Capitulo 12: Ana.

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Por Jari

Dos de Octubre. A partir de hoy empezaba la semana de la furia, como le habíamos puesto con Liv, desde esta semana hasta que todo se acomodaba de vuelta, se iba todo a la mierda. Aunque después me di cuenta que en realidad nunca se acomodaba, siempre estaba esa parte de dolor irreparable que me iba a acompañar toda mi vida y esa parte rota, nunca se iba a poder arreglar.

Este era el tercer año y parecía que cada vez dolía un poco más. Cuando perdés un hijo, nadie, nunca más, puede llenar ese vacío. Y es el dolor más grande, totalmente inexplicable, es ese tipo de cosas que no le deseas ni a la persona que menos queres en el mundo. No hay nada comparable, y sentís que una parte tuya también murió. Con esa vida, chiquitita, que no pudo vivir nada de lo increíble que es esta vida, que no pudo disfrutar de todas las cosas hermosas que tenemos, que nunca aprendió a andar en bicicleta, que no jugó con muñecas o autitos.

Cuando me enteré que Ana estaba adentro mío, no sabía qué hacer, tenía dieciocho años, y no sabía quién era su papá, la cantidad de hombres con los que me había acostado, era mucha y tendría que hacer un ADN, y Oscar no me iba a dejar. Entonces me di cuenta, era de Martín. Él era mi cliente semanal y tenía que ser él, no había otra. Pero las posibilidades con la vida que llevaba eran muchas y no me podía arriesgar. Siempre pensaba: “cuando salga de esto, lo voy a averiguar”.

Mi mamá estaba más nerviosa que yo, decía que me tenía que ir a otro lado pero, ¿a dónde? La única familia era mi tía Lulú, y vivía en Francia. No tenía a donde irme, y mi mamá cada vez se ponía más nerviosa y mal. Y Michelle trataba de calmarla, pero no podía. Ni siquiera le habíamos dicho a Oscar de esta nueva situación, y yo no lo iba a dar en adopción, esta era una vida de mierda, pero lo iba superar y me iba a ir de esto. Estaba de cuatro meses, ya lo sentía demasiado mío como para dárselo a alguien.

Pero por suerte ahí estaba Liv, con su paz constante, era tan chiquita y tan grande a la vez, era más que mi hermana, era mi otra parte. Me ayudó mucho, la calmaba a mamá y me acompañó a decirle a Oscar lo que pasaba y cuando él se puso loco ella se quedó para aguantar todo. Me obligó a salir, lo llamó a Galo para que me saque.

Nunca podría haber pedido otra hermana, ella tenía quince años y parecía más grande que yo en estas circunstancias, se encargó de todos los clientes, míos y de ella. Siempre fuimos muy unidas y por eso me puse contenta cuando se hizo amiga de Giselle y Gin, teníamos que despegarnos un poco, porque cuando yo me vaya a ella le iba a costar muchísimo.

Estos días que había estado sola, me tomé el sábado y fui a visitar a mi mamá, la extrañaba y en estos momentos la necesitaba más que nunca, Ana también fue su nieta y cuando nació ella estaba loca por mi hija, la besaba todo el tiempo, la abrazaba, hasta le había comprado ropita nueva, más o menos para todo el primer año de vida.

Sábado

-¿Por qué Oscar te dejó que nos quedáramos con vos cuando te llevó a Bexs? – pregunté después de estar un rato hablando sobre Ana y todo lo que había pasado. Nosotras ya habíamos nacido cuando entramos a Bexs, mi papá se había muerto y su familia nos había sacado todo, nunca nos quisieron. 

-Él estaba enamorado de mi – sonrió bastante avergonzada.

-¿Y vos? – pregunté, casi asustada por la respuesta.

-No, yo sigo enamorada de tu padre – sonrió de nuevo, pero orgullosa esta vez – pero yo no quería que les pase nada, asique tuve que jugar al papel de enamorada – mi mamá estaba cansada se le notaba en la cara, en el cuerpo, en los movimientos.

 Y ahí entendí porque había dejado que una mujer de treinta y tantos con dos hijas entrara en un prostíbulo. El mundo no estaba tan regido por la plata como muchos dicen, estaba el amor y la pasión y los impulsos, que hacían que todo girara en torno a las necesidades de cada uno de nosotros. También estaba la plata, sí, pero sin amor, sin pasiones y sin impulsos no servía de nada la plata.

***

Me levanté de la cama, hoy llegaba Liv. Le hice la cama y ordené alguna de sus cosas, después decidí seguir leyendo el libro que me había prestado Jazmín, una de las chicas de secretaría. Ella decía que era muy conocido ahora, pero que se había escrito hace bastante años, Buscando a Alaska de John Green, estaba me algún lado de mi placard. 

Lo busqué entre los buzos y camperas, algo se me cayó en la cara, tenía olor suave, como a bebé. Era el vestido que le había comprado a Ana antes de su primer año, antes que se fuera. Era tan chiquito, que me reí con lágrimas en los ojos, todo en tonos lilas, con florcitas chiquititas, me acordaba cuando se lo probé. Le quedaba tan lindo, parecía que había salido de un cuento de hadas, le había sacado una foto y eso y algunas cosas más, era todo lo que guardaba de ella.

La extrañaba tanto, que sólo una persona que había pasado por lo mismo me entendía. No había explicación de por qué pasaban estas cosas, porque nunca me sentí peor que cuando salió la médica y me dijo que mi hija ya no estaba, que no había podido soportar la neumonía, ella siempre había tenído problemas respiratorios, esos contribuyó mucho. Ni siquiera me acuerdo mucho, solo que me caí al piso y Liv estaba ahí conmigo, llorando, abrazándome, conteniéndome. Mi hermana siempre ahí, sin pedirme nada a cambio, al lado mío, incondicional. Siempre, no sé qué haría sin ella. Y yo se que ella también extrañaba a Ana, la había cuidado mucho, porque en cuanto nació yo tuve que volver a trabajar.

Y yo bueno, ya lo dije, pero no me canso de repetirlo, la extraño tanto, que a veces me imagino que la veo jugando, saltando, sonriendo como siempre hacía. 

DestrucciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora