Apenas me separé de Laura, comencé a visitar viejas amigas y a cosechar todo lo que había sembrado mientras estaba con ella. Un poco para no sentirme tan solo, y otro tanto para aprovechar el tiempo en soltería. “No estar en pareja”, me dijo a propósito un amigo, “es como no tener que trabajar al otro día”. Yo no sabía cuándo podría volver a estar con Laura y dar por finalizadas mis vacaciones.
Una de esas viejas amigas era Carla. Ella era actriz, estudiaba expresión corporal y danzas orientales de nombres raros. Yo sólo me quería acostar con ella. No me importaba otra cosa. Hacía mucho que no nos veíamos y, de hecho, nunca había pasado nada sexual entre nosotros. Nos habíamos visto, a lo sumo, dos veces. No obstante, en muchas oportunidades habíamos hablado por teléfono y, cibernéticamente, nos habíamos confesado cosas que a pocas personas se les cuentan. Quizás por eso, al vernos, una confianza corporal y agradable se estableció entre nosotros. El hecho de que ella fuera actriz y estuviera acostumbrada al trabajo corporal y a la soltura física —en contraste con mi habitual rigidez— también ayudó.
Además de actriz, Carla era camarera. Para mí, dos oficios inseparables que comparten la exposición inmediata. Ya sea ante un público o ante un comensal, su trabajo es fingir. De hecho, todas las actrices que conozco son camareras. Y todas las camareras que conozco son o sueñan ser actrices. Lo que es cierto también es que absolutamente todas se acuestan o se acostaron con el cocinero. Y pretenden lucir como Amelie, flequillo esnob y disfraz circense mediante.
Si tengo que ser sincero —atentando contra mi sexualidad bien definida—, admito que, en gran medida, mis deseos de tenerla pasaban más por recuperar el tiempo perdido que por la necesidad de deshacerme dentro de ella. No eran tantas mis ganas de tocarla como de saber que la había tocado. Y volver al trabajo/pareja con las vacaciones bien aprovechadas. Algo similar a lo que ocurre cuando salimos de viaje un fin de semana largo: queremos hacer rendir los escasos días de descanso. Queremos decir “yo también estuve allí, y conozco esa feria de artesanos que venden tan barato”.
Carla vivía sola y no tenía muebles. No por falta de dinero o posibilidades, sino porque le gustaba. Tenía almohadones rojos esparcidos por toda la casa y un colchón enorme en lo que se suponía que era su cuarto. En las paredes tenía colgadas telas andinas de todos los colores y tamaños. Además de una buena cantidad de fotos de ella en blanco y negro.
“Ponete cómodo”, me dijo apenas llegué. “¿Dónde si no tenés ni un sillón?”, pensé en responderle. Pero no le dije nada y me acomodé donde pude. Con una soltura que no sé de dónde saqué, me quité las zapatillas y las dejé al lado de una ventana, por miedo a que sintiera olor a pata.
—¿Querés escuchar música? —preguntó.
—Bueno. ¿Qué tenés?
No conocía nada de lo que me nombró.
—No conozco nada, che. Pero poné lo que quieras.
Confío en vos... sorprendeme.
Me sorprendió. Lo que se escuchaba me sorprendió. Era la mezcla exacta entre los alaridos de un jabalí seco de vientre y un violín tocado por un perro. Todo metido dentro de una lata de Nesquik, con porotos para jugar al bingo y amplificado por un megáfono. Desde luego, fingí que me gustaba.
—Es música mapuche —me dijo—. La toca un amigo que viajó al sur hace poco y estuvo viviendo con ellos.
“Estuvo viviendo con ellos”. ¿Ellos? ¿Quiénes eran ellos? ¿Por qué existe un ellos y un nosotros? ¿Por qué no existe un todos y listo? ¿Por qué yo me quedaba callado y no le decía nada? ¿Por qué ella quería escuchar una música tan espantosa? ¿Realmente tenía ganas o de ese modo era más actriz, más artista, más sensible? ¿Por qué yo no podía acostarme con una mujer a la que le gustase Luis Miguel solo porque es lindo? ¿Por qué no podía acostarme con todas? ¿Por qué yo me sometía a escuchar esa violación a los oídos y al buen gusto? ¿Por qué me ponía a pensar todo esto? ¿Acaso no tenía que estar encima de ella arrancándole la ropa? ¿Qué tenía que contestarle?
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COGER Y CONTARLO
RomanceSantiago y Laura se conocen un verano frente a la laguna de Lobos. Son jóvenes, hermosos y se enamoran enseguida. Tienen todo para ser felices, para contarnos una historia de amor de película. Aunque no siempre todo sale como se lo espera: El sexo...