video games; richie tozier

Capítulo 11

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Narradora:

El llanto de aquellas nubes grises emitían un relajante sonido. Sky observaba como las gotas de agua empapaban el jardín, provocando grandes charcos.

Cameron preparaba tazas de té para ambos. Sky se dirigió hacia los muffins de banana y los colocó en un plato.

El clima había bajado, así que un abrigo gris calentaba el cuerpo de la muchacha. Le resultaba incomodo, la tela le hacía picar su piel.

Ambos Miller se dispusieron a tomar la bebida caliente.

–¿Qué te gustaría hacer en un futuro?–

–¿Te refieres a mañana o cuando sea mayor?–Preguntó la menor. Cameron rodó los ojos.

–Cuando crezcas.

–No lo sé, Cameron, no tengo ni puta idea que haré luego y tú.. –

–¡No digas groserías!

–Lo siento, como te decía, no tengo ni la menor idea, tal vez viva en el campo... o la ciudad. Me gustaría hacer actividades divertidas, vivir una vida emocionante. ¿Tú que quieres hacer?

–Creo que ya soy mayor, y estoy muy feliz de estar aquí contigo. –A Sky se le escapó una sonrisa. –¿Qué es emocionante para ti?

–Nadar junto a lobos marinos ¡Son tan tiernos! O acampar en un bosque lleno de animales salvajes... no lo sé.–Hizo una pausa, pensando. –Pero hablemos de ti, debe haber algo más que quieras hacer, dime.

–Bueno, me gustaría viajar a Egipto, y tener una gran colección de vinilos, así cuando seamos ancianos, escucharemos música en nuestros sofás, mientras comemos sándwiches.

–Eso suena increíble.

–¿Y tú tienes algún sueño?

–Quisiera tener un caballo de mascota. Suena aburrido.

–¿Qué nombre le pondrías?

–Júpiter, o Alfred. –Cameron rió.

La lluvia empezó a sonar más fuerte, las hojas de los árboles se movían escandalosamente por culpa del agua.

–Pobres rosas, seguro se ahogarán.

–No lo creo, son más fuertes de lo que crees.

–¿Luego quieres ver una película?

–Me encantaría.

(...)

La noche había caído, Sky estaba tendida en su cama, acariciaba el pelaje de su mascota.

El teléfono empezó a sonar. Se levantó perezosamente. Sus pies descalzos tocaron el frío piso, provocándole un leve escalofrío.

–¿Hola?

–Sky. –La voz de Richie se hizo presente.

–Hola Tozier. –Contestó.

–Te llamo porque estoy aburrido, no hay nada interesante para realizar dentro de mi casa, y llueve a cántaros afuera.

–¿Y que me viste? ¿Cara de payaso? ¿Cómo quieres que te entretenga?

–Cuentame algún chisme.

–¿De dónde quieres que averigue chismes? Mi vida social no es tan grande. Tú eres el chismoso.

–¡Yo no soy chismoso!

––¡Me acabas de pedir que te cuente algún chisme!

–Bueno, no te enojes, entonces cuéntame alguna anécdota tuya.

–Mhm.. Cundo era pequeña, le temía a los dinosaurios. Recuerdo que mi padre me llevó a un museo de estos. Cuando entré al lugar comencé a gritar y llorar, los empleados hecharon a mi padre y ami.

La risa del chico se escuchó del otro lado de la llamada.

–¿Quién demonios le teme a los dinosaurios?

–No me juzgues, era pequeña. ¿A ti que te asustaba?

–Mi abuela Marta.

–¿Por qué? ¡Pobre abuela!

–Su piel era muy arrugada y cuando le veía, me abrazaba tan fuerte que podía jurar que me quebraría los huesos.

–Eres un dramático.

–Ahora tú me estas juzgando.

–Tú te buscaste ser juzgado.

–¡Deja de ser malvada conmigo!

–Está bien. Oye, si mañana no llueve, podríamos ir al parque a comer.

–¿Tú siempre quieres comer? ¿Por qué nunca dices "Richie, me gustaría verte porque eres super cool y amigable"?

–Se me antoja una tarta de manzana.

–No puedo contigo...

(...)

Su cuerpo pesaba, sentía que pronto caería dormida en los brazos de morfeo. El ruido del teléfono la asustó. Se levantó rápidamente para atender.

–Tozier, ya no quiero hablar contigo, estaba durmiendo.–

–Tu alma, sobre la tumba de piedra gris a solas yacerá con sombríos pensamientos...–La voz fría se emitía a través de la línea.

Sky se paralizó en su lugar, sus ojos se cristalizaron. Sentía tanto miedo.

–Los Espíritus de los Muertos, en la Muerte te rodearán, y con Sombras tu quietud enlazarán...–

Miller se arrodilló y tomó el rosario que se encontraba arriba de su mesita de noche. Lo agarró con tanta fuerza que sus nudillos se tornaron blancos. El suave murmullo de su rezo invadió la fantasmal habitación.

Una carcajada perversa se transmitió, y un ruido fuerte ensordecedor le hizo anelar la hora de su muerte. Las lágrimas quemaban sus pómulos, y no dejó sus plegarias hacia Dios.

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