Capítulo XXV

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Matías estaba a nada de desfallecer debido al agotamiento tanto físico, como mental; pese a eso, no quería dejarla sola. Si despertaba y no había nadie podría ponerse peor, por otro lado, era importante observar en qué estado se encontraba. Se acomodó en su cama intentando estar lo más retirado posible de su cuerpo, era un colchón grande, por lo que no tuvo problema para que así fuera. Su primera idea, cuando entró con la intención de no irse, fue dormir en aquel sillón donde pasó una noche velando su sueño aquel día tan lejano en que ese ponzoñoso animal le inyectó su veneno. No obstante, desechó la idea casi inmediatamente, su cuerpo ya no podía más, cada músculo lo sentía engarrotado, adolorido, el cuello le estallaría de la tensión acumulada y los ojos los sentía como si miles de esquirlas se los rasgaran cada vez que parpadeaba. Así que se tendió cual largo sobre el edredón importándole ya solo el hecho de que en cualquier segundo perdería el conocimiento y eso sucedió, en cuanto puso su cabeza en la almohada, quedó noqueado.

Andrea abrió los ojos un par de horas más tarde. No recordaba muy bien lo ocurrido, ya estaba oscuro por lo que no veía con claridad. De pronto, un suspiro profundo la alertó, abrió los ojos atónita, giró hacia su lado izquierdo y lo vio. Matías. Estaba profundamente dormido boca abajo con su rostro dando hacia ella. Lo observó sin moverse por unos instantes con las manos aferradas a la frazada. Lo amaba, siempre sería así, él llegó a ese sitio donde nunca nadie había tenido acceso, a ese lugar que siempre protegió comprendiendo que si lo mostraba, se expondría por completo. Él, su aroma, su sonrisa, su paciencia, su infinita ternura, su modo de mirarla, su pasión al tocarla, su serenidad al escucharla, su amor incondicional.

Sintió que nuevamente un nudo enorme se atascaba en la garganta, ahí, en ese sitio donde duele, que si incluso se pone la mano, se puede sentir. Se sentía miserable por hacerlo sufrir nuevamente; sin embargo, se sentía vacía e incapaz de dar nada. Recordó de pronto lo que sucedió unas horas atrás y de inmediato el corazón se le encogió. Lo atacó, lo golpeó y él... él como siempre, simplemente se dedicó a tranquilizarla con aquella ternura y paciencia que empleaba únicamente cuando se trataba de ella. Después... vio blanco y sintió cómo su cerebro se desconectó de su cuerpo, como si hubiesen apagado una especie de fusible mental. Más tarde, al recobrar el conocimiento, de lo primero que fue consciente, fue de su mirada angustiada y llorosa sobre ella. El llanto ya no lo pudo controlar, no recordaba muy bien qué le había dicho, ni qué propició todo; pese a eso, supo, con dolorosa certeza, que estuvo a un paso de perder la cordura, lo percibió en aquel momento y eso la aterró. También, entre imágenes borrosas de aquel episodio, sabía que vio a Cristóbal. De pronto se escuchó a sí misma corriéndolo, culpándolo... no pensaba lo que le dijo, para ella, él no era el responsable; sin embargo, no se sentía lista para enfrentar absolutamente nada, ni a nadie.

A pesar de eso, sabía muy bien que cuando llegara el momento tendría que hacer acopio de toda su fuerza para por fin acabar con esa mujer que le destrozó la vida, pero por ahora no se sentía lo suficientemente preparada para nada más, ni siquiera para luchar por el amor que sentía por el hombre que tenía descansando serenamente a su lado. Si permitía que se le acercara solo lo lastimaría, ella era la sombra de lo que solía ser, la amargura y el rencor por ahora regían su vida y Matías no se merecía eso, no lo permitiría por mucho que lo amase. Minutos después volvió a vencerla el sueño mientras se perdía en sus pensamientos y acumulaba toda la fuerza que, sabía, necesitaría probablemente dentro de poco.

Ya amanecía cuando volvió a despertar, la luz del crepúsculo se filtraba por la ventana. Matías aún seguía ahí, inmóvil, endemoniadamente hermoso con aquellos colores del alba sobre su perfecto rostro. Se incorporó intentado no despertarlo y se dirigió al baño. Al mirarse en el espejo no se reconoció, hacía mucho tiempo que no se veía... Acarició su reflejo recorriendo sus contornos con los dedos. Varias lágrimas volvieron a salir sin poder evitarlas, esas no eran como el día anterior, esas eran de tristeza por darse cuenta de lo que ahora era su existencia, en lo que ella la había transformado.

Belleza atormentada © ¡A LA VENTA!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora