Capitulo 1: Derrumbe

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La luz roja, intermitente de Bexs se apagó.

Cuando vi a los policías destruir todo lo que fue mi casa desde que tengo memoria, sentí algo vació. Aunque ese fue uno de los lugares más horribles y denigrantes que habría existido alguna vez, todavía podía escuchar la música demasiado fuerte en mis oídos. Mis ojos fueron hacia mi familia, o lo que quedaba de ella, Marie, mi mamá todavía tenía puesto sus extenciones. Jari, mi hermana mayor, su corsé la estaba asfixiando y las lágrimas amenazaban con salir de sus ojos, pero ella no iba a llorar, Jari nunca llora y menos delante de la gente. Galo, mi hermano postizo llevaba las valijas de todas nosotras, tenía frío, lo notaba porque le temblaban las manos o quizás estaba nervioso. Esa también era una posibilidad.

Y después estaba yo, con mi pelo atado en un rodete desordenado, el maquillaje se me había corrido por las pocas lágrimas que había soltado. De lejos divisé a las que una vez fueron mis compañeras de trabajo, Janet salía triste comiéndose las uñas esculpidas, Michelle llevaba a rastras su mochila y así una fila de seis chicas más en casi la misma situación. Casi sin ver nos subieron a una camioneta, la asistente social empezó a hablar sobre una nueva vida, educación y hasta llegó a nombrar las palabras comida caliente. De un día para el otro me habían sacado de Bexs, uno de los prostíbulos más grandes de Buenos Aires. Y ahora estaba yendo a un colegio pupilo donde me iban a dar una vida nueva, según la asistente social.

El portón verde musgo estaba por encima de mí, y sentía que iba a aplastar. La mochila me pesaba en el hombro derecho, la cambié de hombro mientras caminábamos hacia dentro. Supuestamente nadie sabía de dónde veníamos pero secretamente sospechaba que algo tenían en mente, teniendo en cuenta que era mitad de año. Y todos los estirados de este colegio no tienen idea de lo que pasa fuera de su burbuja. Mientras caminábamos hacia nuestra nueva habitación, demasiados ojos se posaban en nosotros, pero hubo unos que yo conocía. Unos ojos chocolate penetrantes, me traspasaron el cuerpo.

Tiré la mochila en la cama, que rebotó por lo que esta parecía cómoda para dormir. Galo dejó mi valija y la de Jari y nos sonrió nervioso antes de salir para irse a su habitación. Todas las paredes blancas con rayas azules y un cuadro de pintura abstracta terminaban de decorarla. Un uniforme de colegio y uno de trabajo para estaban prolijamente colgados en perchas en el armario. Lo único colgado en él. El de colegio era pollera y sweater escote en “v” verde, camisa blanca. Hice una cara rara mientras lo terminaba de inspeccionar. El uniforme de trabajo era obviamente para Jari, ella tenía veinte, yo diecisiete.

-¿Vas a soportar estar tan tapada? – preguntó Jari con una sonrisa torcida en la cara.

-¿Y vos? – Ella niega con la cabeza y las dos reímos descontroladas - ¿Qué hacemos acá Jar? – le preguntó más al techo que a ella.

-No sé – me responde Jari mirando al techo.

Todavía no entendía como la policía había llegado a Bexs, estaba demasiado acostumbrada a ese lugar. No es que me encantaba ser prostituta, ni que todas las noches diferentes hombres, pero estaba acostumbrada y lo había aceptado. ¿Me sentía sucia? Si. ¿Me sentía usada? Sí. ¿Me sentía denigrada y promiscua? Sí. Pero si algo había aprendido era a buscarle el lado bueno a las cosas y aunque en esas circunstancias era demasiado difícil encontrarlas, aprendí a disfrutar de las cosas chiquitas, los desayunos o almuerzos con mi hermana y mi mamá. Las cosas de todos los días, no puedo decir que me siento orgullosa de lo soy, pero tampoco me odio. No del todo.

Unos golpecitos en la puerta nos hacen parar de la cama y abrirla. Una mujer de flequillo color caramelo y sonrisa demasiado forzada para mi gusto. Miré a Jari y ella notó lo mismo que yo acerca de su sonrisa y estaba conteniendo su risa, lo que hizo que yo trate de contener la mía todavía más.

-Buenos días, soy Leticia, la celadora de esta área. Los directivos me dijeron que te prepares para la primera clase de Educación Física. Tomá el uniforme, en diez minutos empieza la clase.

Cuando por fin se fue, no pudimos contener la risa con Jari y mientras me cambiaba ella no paró de reír imitándola con su tono de voz de agudo.

-Basta tengo que irme, anda a trabajar. No vas a llegar el primer día – dije riendo mientras salía casi corriendo para no llegar tarde.

Mientras esperábamos que llegue el profesor, podía escuchar las conversaciones de un grupo de chicas que contaban con cuantos chicos se habían acostado el fin de semana. Y por dentro me reía, si supieran lo horrible que es tenerlo que hacer para sobrevivir y lo triste que es que lo digan para que todos las puedan escuchar. Porque siendo lo que soy, me da pena escucharlas decirlo tan libremente, me encantaría poder explicarles lo que realmente es tener que entregarte a cualquier persona por trabajo y que no haya otra opción.

Cuando llegó el profesor nos dijo que empezáramos a correr alrededor de la cancha. De repente me di cuenta que compartíamos la clase con los varones. Y de repente me caí, me derrumbé, igual que derrumbaron a Bexs. Unos brazos me levantaron del suelo y me llevaron a la enfermería seguido por los gritos del profesor. No, no me desmayé, pero mi pie parecía una uva enorme por lo violeta que estaba. Cuando la persona que me llevó en brazos me depositó en la camilla, pude verlo y darme cuenta que era el chico de ojos chocolate que yo conocía de algún lado. Después de unas indicaciones como caminar lo menos que pueda y hielo cada tres horas, la enfermera se fue a buscar unos medicamentos para el dolor, el chico habló.

-Liv, vamos, yo después te llevo a tu cuarto los calmantes – el me conocía y yo a él. Era el hijo de Oscar el dueño de Bexs, creo que lo vi una vez en mi vida, a los trece. El vino un fin de semana. La verdad es que me había olvidado de él hasta hoy.

-Nadie me dice así ahora, soy Olivia – respondí seca. Estaba en shock.

El camino al cuarto fue en silencio, el me llevó en brazos, mi cabeza apoyada en su hombro. Respirando fuerte para no llorar las imágenes de ese fin de semana volvieron a mi mente. Como flashes que me lastimaban.

Cuando llegamos me dejó con cuidado en la cama y puso un almohadón debajo de mi pie para colocar después el hielo. Sus labios fruncidos mientras se concentraban para no lastimarme. Y mientras lo miraba me preguntaba por qué no hizo nada cuando tuvo la oportunidad.

-¿Por qué no me salvaste? – pregunté con un nudo en la garganta. Lo miré con ojos de nena asustada y creo que hizo provocó que antes de responder se sentara y me agarrara la mano.

DestrucciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora