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Cuando llevaban media hora de vuelo camino a Hawaii, Jennie se inclinó sobre Lisa y le preguntó en voz baja:

— ¿Llevas puestas las bragas que te regalé?

Lisa sintió una sensación familiar sobre la piel, esa excitación creciente que la dominaba cada vez que Jennie le acariciaba las mejillas con los labios. En unos minutos, una vez hubiera empezado la película y las luces de la cabina se atenuaran, habían planeado que Jennie la iniciaría en el Club de la Milla, y la sola idea llenaba a Lisa de una intensa excitación. Durante los últimos meses se habían dedicado en cuerpo y alma a hacer realidad todas sus fantasías, y no sólo eso, sino que, además, Jennie le había descubierto otras tantas que ni siquiera sabía que tenía.

—Tendrás que esperar para averiguarlo —respondió ella, burlona, mientras acomodaba la cabeza sobre la almohada y se cubría las piernas con una manta.

La sonrisa de Jennie se convirtió en una mueca letal.

—No pienso esperar —dijo, y deslizó una mano por debajo de la manta.

— ¿Qué se supone que estás haciendo? —susurró Lisa, mirando, nerviosa, a su alrededor. Tenían una azafata a tan sólo unos asientos de distancia haciendo la ronda con el carro de las bebidas.

—Quieres unirte al Club de la Milla, ¿verdad? —preguntó Jennie en voz baja, y luego empezó a masajearle entre las piernas a través de la tela de la no pudo contener un discreto gemido de placer.

—Sí, pero no aquí. —«Oh, Dios, qué sensación tan increíble»—. Aún estamos en nuestros asientos.

Jennie se encogió de hombros.

—Alguien podría vernos —continuó Lisa.

Esta vez Jennie se limitó a sonreír.

— ¿Es que acaso no hemos pasado por eso ya?

Lentamente empezó a tirar de la falda. La respiración de se volvió más y más irregular, mientras los expertos dedos de Jennie describían pequeños círculos sobre su piel.

¡Santo Dios!

Su resistencia se desmoronó como un castillo de arena. Separó las piernas ligeramente, invitándola a que siguiese con el masaje. El corazón le latía cada vez más deprisa.

—Esto es muy peligroso, Jen.

Jennie la miró y arqueó una ceja.

—Lo sé.

—No deberíamos estar haciendo esto —insistió Lisa.

— ¿Tú crees?

Lisa sacudió rápidamente la cabeza y abrió las piernas un poco más. Los dedos de Jennie avanzaban cada vez con más atrevimiento.

—Tu boca dice una cosa, Lisa, pero tu cuerpo dice otra muy distinta — respondió Jennie con una sonrisa picara en los labios.

Vale, la había pillado.

El dedo pulgar de Jennie encontró los suaves rizos que se escondían entre las piernas de Lisa y sus ojos se oscurecieron de deseo.

—Santo cielo —murmuró mientras le acariciaba el sexo desnudo.

Lisa se rió al ver la reacción de Jennie ante su desnudez.

—Espero que no te importe que no lleve las bragas que me compraste, pero es que pensé que así ahorraríamos tiempo. —Arrugó la nariz—. Y los lavabos de los aviones son muy pequeños, no hay espacio suficiente para maniobrar.

Pleasure ControlDonde viven las historias. Descúbrelo ahora