Pasado

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Desde el momento en que empecé a existir, sentí la oscuridad que se cernía sobre mí. Sin embargo, en medio de esa sombra, hubo momentos de felicidad. Recuerdo vagamente los destellos de luz que se filtraban a través de las paredes de carne que me rodeaban.

Pero ese mundo seguro y cálido se volvió tumultuoso y violento cuando fui empujada hacia el cruel cuello uterino de mi madre. Una y otra vez, fui aplastada sin piedad, sintiendo el dolor agudo y la sensación de ser arrojada a la desesperación. Mi lucha fue feroz, pero inevitablemente,perdí por primera vez.

pero no la última.

-¡Vuelve aquí, maldita perra! - gritó el hombre con furia, sus palabras resonaban en el aire frío y crispado.

Corría desesperadamente, sintiendo cómo el frío invadía cada centímetro de mi cuerpo. Las ramas de los árboles, cubiertas de hielo, arañaban mi rostro dejando marcas dolorosas. A pesar del dolor en mis piernas, no podía permitirme detenerme. Las pisadas resonaban detrás de mí, cada vez más cerca, mezcladas con los gritos de rabia que se convertían en una macabra melodía.

El lago congelado se extendía frente a mí como una promesa de libertad, y sin pensarlo dos veces, me lancé sobre su superficie resbaladiza. Mis pies se deslizaban con dificultad, amenazando con hacerme caer en cualquier momento. Sin embargo, la esperanza me impulsaba a seguir adelante, a creer que podía escapar de aquellos monstruos.

Pero antes de que pudiera saborear la libertad, una de sus manos asquerosas agarró con fuerza mi suéter, tirando de él con brutalidad. Caí al suelo sin poder siquiera reponerme, y un pie impactó violentamente contra mi rostro, dejándome aturdida y sintiendo cómo mi boca se llenaba con el sabor metálico de mi propia sangre.

-Esto te va a enseñar a pagar lo que debes - pronunció el contrario con un tono cargado de rencor.

Mis esfuerzos por luchar resultaban inútiles, ya que uno de ellos me mantenía inmovilizada. Los golpes se sucedían sin piedad, cada uno de ellos impactando con fuerza contra mi rostro, dejando una estela de dolor y oscuridad que amenazaba con envolverme por completo.

Mi visión se volvía borrosa, todo se desvanecía a medida que el mundo a mi alrededor se oscurecía.

Después de lo que pareció una eternidad, finalmente dejaron caer mi malherido cuerpo al suelo y huyeron del lugar, dejándome atrás, herida y sola. Mis ojos, llenos de dolor y confusión, sólo podían distinguir los árboles cubiertos de nieve, donde esta se teñía de un rojo intenso gracias a la sangre que emanaba de mis heridas.

La nieve caía suavemente sobre mi cuerpo, envolviéndome en su manto blanco. No sabía exactamente cuánto tiempo había transcurrido desde aquel oscuro episodio, pero en ese momento pareció que todo se había detenido para mí. Cerré los ojos por un instante, sintiendo el suave tacto de los copos de nieve en mi piel, dejando que la tranquilidad del momento me invadiera.

En medio de aquel silencio abrumador, pude escuchar el latido de mi propio corazón, lento pero constante, como un recordatorio de que aún estaba viva.

El sonido distante de una ambulancia y los pasos rápidos acercándose me indicaban que había esperanza, que alguien se acercaba para rescatarme.

-No puede ser... ¡Está viva! - exclamó con voz enérgica. Sostuvo suavemente mi cabeza entre sus manos antes de continuar, suplicante: - Quédate conmigo, por favor.-

Mis ojos pesaban demasiado, y apenas pude sentir cómo mi cuerpo era levantado en brazos. No podía ver sus rostros, pero podía sentir su preocupación.

Mientras mi corazón dolía intensamente, como si estuviera roto en mil pedazos, sabía que había experimentado un sufrimiento inmenso. La oscuridad se cernía sobre mí, amenazando con llevarme, pero luchaba por mantenerme aferrada a la vida. A medida que las luces del hospital inundaban mi visión y mi respiración se volvía más regular, algo me sujetaba a este mundo.

EUPHORIA | MATT MURDOCKDonde viven las historias. Descúbrelo ahora