Día 3 - Decoración.

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Bajando los pies al concreto engullido por las brillantes luces eléctricas frente a ellos está el establecimiento gigante que se cierne con falta de elegancia y aunque no quiere hacerlo el corazón le palpita con un arrogante éxtasis.

La muerte llamada por sus manos.

Negra gabardina que se tiñe de la alegría efímera que sopla a su alrededor. Humillado y poco amable se desliza entre la gente que le ignora porque es ignorante de el hacha cerniéndose sobre sus cabezas. Aliento de jengibre que se sepultara bajo los cimientos de una vida moderna.

En un control del que no puede escapar, una burla, un desdén conocido contra él y una puñalada más a un corazón aún caliente, coloca en su oído el maldito auricular por donde escuchara ese tono lleno de inteligencia muerta en un cansancio que le traga y condena.

Una humillación no será importante cuando el control se cole entre sus guantes...

Y entonces tocara la última balada que destellara como el infierno.

Llega allí, donde el suelo no es más concreto, los azulejos le reflejan los pasos alegres. Niños riendo, gente corriendo de un lado a otro y en sus oídos una música en campanas.

Tras él están esperando a que el nuevo Ejecutivo se humille una vez más por quien fue superior.

—Aquí Nakahara.

Escapa su apellido con firmeza y aunque no tiembla ni lo hará se detiene. Ante él y de colores las esferas gigantes cuelgan sobre su cabeza en una época que nunca conoció. Es un chiste, es una broma y un error que pagara sin dolor que marque su piel. Es un castigo y una sonrisa detrás de un monitor que especta con satisfacción de un ser que no puede ver los colores o el aroma. Sin alma y sin comprensión. Aquel que lo tuvo todo y que no tuvo nada.

—Huele y siente los escombros caer sobre ti, Chuuya.

La esfera roja le refleja desde arriba. Acercándose le entregan aquel botón que el cuero sostiene hasta que se marchan. La gente pasa. Rodeando. Evadiendo. El reflejo le mira a lo lejos sobre su cabeza y los niños corren a su alrededor mirándole extraños. Una mano sobre su sombrero y el otro sosteniendo el botón.

—Mátalos, Chuuya.

Y no es necesario ni divertido.

El adorno gigante le observa y el observa en el cómo se marcha de sí mismo.

Pero son la Mafia.

Presiona mientras las auras malditas, que la esfera no le muestran, rodean su ser haciendole saber qué es él.

Y todo cae y la tempestad crece donde las decoraciones mueren.

Pero el sigue allí... de pie.

Mafioso Diciembre - Soukoku OneShotsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora