dolor de espalda.
—Beber no te ayuda mucho —dijo la muchacha, colocándose un par de guantes—. Voy a lavar el servicio.
—Eso déjaselo a tu madre, tú ven a sentarte junto a tu padre.
La chica entrecerró los ojos con desagrado.
—No, yo puedo hacerlo, además mamá trabajó suficiente.
El hombre solo la observó ladino.
No pasaron más de veinte minutos cuando Jillian regresó silenciosa, pensando que todos se habían ido a la cama, incluso Manuela, quien acostumbraba quedarse con ellos cada vez que se juntaban para cenar.
—Vaya, aún estás aquí —señaló Jill, con un claro nerviosismo.
La visita de Martina, con seguridad fue una gran interrogante para Chase, quien, por más hubiera tratado de esconder su mal humor, fue evidente su desagrado hacia la escritora.
—Demoraste...
—Sí, lo lamento —respondió la mujer, sacándose el chaleco—. La brisa está deliciosa, así que...
—¿Qué fue todo esto, Jillian? —la interrumpió.
—No entiendo...
—Martina Adriano en mi hogar y sentada en mi mesa.
—Pensé que te alegraría, Chase —declaró ella, nerviosa—. Deja que te cuente, y...
—No me interesa. —Se levantó dejando el vaso sobre la mesilla con brusquedad—. Me voy a la cama.
El hombre, sin siquiera darle las buenas noches y menos mirarla, subió hacia su habitación.
Jillian quedó con la palabra en la boca, aunque tranquila de no tener que enfrentar a Chase. No fue novedad encontrarse con el fastidio de su marido ante la presencia de Martina, sin embargo, ese silencio sería momentáneo. Chase era de los que acostumbraba a lanzar petardos en alguna discusión, más en este caso, sabiendo que en la localidad se encontraba la célebre autora.
Manuela se hallaba aún en la cocina. Estaba secando la loza.
—Cariño, no tenías que hacerlo.
—Mamá, hiciste una cena deliciosa, además ¡tremenda sorpresa con lo de la Adriano!
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𝓤𝓷 𝓭𝓾𝓵𝓬𝓮 𝓭𝓮𝓼𝓹𝓮𝓻𝓽𝓪𝓻
RomanceNada en especial sucede en la pequeña localidad de Yarland, como tampoco en la vida de la devota dueña de casa, Jillian Tanner, quien, a sus cincuenta, veinticinco los ha dedicado a Chase, su esposo y a sus tres hijos. Su vida es rutinaria y apacibl...