Capítulo 8.

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El asesino o... Los asesinos?

Tuve que tocar la puerta de Jaden unas cinco veces para que la abriera.

—¿Es que ya no me quieres? ¿Por quien me haz cambiado?— Dije mientras entraba a la casa como si estuviese en la mía.

—Claro, pasa.—Siempre decía lo mismo pero al igual que yo con Agnes a él no le molestaba.—Tan paranoica y dramática como siempre hace su entrada mi mejor amiga, puff, puff.— Hizo ademanes con las manos como si fueran fuegos artificiales.—Ven acá estúpida, yo también te extrañé.

Le salté en un abrazo efusivo y luego nos sentamos en la sala donde tenía un buen lío de papeles por todos lados.

—Así que... ¿Debo suponer que por esto es por lo que me haz tenido en el abandono?— puse mi mejor cara de perro arrollado.

—Pues sí, he estado muy ocupado con esta historia, debo terminarla antes de la semana que viene.— Lucia cansado y ahora que me fijaba bien hasta con ojeras.

Eché un vistazo a mi alrededor y todo estaba desordenado, él siempre tenía todo limpio, así que sí había estado muy ocupado.

—Pudiste pedirme que viniera, yo te habría ayudado.— Sabía que no lo habría hecho, le gusta ser original con sus historias, sin pedir ayuda ni ideas, se le daba bien, es creativo.— ¿Ya la terminaste?

—Sí, me falta un poco del final pero ya puedo estar tranquilo, son solo unas lineas.

El pobre de Jaden estaba en un rincón, encorvado, parecía que en cualquier momento se quedaría dormido.

Quería hacer algo por él, no me gustaba verlo tan estresado, él y yo nos conocemos desde los doce años, me salvó de otro niño pero eso es otra historia.

¡Ya sé!

Voy a hacer que se relaje y duerma un poco.

—¿Sabes que? Por hoy vas a descansar, mañana terminas el final, prometo ser la primera en comprar tu libro pero ahora necesitas despejar tu mente, te vas a sentir mejor mañana, ya verás.— Me dirigí a su habitación y volví tan rápido como pude con una almohada en un brazo y una manta en el otro.

Jaden sonrió como un niño de tres años ante un regalo, sus ojos se llenaron de emoción pero sin dejar de lado él cansancio que los nublaba en este momento, podía entenderlo, cuando se esmeraba en algo lo terminaba y lo hacía bien, le gusta la perfección, yo no era tan diferente.

Sonreí de vuelta y acomodé la almohada en el gran sofá, nunca entendí por qué lo había comprado tan grande, le pregunté y lo que dijo fue: nunca se sabe lo que puede pasar, es mejor estar preparados.

Lo ayudé a levantarse de su esquina y ya en el sofá le puse la manta.

—Quien te viera, siempre cuidando de mí como si fuera un bebé, hasta pareces mi madre.— Se burló acomodándose boca arriba y cerrando los ojos.

—Y bien que te gusta pendejo, mejor duerme, yo voy a irme más tarde.

—No puedo dormir.— Comenzó a respirar pesadamente.

—Lo que pasa es que tienes que relajarte, voy a prepararte un té, ya vuelvo.— Me levanté y fui directo a la cocina.

Unos diez minutos ya tenía una taza de té humeante en la mano, cuando volví a su lado él ya respiraba con normalidad.

—Jay, aquí está.— No me respondió.

¿Se habrá dormido?

Puse la taza en la mesita de café y lo removí con cuidado.

¿Quien eres?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora