Cap 18

122 21 5
                                    

Nos paramos a la orilla del acantilado, mirando las olas que se precipitan contra las rocas, con una fuerza que pudo sentir en el pecho.

--Uf, yo no...

Niego con la cabeza, está vez eligiendo la voz de la lógica y mi espíritu de supervivencia.

--tal vez montar en kayak no está en las cartas, después de todo --dice Fernando.

Miramos mientras otra ola choca y se arremolina sobre las rocas, que parecían tan pacíficas ayer, y no puedo estar más de acuerdo.

--tengo una mejor idea --indica --ven.

Volvemos a meternos en la furgoneta, y me instalo en el cuero agrietado del asiento, acostumbrándome a aquella textura bajo mis piernas. Fernando se vuelve para mirarme por encima de su hombro, pone un brazo detrás de mí respaldo, y sus dedos me tocan ligeramente el hombro. Envían un escalofrío por todo mi cuerpo, que él ve cuando nuestros ojos se encuentran. Se da la vuelta y aparta el brazo.

El calor se agolpa en mis mejillas, y me río.

--¿que? --pregunta Fernando.

--nada

Sacudo la cabeza y miro por el parabrisas al tablero, detrás de nosotros, una tabla de surf en los asientos traseros, a las alfombras llenas de arena bajo mis pies, cualquier cosa para no mirarlo a él, porque tengo miedo de lo que podría ver en mi cara. Cuando miro abajo, algo me llama la atención. Es una caja transparente de pastillas, como la que mi madre le pone a mi padre todas las mañanas con sus médicos y vitaminas. La caja tiene dos filas, y cada compartimiento incluye por lo menos una pastilla; pero, en lugar de letras para los días de la semana, en ellos hay horas escritas con un rotulador.
La pregunta está en la punta de mi lengua cuando Fernando ve lo que estoy mirando. Se estira, levanta la caja y la mete en la bolsa de su puerta, con una sonrisa tensa.

--vitaminas --dice --mi hermana insiste mucho en que las tome. Las tengo que llevar conmigo a todos lados.

Algo en su tono, y la manera en la que mira hacia atrás justo ahora, me advierten que no haga más preguntas, pero no necesito saber que no son vitaminas.

Viajamos rápido por la carretera de la costa, con las ventanillas bajas para que nuestro cabello vuele suelto, y con la música a todo volumen, de modo que no se necesitan palabras, y nos sentimos bien. Dejamos el momento tenso atrás.

--¿a dónde vamos? --pregunto por encima de la música.

La carretera traza un amplio arco hacia el interior, y tomamos la salida. Fernando baja un poco el volumen de la música.

--otro de mis lugares favoritos --dice --pero primero necesitamos algunas provisiones.




Nos detenemos en el aparcamiento de tierra de la Riley Family Fruit Barn, un lugar que mi familia y yo solíamos visitar cada otoño para recoger manzanas y tomar fotos de las montañas de calabazas pintadas con todos los tonos diferentes de naranja imaginables. Nunca he estado aquí en verano, pero resulta claro que es algo fantástico que me he perdido. El estacionamiento está llenos de familias, entrando y saliendo de los coches, cargando cestas llenas de comidas en los maleteros. Un tractor que remolca una plataforma pasa rodando, lleno de niños y padres, algunos sosteniendo melones redondos y otros comiendo rebanadas recién cortadas.

Sigo a Fernando mientras se abre paso entre la gente y se dirige a la sombra del puesto de frutas. Pasa los dedos sobre el arcoiris de frutas mientras avanza.

--el mejor lugar que conozco para iniciar un día de campo --dice, y me lanza un melocotón, que apenas atrapo --¿que te gusta? --pregunta Fernando, deteniéndose enfrente de un puesto que tiene varias pilas de frutas perfectas.

un corazón para dos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora