No hay animal más peligroso que el mismo ser humano.
Podría dañarte mientras manipula tu mente, convertirse en la razón de tu desastrozo pasado, ser la causa de tus inseguridades y el por qué de tus actos. La capacidad de cometer algo tan repulsivo...
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Uno, dos, tres. Cada rechinido que provocaban sus zapatos se oían a lo largo del pasillo. Su respiración se agitó, teniendo en mente el conteo exacto de los minutos que pasaban.
Tenía prisa.
Paredes blancas, cerámica luminosa, pantallas holográficas por doquier... En este lugar no había siquiera una ventana, la calefacción era tan baja que su cuerpo automáticamente temblaba debido al frío, impidiendo que su cuerpo se moviera con mayor agilidad. Todo parecía bastante moderno, pero al mismo tiempo tan reservado y formal. Un laborioso lugar en el que siempre había algo qué hacer sin lugar a excusas.
Entre tantas puertas a los costados, se hallaban salas de entrenamiento, uno más que otro laboratorio experimental y al final; en el fondo, sus ojos se fijaron únicamente en la puerta más grande y ancha. Su único destino.
¡Pam!
—¡Buenos días! Mil disculpas por la tardanza, señor —abrió la puerta con brusquedad como típicamente lo hacía, sobresaltando a todos los que trabajan en la misma oficina. El chico se apresuró para hacer una reverencia de disculpa, bajando la cabeza ante su superior. Un señor mayor que siempre permanecía sentado en su respectivo escritorio, solo le sonrió e hizo un ademán para que se acercara.
—Nada de formalidades, agente Y26. Está bien. Lo importante es que estás aquí —juntó ambas de sus manos sobre el escritorio—. Tenemos algo muy importante de lo qué discutir contigo. Siéntate, por favor.
—¡Sí, señor!
La reunión ni había comenzado cuando el ambiente ya se estaba tornando tenso. El joven obedeció y con reverencia miró al hombre que tenía en frente, su superior: Yamada Atsushi, un hombre de apariencia sabia y madura, que a pesar de su edad, su aspecto físico no lucía tan envejecido. Siempre se veía sereno y tranquilo hasta en las peores situaciones. Y además del gran respeto que le tenía, lo admiraba más que a nada en el mundo.
Tal como a un padre, si así se le podría llamar a uno.
—¡Así que aquí estás, Yuta! —haciendole mención a su verdadero nombre, una chica de gafas y hermoso cabello cobrizo recogido en trenzas, se hizo presente en la en la oficina. La chica llevaba puesta su típica bata de laboratorio, y entre sus manos, sujetaba una tableta electrónica contra su pecho.
Al joven rubio se le erizó la piel.
—¡Wendy...!
La chica se detuvo en seco a su lado, cruzándose de brazos.
—¿Soy yo, o creo que de verdad será necesario hacer nuevos ajustes al sistema de audio interno? —le lanzó una mirada levemente severa. Yuta comprendió la indirecta en su pregunta.
—Ah, si te refieres a eso... Lo siento, lo había puesto en modo vibrador, pero la verdad es que no pude contestar la video llamada. Rapunzel y yo tuvimos un pequeño percanse... Canino.