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Tenía que decírselo, tenía que explicarle a Jennie lo que había hecho Irene. Lo más probable es que la odiase por hacer algo tan ruin, por dejarle creer que el proyecto había fracasado, pero si no se sinceraba con ella, sería incapaz de seguir adelante con su vida. Jennie debía saber que el supresor de libido funcionaba. Lisa no quería que creyera que su carrera profesional estaba en peligro.

Entrelazó los dedos y fijó la mirada en su regazo, tratando de encontrar la forma de suavizar una verdad tan cruda. De pronto se sintió muy débil, emocional y físicamente.

—La fórmula no ha fallado —dijo finalmente en voz baja.

Jennie frunció el ceño.

— ¿No?

Lisa respiró hondo y añadió:

—Lo que corre por tus venas no es el supresor, sino el potenciador.

Levantó la mirada un instante para ver en su rostro cuál era su reacción, convencida de que le cambiaría el humor por completo. Pero ¿por qué parecía que sus palabras le resultaban divertidas?

—Irene ha cambiado los viales —continuó Lisa, esperando que estas palabras borraran el esbozo de sonrisa de su rostro.

— ¿Eso ha hecho? ¿Y por qué? —respondió Jennie, poniendo una mano sobre el muslo de ella. Su piel era cálida y suave. Lisa sintió un involuntario escalofrío recorriéndole la espalda.

—Porque yo le dije que quería acabar lo que habíamos empezado y ella me dijo que cambiara los viales otra vez, pero yo me sentía incapaz de hacerte algo así. Es verdad que consideré la posibilidad una vez, o dos, o un millón, pero no lo hice. Así que, ya ves, supongo que ella sí lo hizo, de lo contrario no te habrías excitado de nuevo. —Estaba divagando, pero era incapaz de callarse.

Jennie levantó la barbilla unos centímetros.

— ¿Querías acabar lo que habíamos empezado? —Su reacción confundió a Lisa, que había esperado que se enfadara al contarle lo sucedido.

Las palabras salieron de su boca como si tuvieran vida propia.

—Sí. Bueno, no te hubieras acostado conmigo si Irene no hubiera cambiado los viales.

— ¿Eso es todo?

Retiró la mano del muslo de Lisa, estiró los brazos por encima de la cabeza y se dejó caer sobre el respaldo del sofá. Lisa se estremeció al dejar de sentir el cálido contacto de su piel. Consciente de pronto de su desnudez, cruzó los brazos y las piernas.

— ¿Y por qué piensas eso, Lisa?

—Porque soy un bicho raro, una rata de biblioteca, y no una de esas mujeres fideo con las que sueles salir.

La respiración de Jennie cambió de ritmo. Lisa la miró de reojo, tensa ante aquella reacción. Bajó la mirada hasta la entrepierna y le pareció ver que allí abajo algo se movía.

—Supongo que ahora me toca a mí confesarme —dijo Jennie, con la voz alterada por la emoción.

Lisa asintió. Permanecía con las manos entrelazadas sobre el regazo.

—Adelante. —No tenía ni la más remota idea de qué estaba a punto de escuchar. Sólo sabía que lo que Jennie dijera no podía igualar la gravedad de sus errores.

—Irene no estaba en el laboratorio esta mañana. La he llamado para darle el día libre.

Lisa se puso rígida, perpleja ante aquellas palabras.

Pleasure ControlDonde viven las historias. Descúbrelo ahora