II: Los ojos de alguien más

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La casa de los Ortega celebraba la reunión de fin de año, típica del partido y ahora del electo gobernador.

Diciembre estaba siendo el mes mas frió de todo el año, tal vez de toda su vida. Así que esa noche, ni siquiera el grueso abrigo sobre su pulcra camisa, lograba trasmitirle algo de calor. Hasta que sus miradas se encontraron, Mateo seguía por todo el jardín al nuevo gobernador cuando lo miro, solo lo miró, sin una sonrisa, solo con sus orbes verdes y eso basto para alojar una sensación de hormigueo en su pecho. Iba a caminar directo al joven alto cuando una muy conocida voz lo llamó.

Diego estaba ahí, sonriendo como siempre, lo saludo con una broma y un largo abrazo. Vaya que lo había extrañado, hablar dos veces a la semana por teléfono no se comparaba con tenerlo siempre, pero Diego estaba contento en la escuela de artes dramáticas, y no importaba lo demás. Incluso tenía un novio ahora.

"Así que Mateo Simansky. Me sorprendes mucho Cuauhtémoc, eso si que es un cambio radical de tus gustos. Digo, no está mal, pero siempre creí que Mati era más mi tipo que el tuyo".

Aun era extraño hablar con su mejor amigo de alguien que no fuera, él, Aristóteles, el mal de todas las penas de su amigo. Ese pensamiento lo hacía sentir tan mal. Había roto el corazón de su mejor amigo porque amaba a Aristóteles, y ahora no estaban juntos. Ahora él estaba enamorado de este otro chico, y también había roto el corazón de Aris, era como repetir la historia. Solo que el rizado no se había tomado las cosas tan bien como el muchacho a su lado. A veces se preguntaba si Aris y él habían sido simples amigos alguna vez, pues desde que se conocieron hasta que se hicieron novios oficialmente, las cosas nunca se habían sentido con Ari como con alguien más. Ni siquiera con Mateo.

"No me gusta solo por su apariencia".

"Claro, es naturalmente encantador, buenmozo y un caballero, por no decir que inteligente, a eso añade el hecho de que parece escultura griega. Obtienes a Mateo. Es fácil saber que te gusta de él. Siempre tuviste buen ojo para con las citas. Incluso Aristónteles era medianamente guapo, y tocar el piano le sumaba puntos. Aquí el único que no encaja en tu pareja perfecta siempre he sido yo". El comentario tocó algunos de sus puntos sensibles, pero la franqueza de su mejor amigo era algo que agradecía. Diego Ortega, contrario a lo que todos habrían creído, había sido la primera persona en reprenderlo por la actitud tan desinteresada que Temo había tomado frente a todos ante la partida de Aris. 

"También eres guapo, Diego. Y sin duda eres una de las mejores personas que conozco, con uno de los corazones más bondadosos que he tenido la suerte de encontrarme", el mencionado lo miró fijamente unos segundos, con un brillo singular en su mirada.

"Lo sé. Pero tu tienes esa suerte Temo, la suerte de que todos los que te rodeamos te amemos"; eran palabras alentadoras, pero el tono en que lo había dicho lo hizo sentir un poco incómodo.

"No todos me aman", al menos ya no.

A kilómetros de ahí, un hombre con semblante triste y los sueños a futuro destrozados, seguramente estaba maldiciendo su nombre, si aún lo amaba, lo amaba con odio, y si no... Si ya no lo amaba, simplemente lo odiaba. A cientos de kilómetros de ahí, se encontraba un hombre al que le había hecho la promesa de amarlo por siempre, sin importar nada. Era una lastima que algunas promesas no se pudieran cumplir como uno deseaba. Porque él lo deseaba, deseaba no haberse enamorado de alguien más, no haber mirado otros ojos.

Si tan solo supiera como remediar las promesas rotas.

"Cuauhtémoc". Era su gruesa voz quien lo llamaba.

Pero él no lo sabía.

Mateo lo miraba nuevamente sin expresión, así que Temo le regalo una sonrisa, y entonces sucedió, el rostro del más alto se ablandó.

"No te quedes ahí parado, hay un discurso que dar". Y así lo hizo, siguió a su compañero hasta la pequeña tarima en el jardín. Todos estuvieron atentos a las palabras que él mismo había redactado desde dos semanas atrás, una parte de si se sentía llena de orgullo cuando el resto de trabajadores y conocidos supieron que era obra suya y lo felicitaron.

"Tal vez tu y yo podríamos ir a celebrar que el trabajo al fin reducirá". Aquel tono en su compañero era algo inusual, que se estaba volviendo común en los últimos días. A una parte de Cuauhtémoc le agrava, hacía ver a Mateo más como un simple chico universitario, no como una estatua de mármol andante.

"Simansky celebrando que se acabó el trabajo, el mundo se va acabar". El tono de Diego era juguetón, Mateo ya estaba un poco acostumbrado a lidiar con ello.

"Buenas noches Diego", había sonado tan frio como siempre.

"Creo que esa invitación a celebrar no me incluye, así que, pasen una buena noche muchachos. Usen protección y si beben no manejen", justo como había aparecido su amigo, se fue caminando en dirección a su madre, que charlaba con la que podría ser la esposa de algún otro político.

"¡Diego!"



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