Acostada acompañada solo por una luz débil junto a la cama que le sirve también de cobija, Margarita mira el techo y se pregunta como es que en ese momento de su vida se siente tan miserable. Recuerda a la perfección sus mejores años: cuando fue elegida reina de la primera por sus compañeros, como todos los hombres morían por salir con ella, la envidia que sentían las mujeres al ser opacadas por una jovencita, los regalitos que le daban a donde quiera que iba y sobre todo la atención, la atención que todos, absolutamente todos, ponían a ella siempre que hacía o decía algo. Ella era Santa Martha y Santa Martha era ella, sin ella Santa Martha hubiera caído al olvido luego de que su tío muriese, y sin Santa Martha, Margarita habría sido ignorada como el resto de la población y para ella pasar desapercibida no era una opción. Si había sido tan bella y popular, querida y deseada, hermosa y codiciada, ¿por qué estaba ahora vieja, arrugada, sola y miserable en esa cama vieja que no paraba de rechinar por cualquier mínimo movimiento? De ser un símbolo de pasión y diversión, ahora lo único que causa es lástima por ser una vieja abandonada. Su única compañía son sus siete gatos y la linda Linda, la chica que la cuida todos los días por mandato de su hijo el que está más lejos porque es el que mayor culpa siente.
Un leve movimiento para acomodarse en la cama y un rechinido. Un suspiro, otro rechinido. Margarita jura que hasta cuando piensa rechina la maldita cama. Mira y mira al techo preguntándole lo de siempre ¿cuándo empezó mi decadencia? Y aunque el techo no le responde ella conoce perfectamente la respuesta. Su decadencia no es un cuándo si no un quién, ese quién es un viejo conocido con un bigote poblado y unas manos grandes que encajaban perfectamente con lo redondo de sus glúteos, brazos grandes y largos para rodearla todita por la cintura, piernas largas para alcanzar la olla que estaba hasta arriba en la alacena, uñas cortas para no lastimarla cuando paseaba sus manos por su espalda, ojos feos pero carismáticos y una voz fina que no encajaba con su personalidad tan bruta. Víctor Valenzuela, se llamaba el maldito que un día vino como huracán arrasando todo lo que era la vida de Margarita para convertirla en un caos que ella juraba en ese momento no era otra cosa más que amor pero que hoy día, acostada sola y raquítica en su vieja cama sabe que aquello no fue más que una estupidez. Cierra los ojos y otro maldito rechinido. Pero si le dieran a elegir entre cambiar su vida o cometer el mismo error no lo dudaría ni medio segundo: escogería arruinarse una y mil veces esta y todas las vidas que tenía por delante solo si era junto a Víctor. Volver a pensar en ese joven con aspiraciones típicas de su pueblo, nada destacable, tan cotidiano, le provocó un dolor en el pecho, justo a la altura de su seno flácido, pensó que era el corazón pero inmediatamente se retractó, ella no tenía corazón, lo sabe perfectamente desde el día en que le hizo lo que le hizo a Victor y por eso sabe que él no la ha visitado jamás desde el más allá. Sabe que desde ese día perdió amigos, confianza y sobre todo el amor de el mejor hombre del mundo, el único que le aguantaba los berrinches porque hacía demasiado calor, o el que corría aunque fuera a la tienda que estaba al otro lado del pueblo solo porque ella quería un refresco frío, un hombre que en sociedad era un caballero pero que en la cama era una bestia que le arrancaba de quién sabe donde una cantidad de orgasmos que no sabía pudiera llegarse a tener, el que escuchaba sus problemas con su hermana y que siempre le daba un par de consejos tan buenos.
Victor, perdóname Victor. Te extraño Victor, ¿dónde estás Victor? Por favor, ven, te extraño. Quiero volver a verte, necesito de ti, de tus manos, de tus pies, de tus vellos, de tus pedos a mitad de noche, necesito que me toques, quiero que me metas mano como cuando estábamos en la cena de mis padres aquella vez, ¿te acuerdas? Cenábamos y no paraban de hablar de la boda de Catrina y entonces comenzaste a deslizar lentamente tu mano por mi pierna y luego por debajo de la falda que me compré aquel día solo para ti, tus juguetones dedos encontraron el camino para bajar mi calzón y que comenzaras a tocarme como si estuviésemos en la intimidad. No sabía si estaba más excitada por lo que me hacías ahí abajo o porque mi familia nos fuera a descubrir en cualquier momento. Pero... ya van cuarenta y siete años que no me tocas Victor. Ni ahí abajo ni un pelo ni si quiera tu aliento me llega por las mañanas, ¿dónde andas? ¿Por qué me hiciste caso y fuiste al Río Mazapán aquel día? Siempre me contradecías y solo aquel día se te ocurrió seguir una instrucción que por más que hice ademanes para darte a entender que era falsa aún así la seguiste. O, tal vez tú pensaste que las señales las interpretaste distinto y por eso rompiste la tradición y me hiciste caso. Fuiste solo, tuviste que haber pensado en el camino, ¿por qué no pensaste más? Debiste pensar que me estaban amenazando y que te iban a matar, debiste pensar que tenías que ir a otro lugar que no fuera el Río Mazapán, debiste pensar, debiste pensar más con un demonio. ¿Dónde estás Victor? Me dicen que estás en el cementerio pero yo estoy más que segura que en realidad andas por los pasillos de esta casa, estás en mi cocina preparándote un taco de sal, estás en el jardín cortando una fruta y sobre todo estás conmigo justo ahora por eso la cama rechina, no aguanta el peso de los dos, yo soy ligera y bella pero tú eres un ogro gordo y por eso la cama rechina. ¿Pero en dónde andas? Si estás junto a mí, ¿por qué la habitación se siente tan sola? Si estás comiéndote un taco, cortando la fruta del jardín o enterrado dos metros bajo tierra en el cementerio, ¿por qué no vienes a verme? ¿Estás enojado conmigo? Pero si yo no tuve la culpa. No les hagas caso a los que dicen que te vendí, que dejé que te cortaran el cuello. Mienten. Todos mienten. Créeme a mí, porque yo siempre he creído en ti. Ya deja de moverte, haces que la cama rechine mucho y sabes perfectamente que me molestan esas ruidos. Mejor duérmete. Abrázame como cuando teníamos veintitantos, pero esta vez no me vayas a soltar. Buenas noches, Victor. ¿Victor?
¿Dónde estás, Victor?
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Estrellas de mediodía
RomantizmLa historia de una familia que lo cambió todo en un pueblito.