Teardrops

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La cocina era un desastre y claro que lo estaba, era su cocina, la cocina de Rubén Doblas, el chico con espíritu de oso salvaje. Esa noche se le calleron seis huevos al suelo intentando romperlos, había harina por el suelo, y aceite resparramado por la mesa en la que cocinaba. Había algo de mezcla y su cabello estaba blanco por la harina.

Había estado preparando un pastel, para destraer su mente de Vegetta, pero era inútil, porque lo único que podía pensar era en el chico disfrutando de su postre y felicitandolo por lo delicioso que estaba.

Sonrió y chillo para si mismo al sacar el postre del horno, emocionado, había cometido el error de no utilizar guantes y se sintió un patán, porque en el video que había visto habían destacado el uso de aquel elemento, solo maldijo en voz alta su estupidez y procedió por utilizar los guantes de cocina, sacando lo que de un inició fue una mezcla líquida a lo que acabó en un biscocho que en unos minutos le darías un reyeno de mermelada de mora y fresas con un exterior de crema batida y fresas de decoración. No podía esperar a dejar un trozo en el buzón del chico de la casa flotante.

Eran las cuatro de la mañana, acostumbrado a dormir tarde, camino con algo de prisa hacia la casa del de ojos amatista, intentando no ser visto por nadie y deseando no ser atacado por ningún enemigo. Y Sonrió al por fin llegar al buzón del chico, dejando la rebanada de pastel que estaba dentro de una bandeja de plástico, para que el chico no lo encontrara con cosas extrañas y no acabe siendo un mal regalo.

De alguna forma salió victorioso de aquello y celebró a sus adentros, pero, podía escuchar como desde la gran muralla se escuchaban «¿murmullos? ¿Murmullos a las cuatro treinta de la madrugada?» Pensó Rubius. No sería mala idea escuchar un poco, lo bueno de aquello es que estaba oculto, por las columnas de piedra que estaban construidas ahí.

-Deberías venir más seguido, fue una buena noche, Willy.- Rubius solo tensó su mandíbula, como si estuviera mordiendo algo, molesto, al escuchar el sonido de un beso y la común risa de su compañero oscuro. Pensó por un momento que la mejor hubiera sido que no hubiera ido a aquel lugar, odiaba las considencias de película, eran tan típicas en aquel lugar, debía admitir que desde que comenzó a vivir ahí, la gente a pesar de ser muy amable, también era fanática del drama, como si sus vidas fueran una telenovela, eso no era muy de su estilo.

Mientras pensaba en que no debía estar ahí, camino con sigilo hasta la orilla de la casa, tirándose con la suerte de caer en el mar, siendo abrazado por las burbujas de la salada agua, deseo por un segundo quedarse ahí por siempre, siendo tal vez tragado por algún tiburón o algún gusano del inflamundo.

Secó su cabello con una toalla, mientras se lanzaba en su cómoda cama, eran las siete de la mañana, la hora perfecta para dormir, sus ojos se sentían aguados, unas lágrimas lograron escapar, hasta que se cerraron pensando en lo payaso que se debió haber visto toda la noche cocinando algo, para él.

Candy [Rubegetta] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora