Capítulo X

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Andrea no durmió muy bien, se despertó varias veces preocupada. ¿Qué debía hacer?, ¿cómo seguiría esquivando las preguntas de Matías? Y lo más importante; ¿cómo haría para dejar a un lado todo lo que ya sentía por él? Su cuerpo no la obedecía cuando estaba cerca y su corazón amenazaba con salirse de su pecho cuando la miraba de aquella forma.

Al amanecer tomó una ducha lenta y pausada. Tallándose con lentitud recordó las cicatrices que tenía en la espalda. Cerró los ojos fuertemente. Matías se metió a la regadera con ella, debió verlas sin problema, eran de un tamaño considerable y difícil de ocultar. Evocó de inmediato cómo habían quedado aquellas marcas en su piel, esa era una de las cosas que más deseaba olvidar por la humillación que le generó, pero sabía que jamás lo conseguiría. Resopló bajo el chorro de agua. Ocultaba demasiadas cosas y con tan solo veintitrés años, se sentía de setenta.

Eligió ropa deportiva para dejar de sentirse enferma, anduvo despacio hasta los pies de su cama quejándose aún por lo molesto en su pierna, y comenzó a desenredarse el cabello intentando pensar en otras cosas más agradables. De pronto tocaron la puerta. Era él, lo sabía, su piel lo sentía.

-Adelante -musitó un tanto nerviosa. Matías apareció enfundado en una sudadera oscura, un jean y tenis a juego. Se veía tremendamente sensual y joven.

-¿Puedo pasar? -asintió afectada por su presencia-. ¿Cómo te sientes?

-Mejor... gracias -Un nudo la distrajo y comenzó a pelear con él. Matías se acercó sin poder evitarlo.

-Deja... yo lo hago -le quitó con ternura el cepillo de sus manos y comenzó a pasarlo por su cabello delicadamente. Andrea no supo qué hacer ni cómo reaccionar ante la intimidad que mostraba ese gesto-. Tienes un cabello hermoso... ¿te lo habían dicho? -negó con la mirada clavada en el suelo, sintiendo que no entraba suficiente aire-. Pues así es... desde que lo vi libre de todas esas cosas con las que llegaste, me di cuenta de eso -tragó saliva con las mejillas completamente encendidas. Sus insinuaciones cada vez eran más claras. Terminó diez minutos después-. ¿Te gustaría desayunar en el jardín?

-Sí... -las palabras no salían de su garganta, simplemente la dejaba sin aliento y por si fuera poco, muda. Cuando Matías terminó de dar instrucciones por teléfono se hincó frente a ella apoyando una mano sobre su rodilla derecha.

-Ayer no quería presionarte... Discúlpame, no era el momento -pestañeó suavizando su expresión, embelesada por sus cercanía, por la manera suave de tratarla-. Hoy vamos a olvidarnos de todo eso y pasarás un domingo tranquilo, ¿quieres?

-Quiero... -susurró intentando devolverle la sonrisa.

Y así fue. Desayunaron en el jardín en medio de una conversación fluida y amena. Minutos después, dieron un paseo por los alrededores. Ella deseaba que un poco de aire acariciara su rostro, aún un poco demacrado. No obstante, al caminar, el sitio donde aquel animal derramó su veneno molestaba, por lo que cada cierto tiempo se detenía sonriendo y frotándose la zona. Matías, al percatarse de su malestar, aprovechó y en más de una ocasión rodeó con firmeza su cintura y luego continuaba el recorrido como si nada, dejando a Andrea nerviosa y con el pulso disparado.

Cuando la joven se mostró agotada, la ayudó a subir de nuevo a su habitación y no se fue hasta que la vio arropada y acurrucada.

Más tarde, cuando despertó, comieron en la cocina. Hablaron acerca de Pedro y sus travesuras. Sobre los recuerdos que tenían el uno del otro; cuando él era mucho más joven y ella una niña. De los lugares que conocían y lo que a cada uno les parecían. Sin embargo, por muy agradable que estuviera resultando todo, él se daba muy bien cuenta de cómo al tocar temas un poco más profundos, ella cambiaba de dirección la conversación, incluso, en un par de ocasiones, de forma radical.

Belleza atormentada © ¡A LA VENTA!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora