Dia 5 - Ponche

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—No velas su sueño y sin en cambio estas aquí despierto como si lo hicieras.

Alzó la mirada que había estado pausada sobre la copa vacía. El viento cruzaba la larga ventana desde donde bebe por la costumbre insólita de fingir que algo puede relajarlo aun cuando no se ha atrevido en siquiera llenar la copa con el vino recién abierto que sostiene desde su largo cuello oscuro.

Allí está ella tan preciosa que la siente desde el umbral, uno que cruzó sin percatarse, con las ropas de un kimono blanco, de aquellos que recuerda usar al descansar en casa, y los cabellos lacios sueltos desparramándose en sus hombros. Brillante y suave contra el oscuro carmín que domina a su alrededor.

—No es eso, estaba a punto de relajarme por un pesado día de trabajo —Regresó su mirada a la copa— ¿Quisieras acompañarme?

No la mira más y levanta la botella de forma lenta, tensando la muñeca.

—Cariño.

Dedos que se deslizan sobre su hombro lo hacen suspirar, regresa la botella que apenas se había levantado un par de centímetros.

—Lo siento...

—Está bien querido, está bien sentirse así cuando alguien te importa.

Gira su rostro a ella con intenciones de negarlo pero sus iris siempre afilados lo detienen con aquel fulgor que le recuerda a su adolescencia.

—Ven aquí —Susurró tomando su mano en un toque que parecía un roce. Entrelazando sus dedos nota la ausencia de sus guantes que siempre los mantenían cálidos sin recordar el momento en que les ha perdido. Chuuya le siguió hasta que con un suave empuje le sentó sobre el largo sofá. A su lado ella acaricio su mejilla alejando los ya largos cabellos rojizos de sus pálidas mejillas— Te he traído esto, bebe un poco.

La taza, que ya no le sorprende haber ignorado, se desliza caliente por sus manos que ella sostiene. Tomándola siente su calor. El vapor escapa y la porcelana quema en sus manos pero lleva el líquido a sus labios, y arde pero no se estremece ni se aleja, lo permite arder contra la piel hasta que el frio se diluye y el vapor acaricia desvaneciendo la falsa escarcha en su nariz.

Absorto se desprende ante su única mentora y verdadera familia de aquello que pesa y quema.

Una culpa muerta que crece pudriéndose en su interior.

—No soy capaz de entenderlo —Escapa ronco y marchito ante esos ojos que le aman— Quizá porque no soy tan listo como él o porque... —Desliza los pulgares en la blanca cerámica— Yo no entiendo... haga lo que haga o diga él siempre termina así, aun cuando me escupe en la cara sobre sus amigos. Aún si ríe con ellos... —Sin darse cuenta los cabellos ahora resbalan sobre su rostro que baja al suelo perdido en el humeante ponche— Siempre termina intentando morir, a veces es como siempre, un intento absurdo que fracasara y luego son... estos donde...

—Chuuya. No eres lo que él dice, ni lo que piensa, no necesitas mostrarle a nadie quién eres ni darle algo que es tan precioso en ti.

Controló su respiración que repiqueteaba en contra de su lento corazón, uno que quería detenerse desde que se alejara de los latidos que marcaba el monitor.

—Nunca he estado de acuerdo —Él sonrió pero tan endeble que apenas le notó, inclinándose a él continuó— Pero tu lugar ahora no es estar aquí —Levantando su mirar a su rostro le mostró lo confundido que se encontraba ante su reacción y entonces ella le sonrió de verdad, alejando de nueva cuenta los cabellos que se colaban ante su vista, delineando sus mejillas—Bebiendo en este silencio que te hiere. Desearía que fuera de alguien más pero nadie decide en el corazón. Tú eres una luz cariño —Acarició su pómulo con el dorso de su mano. Chuuya sintió su garganta cerrarse y mordió el interior de su mejilla frente a quién no podía engañar— Y si ese... ese canalla no es capaz de verlo...

—Lo... umgh... lo entiendo hermana — Haló con suavidad de su delgada muñeca hasta alejarla de su rostro con toda la lentitud que demostrase su afecto— Pero él... Dazai no querría que yo esté allí.

Sin decir más paso los dedos entre sus cabellos hasta cruzar por su lado a la salida. La observó, ondeando la seda a su alrededor, y regresó la vista al ponche donde flotaban las frutillas cortadas en trocillos finos. El aire no soplaba más y la oscuridad se diluía contra la luna fulgurante. El invierno le recordaba al frio que cruzaba los techos de lonas y tablas en las que la luz nocturna parecía acompañarlo en insomnios como una madre fría que le susurraba a su oído la soledad en la que merecía estar.

Esta vez al mirar deslizar su luz tras las cortinas el calor del ponche en sus manos latió como un corazón que le llama. Giró los ojos y miró a la salida. En su piel el calor de una verdadera madre se vertía aun con cariño.

Una inocente risa escapó de él hasta que decidido dejó la taza en su mesa y entre pasos de botas cálidas tomó la gabardina y el sombrero que siempre le acompañaban. Así, con el palpitar en su pecho y la compañía en su sombrero recorrió hasta que las luces del hospital le llamaron a entrar.

Mafioso Diciembre - Soukoku OneShotsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora