Secuestro

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El mar se encontraba revuelto, advirtiendo de un monstruo que amenazaba la vida de los navegantes de un barco pesquero.

Vaiana era la capitana de susodicho barco, y veía el final de su vida ante sus ojos en forma de ráfagas de viento, aquel bicho marino era tan colosal que perfectamente podría pasar por un monstruo de los que había llegado a ver en Lalotai.

Era una verdadera amenaza y claramente tenía hambre.

La única diferencia con aquel momento en la tierra de los monstruos radicaba en que Maui estaba cerca de ella, y ahora, en el corazón del océano, el semidiós no iba a protegerla, llevaban ya dos años y cuatro meses sin verse.

Había transcurrido mucho tiempo desde la última vez que lo vio y la Jefa de la tribu no esperaba que apareciera de repente como un héroe.

El ser marino poseía unas flexibles y largos tentáculos de color violeta resplandecientes que se precipitaban contra el navío tratando de hundirlo, y, de hecho, ya lo estaba consiguiendo.

Muchos de los navegantes a bordo, urgidos por el pánico, saltaron al océano sin pensárselo dos veces.

Las astillas de la madera y las púas que componían el barco salían proyectados a alta velocidad, si en su trayectoria chocaban contra alguien no le harían precisamente un rasguño.

Vaiana se sujetaba a uno de los mástiles de madera del barco fuertemente, resistiéndose a duras penas de los continuos y contundentes zarandeos propinados por el monstruo.

- ¡No saltéis al océano! ¡Estamos muy lejos de tierra firme! ¡Moriréis ahogados! -trató de impedir Vaiana inútilmente a su tripulación, aún a sabiendas de que si se quedaban en ese barco el final acabaría siendo el mismo.

Iban a morir todos igualmente. Lo que hacía ella era intentar alargar su vida unos instantes más que sus compañeros.

A sus diecinueve años pensó que todavía le quedaban muchas más aventuras por delante, y que abandonaría a su pueblo si moría.

No debía pasar, pero iba a suceder y era un hecho ineludible.

Aquella iba a ser su última experiencia, no vería más a sus padres, ni a su abuela en forma de raya, ni a Maui.

Aunque la última vez que vio al semidiós él se despidió de ella con un para siempre, en su interior algo le decía que no, que se volverían a ver algún día en el futuro, sin embargo, si estaba muerta, ¿cómo iban a poder reencontrarse? Él jamás moriría, era inmortal.

Vaiana se lamentó por no poder despedirse directamente de sus seres queridos, y se resignó a perder la vida a su corta edad.

Cuando el barco comenzó a ceder lentamente hacia el interior de las profundidades oceánicas, Vaiana observó al cielo mientras se hundía con la esperanza de ver a un halcón sobrevolándolo y portando un bastón mágico, pero no fue así, solo pasaron un par de gaviotas despistadas, que claramente no eran él.

Suspiró mientras notaba como el agua subía de nivel a través de su cuerpo, cuando alcanzó su cuello, la joven cogió aire y esperó a la muerte, finalmente aceptándola.

- Vaiana de Motunui - le pareció oír antes de perder el conocimiento.

No reconoció aquella voz y la oscuridad la atrapó por completo.

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Maui ayudaba a un mono a obtener su plátano de una palmera, el mono tenía la pata rota y no podía trepar por el árbol.

Bufó resignado, siendo un semidiós no debería estar haciendo aquella tarea de pacotilla.

Debería estar haciendo algo grande, como sacar mil peces del mar para una tribu hambrienta, o guiar barcos comerciales por altamar hasta su destino.

El Semidiós Y La Princesa (Maui y Vaiana)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora