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Jennie se metió la botella de vino tinto bajo el brazo y subió rápidamente los escalones que llevaban al departamento de Lisa. En todo el día no había pensado en nada que no fuera el aspecto que tendría el cuerpo de su compañera, sus sensuales curvas cubiertas únicamente por un juego fino de lencería de seda. Sintió como su erección se hacía más evidente con solo imaginarlo. La expectación de lo que estaba por venir hizo que su carne se lubricara a cada paso que daba y que le acercaba más y más a la puerta.

La idea de ver a Lisa semidesnuda sólo con fines científicos era una gilipollez y lo sabía. Aunque eso sí, tenía que admitir que hacerlo en nombre de la ciencia le otorgaba un punto más erótico a todo aquel asunto.

Había algo en Lalisa Manoban que la atraía físicamente de una forma en que ninguna otra mujer lo había hecho jamás. Era una combinación letal de inteligencia, inocencia y sensualidad.

La tenía totalmente cautivada, tanto que le hacía sentir una calidez como si acabara de tomar un trago de brandy. Le gustaba, y mucho. Lo suficiente, de hecho, como para que durante los últimos dos meses ni siquiera hubiera tenido ganas de quedar con otra mujer. El dolor que solían presenciar sus manos daban fe de ello. El sexo fortuito al que estaba acostumbrada había perdido todo su interés desde que lo único en lo que podía pensar era en cuánto deseaba poder acariciar cada centímetro de la piel de aquella mujer, tan suave y tan sinuosa, tan dulce y sensual al mismo tiempo.

A pesar de que la atracción física que sentía por Lisa era abrumadora, no quería desarrollar un vínculo emocional más profundo con ella. Al igual que su padre y cada miembro de la familia Kim que le habían precedido, Jennie no estaba hecha para comprometerse de por vida con alguien. Su madre se había ocupado concienzudamente de dejárselo bien en claro. Ni un solo miembro de la familia Kim había mantenido jamás una relación duradera. Después de que su padre las abandonara, su madre comenzó a referirse al clan familiar de su marido como «los Kim de frío corazón».

Jennie sabía que su madre la despreciaba, seguramente porque ella siempre deseo una mujer y no el bicho raro que era ella, lo cual la hacía parecerse más a su padre. De pequeña, siempre le repetía que, cuando creciera, seguiría los pasos de su padre, como una buena Kim. Las únicas personas que habían tenido fe en ella y habían creído que de mayor sería una mujer honrada y respetable habían sido su amiga de la infancia,  y Bae Irene sus padres, Tony e Isabella. Pasaba más tiempo en el restaurante italiano que regentaban que en su propia casa. Gracias a ellos había podido hacerse a la idea de como vivían y amaban a los demás.

Jennie siempre trataba con respeto a las mujeres con las que salía, pero, puesto que nunca sentía nada especial por ellas, había dado por sentado que su madre estaba en lo cierto y que no era más que la astilla desprendida del viejo palo, una Kim que pensaba con la entrepierna y que era incapaz de sentir un amor profundo y verdadero. Como su padre.

Mientras se acercaba a la puerta del departamento de Lisa, sus pensamientos se centraron de nuevo en la mujer sensual que esperaba su llegada. Dios, cuánto deseaba sentir el tacto de su piel contra la suya. La forma en que se movía, con una sensualidad a todas luces involuntaria, y el suave aroma a frambuesa que le alborotaba las hormonas la mantenían permanentemente al borde del precipicio. Se moría por averiguar si el sabor de su piel era tan dulce como prometía.

Trabajar cada día hasta tarde con Lisa al lado había acabado siendo un ejercicio de frustración. En el laboratorio era conocida como la Princesa de Hielo, la mujer que solo quería llevar a cabo investigaciones sobre sexo dentro del laboratorio y nunca fuera. Lisa nunca le había dado ni la más remota señal de que estuviera interesada en mantener una relación con ella, ya fuera física o de otra naturaleza distinta. Jennie siempre la había respetado y se esforzaba por mantener las manos quietecitas. Hasta ahora. Hasta que la oportunidad de llevar aquella relación al siguiente nivel de intimidad se había presentado por sí sola.

Pleasure ControlDonde viven las historias. Descúbrelo ahora