La inefabilidad de una sonrisa efímera

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«¿Puedo iniciar el viaje, señor?» Pregunta el sujeto que viene frente al volante «Hágale, que ya vamos tarde» respondo amablemente y un tanto intrigado por la música que viene sonando "Yo a ti te conozco de antes...", recitaba el verso de la canción de Cultura Profética, canción que le dediqué a Mariela  tiempo atrás, ¡Qué raro! Casi nadie escucha reggae hoy en día; acto seguido, el joven enciende el auto y emprendemos el camino hacia la oficina. A pesar de que usualmente ese tipo de detalles me hacen pensar que la vida quiere que la recuerde justo cuando trato de olvidarle, decidí dejarlo pasar por alto y pensar que es sólo una casualidad, aunque muy en el fondo, a cada segundo, le extrañaba cada vez más. De camino, pensando en la inmortalidad del cangrejo -como siempre que hago un viaje "largo"-, noto que vamos a vuelta de rueda casi saliendo de casa «Tomaré un camino distinto al que me marca la aplicación, esto está de locos», dice el conductor, yo me limito a asentir con la cabeza; he de admitir, que nunca creí que ese camino que tomaría quien va manejando, sería justo por la calle donde está la casa de los abuelos de Mariela -y donde actualmente ella vive-, cuando caí en cuenta, lo único que me quedó por hacer fue voltear pa'lante y evitar pensar en las tantas veces que le acompañé de madrugada hasta ahí o las veces que crucé esa puerta por la mañana de regreso a casa. Escéptico, me convencí de que seguía siendo coincidencia. Seguimos en el camino habitual y yo únicamente podía pensar en que realmente la ciudad es un desmadre, en la montaña gigantesca de trabajo que tenía y en que iba a mi reunión 30 minutos tarde, cuando de momento siento el chofer se detiene de golpe y de inmediato escucho una voz femenina/robótica, era la aplicación que indicaba que la ruta tendría que cambiar «Joven, sé que lleva prisa, pero al parecer Heriberto Enríquez está cerrado, me manda a dar vuelta hasta la facultad de planeación urbana, verá que rápido llegamos» ¡Anden mucho a la chingada! Esto ya no puede ser una coincidencia, decidido a distraerme, saco mi celular dispuesto a revisar Facebook, en mi feed sólo hay publicaciones de ella, en definitiva, algo quiere decirme la vida y como dijese el buen Joaquín Sabina «Era como si el destino me quisiera jugar una broma macabra» Momentos antes de pasar por fuera de la facultad donde estudiaba ella, sentí escalofríos como la primera vez que la vi, una parte de mí quería que ella estuviera afuera, verle aunque fuese un momentico, pero por otro lado, el miedo me consumía y para nada quería verle; al final, de entre los estudiantes que estaban fumando en la entrada, ella no estaba, sólo llegaron a mí recuerdos de las ocasiones donde tuve oportunidad de esperarle del otro lado de la calle para así poderle invitar a comer, o al cine o a donde la mujer quisiera, ahí es donde me di cuenta que el recuerdo efímero de una sonrisa genuina, es más doloroso que una traición misma. Minutos después, por fin llegué a mi destino. Trabajo, trabajo, café, comida, trabajo, trabajo, por fin a casa. El camino de vuelta, fue bastante ameno, sin sorpresas inesperadas, el problema llegó cuando toqué mi cama. Triste por los recuerdos, me recuesto boca arriba y me colocó mis audífonos para escuchar música deprimente porque negativo por negativo da positivo ¿No? ¡Pues no! Lo único que he conseguido es desvariar hasta la madrugada imaginando cosas que me gustaría que pasaran, abrazando mi almohada que aún conserva tu aroma. No sé qué es lo que me ha hecho, ni cómo deshacerlo, lo único que sé, es que le quiero aquí, conmigo...

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