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El cuerpo exhausto de Lisa quería seguir durmiendo, pero el canto de los pájaros se había colado en sus horas de descanso y se despertó. Abrió los ojos e inmediatamente volvió a cerrarlos, cegada por la intensa luz de la mañana que se filtraba por las cortinas. Se dio la vuelta y trató de conciliar el sueño de nuevo.

Sintió un intenso dolor en todos los músculos de su cuerpo y recordó cierto episodio sexual que había compartido con Jennie.

Afuera, los pájaros continuaron cantando hasta que Lisa ya no pudo estar más despierta. Se desperezó, sabiéndose descansada como hacía mucho tiempo que no se sentía. Miró la hora en el despertador de la mesita de noche e inmediatamente abrió los ojos espantada. ¡Las diez y media! Si lo había puesto a las cinco. ¿Qué demonios había pasado? Se incorporó rápidamente y miró a su alrededor en busca de Jennie.

¿Estaría en el laboratorio? Notó una sensación pesada en la boca del estómago.

Necesitaba hablar con Irene a toda costa.

Saltó de la cama y sintió el frío suelo de parqué bajo los pies desnudos. Encontró unas zapatillas junto a la mesita de noche y se las puso y luego también se puso una bata de Jennie. Avanzó por el pasillo, peinándose el pelo con los dedos.

— ¿Nini? ¿Estás ahí? —Fue hasta la cocina y allí encontró una nota sobre la mesa.

La leyó, reconociendo inmediatamente su letra. Le había dejado la cafetera encendida y fruta y bollos frescos en la nevera. Lo que siempre desayunaba. Acarició las palabras con los dedos. La asombraba lo atenta y observadora que era con ella, cómo conocía al detalle lo que le gustaba y lo que no. De pronto sonó el teléfono. Lisa siguió el sonido hasta que finalmente encontró el aparato sobre una mesa pequeña.

—Hola. —Se apretó el auricular contra la oreja y empezó a buscar en los armarios de la cocina una taza para el café. Iba a necesitar una buena dosis de cafeína para sobrevivir a aquel día.

—Eh, Lisa. No te he despertado, ¿verdad? —La voz de Jennie llegó hasta el último nervio de su cuerpo.

—No. Estaba a punto de servirme una taza de café.

—Voy de camino a casa y quería saber si necesitas algo.

El corazón le dio un vuelco. Era la forma en que había dicho aquellas palabras, la naturalidad con la que habían salido de su boca. Camino a casa. Lisa imaginó cómo sería compartir una casa, un hogar, con Jennie . Las tardes a solas después de un largo día de trabajo en el laboratorio. Dejarse caer en la cama cada noche y hacer el amor apasionadamente. Luchó contra aquel cúmulo de emociones que pugnaban por apoderarse de ella.

—Necesito hablar con Irene—consiguió decir al fin, ignorando el nudo que le apretaba la garganta.

—No estoy en el laboratorio. Estoy en el coche, a una manzana del apartamento.

Lisa se mordió el labio inferior.

— ¿Te has inyectado el supresor?

Jennie pareció dudar un segundo antes de responder.

—Sí. —En su voz detectó algo extraño.

— ¿Te ha pinchado Irene? —preguntó Lisa, aguantando la respiración.

—Sí.

¡Dios!

Trató con todas sus fuerzas de mantener un tono de voz calmado.

— ¿Y cómo… cómo te sientes?

Jennie, ignorando la pregunta, respondió:

— ¿Qué llevas puesto, Lisa? —La excitación era evidente en su voz e hizo que Lisa sintiera pánico… y excitación.

Pleasure ControlDonde viven las historias. Descúbrelo ahora