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—Santo Dios, Lisa —murmuró Jennie, mientras se pasaba la mano por el pelo. El delicioso olor de la rubia aún seguía pegado a su piel y le provocaba auténticas palpitaciones.

Con un brillo seductor en los ojos, Lisa se puso en pie y deslizó una mano dentro de los calzoncillos.

— ¡Joder! ¿Qué me estás haciendo? —El deseo convirtió su voz en un tosco susurro.

La sonrisa que brillaba en el rostro de Liss se hizo aún más visible, y también más picara.

—Claro que si prefieres que no… —El suave ronroneo de su voz resonó por todo su cuerpo. Dios todopoderoso, si se detenía en aquel justo momento, Jennie estaba segura de que moriría allí mismo víctima de un exceso de excitación.

Se apresuró a pronunciar las palabras.

—No, no. Prefiero que lo hagas. —La atrajo hacia ella y Lisa se deshizo sobre su piel. Sus cuerpos encajaban con tanta perfección… Jennie le apartó un mechón de la cara, cubierta por el rubor, y se fijó en lo provocativas y sensuales que eran las líneas de su boca.

Un suspiro violento y afilado se quedó atrapado en su garganta en el momento justo en que la mano de Lisa entraba en contacto con la piel de su miembro. Ansiosa por sentir el tacto de su piel, sujetó los calzoncillos por los lados y a punto estuvo de arrancárselos. Se deslizaron por sus piernas hasta el suelo, desde donde los lanzó al otro lado de la estancia de una patada.

Jadeando como si acabara de correr un maratón, se irguió frente a Lisa, con el arma lista y cargada, un transbordador espacial a punto de despegar. Lisa rodeó su miembro con las palmas de las manos. La sensación de los dedos, cálidos y delicados, alrededor de su pene borró cualquier posible pensamiento cuerdo de la cabeza de Jennie, que mantuvo la boca cerrada, por miedo a balbucear como una idiota. Lisa primero le acarició distraídamente la punta mojada y luego deslizó los dedos con suavidad por el resto de la piel, como si estuviera examinando la textura, el grosor y la longitud.

—Estaba equivocada.

— ¿En serio? — ¡Maldición! ¿Se lo estaba pensando dos veces?

—Nunca debí apodarlo Pequeño Jenniecito —murmuró, y su voz pareció adquirir una tesitura aún más quebradiza.

La estancia empezó a dar vueltas sobre sí misma. Jennie giró la cadera, tratando de que las manos de Lisa le abarcasen en toda su envergadura. Pero ella no la dejó. Se retiró unos centímetros y observó cómo su pene oscilaba en el aire, reclamando su atención. La forma en que jugaba con ella, en que lentamente la seducía, estaba a punto de volverla loca. Su gemido se convirtió en un gruñido profundo y cavernoso. Lisa se inclinó sobre ella. Sus gruesas pestañas revoloteaban acariciando la piel de su cuello mientras ella describía un sendero de besos desde la garganta, pasando por sus pechos y siguiendo lentamente hacia abajo, hasta que finalmente estuvieron cara a cara o, mejor dicho, boca a pene. Jennie sintió que un deseo crudo e irracional le desgarraba las entrañas.

—Es bastante grande.

Jennie dejó escapar una bocanada de aire. Estaba experimentando la más cruel de las agonías. Unas gotas de su esencia coronaban su sexo como perlas nacaradas. Lisa acarició la punta y extendió el espeso líquido con los dedos. Jennie sintió el incendio rugiendo en su interior y notó cómo Lisa rodeaba su polla con los labios, aquellos labios dulces y carnosos. Necesitaría hacer grandes esfuerzos para controlarse y no entrar en erupción.

Lisa emitió un suave gemido y cambió de posición.

—Realmente es maravillosa —admitió con total sinceridad, mientras no dejaba de acariciarle con un placer que hubiera resultado evidente a ojos de cualquiera.

Pleasure ControlDonde viven las historias. Descúbrelo ahora