Capítulo VI

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Ya llevaba casi tres meses ahí. Las lluvias torrenciales acompañadas por el calor de agosto y septiembre estaban terminando, dándole poco a poco entrada a noches más frescas, incluso, a veces demasiado. El frío lentamente iba adueñándose de todo, octubre estaba en su apogeo.

Andrea salió como siempre sigilosamente, ahora más abrigada que antes, por detrás de la casa sin sospechar que María terminaba de inspeccionar el trabajo de una de las chicas en una de las vitrinas donde se encontraban diferentes antigüedades. La mujer, quisquillosa desde que lo recordaba, solía hacerlo con la luz apagada ya que la iluminación del exterior delataba los detalles mal hechos.

Un objeto aún sucio apareció frente a ella cuando de pronto un movimiento casi imperceptible llamó su atención. Se quedó quieta en su lugar. Entornó los ojos, suspicaz. No solía terminar tarde sus deberes, sin embargo, tendrían pronto visitas de una comercializadora muy importante y debía verificar que todo estuviera impecable, mejor aún, perfecto si era posible. No logró divisar quién era, pero por la silueta y el tipo de movimientos, parecía ser una mujer. Temeraria desde pequeña, la siguió con cuidado, en silencio. Ese cabello era inconfundible al igual que la altura, descubrimiento que la dejó aturdida. Pestañeó varias veces consternada, rogaba con todas sus ganas que Andrea no estuviera haciendo alguna tontería y que ella no hubiera sido tan ilusa e ingenua como para no darse cuenta.

La joven volteaba de vez en cuando para verificar que nadie la siguiera. María sentía que el martilleo de su corazón la delataría, frustración e indignación comenzaban a apoderarse de sus emociones como si de un tsunami se tratara. La siguió hasta que se detuvo en seco al ver a Pedro que se le unía en el camino— Par de chiquillos —juró por lo bajo. Ahora sí no tenía duda, ese muchacho era terrible y sabía de sobra que se habían hecho amigos allá en el campo.

Volvió a maldecir sin detener su cuidadoso espionaje. Los dos chicos desaparecieron en el viejo granero. La mujer tomó aire y entró sin hacer ruido. A lo lejos se escuchaban sus voces. Las siguió sin problema, se escondió tras de unas pilas de paja que se hallaban muy cerca de ellos. Quería agarrarlos infraganti. Se sentía tan herida en su confianza y orgullo por esa niña que rechinó los dientes furiosa. En cuanto a Pedro, mocoso de pacotilla, ahora sí se encargaría que aprendiera la lección, nunca se había equivocado tanto. Esperó unos segundos y atusó el oído.

—A ver, enséñame —era la voz de Andrea, no parecía tener miedo ni remordimiento. ¡Demonio de muchacha! Tenía las manos en un puño llena de coraje—. Pedro, esto no es lo que te pedí —parecía un poco molesta, sin embargo, lo decía cariñosa.

—Lo sé, Andrea, pero es lo que pude —el chico sonaba culpable. María estaba a punto de entrar en escena cuando escuchó nuevamente a la joven.

—Pedro, yo arriesgo mucho cada noche escabulléndome hasta aquí para enseñarte cómo puedo lo que necesitas para regresar a la secundaria y tú me dices simplemente que «no pudiste» —al oír eso la mujer abrió los ojos de par en par tapándose la boca por miedo a que se le saliera algún ruido debido al asombro. Andrea le estaba enseñando a Pedro. ¡Oh Dios!

—Lo sé, pero no tuve mucho tiempo, lo siento.

—No, Pedro, si no pones de tu parte yo no puedo seguir y es más, si tú no cumples le diré todo a Matías y a Ernesto. No importa que a mí también me regañen. Bien merecido lo tendré por intentar ayudar a alguien que no quiere que lo ayuden —Andrea parecía muy enojada. En el tiempo que llevaba de conocerla nunca la había escuchado así, pero una parte de ella le daba gusto que alguien lo estuviera poniendo en su lugar a ese chiquillo rebelde.

Belleza atormentada © ¡A LA VENTA!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora