No hay animal más peligroso que el mismo ser humano.
Podría dañarte mientras manipula tu mente, convertirse en la razón de tu desastrozo pasado, ser la causa de tus inseguridades y el por qué de tus actos. La capacidad de cometer algo tan repulsivo...
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Dondequiera que se posaran sus ojos, una cierta cantidad de cuerpos se arrinconaban entre si; unos contra otros en cada rincón, como si de juguetes desechables se tratara, bañados en ruina y desgracia. El museo de arte Tenfu, cuyas preciosas obras artísticas poseía y que, en su momento, transmitieron una vivaz alegría hacía unas horas atrás; ahora se había desvanecido, formando parte de una escenario fúnebre y terrorífico. Todo allí olía a una profunda catástrofe sanguinolenta, un olor desagradable que se impregnaba en el aire, difícil de ignorar para cualquiera.
Lo respiraba, aunque deseara no hacerlo.
Dos emociones chisporrotearon dentro de sí, la cólera y la impotencia abundaban más que cualquier otra cosa. Como si presenciara una muerte lenta y cruda, la culpa lo acechaba hasta hundirlo en su propio agujero. Lo hecho, hecho estaba; y por más que a Johnny le costara aceptarlo, no había nada que pudiera hacer para remediarlo.
Odiaba ese sentimiento, todo porque había llegado demasiado tarde. Tarde para impedir algo que jamás debió pasar. Tarde para siquiera salvar una vida. Y si hubiera llegado aun más tarde, el pergamino también habría formado parte de su lista negra.
El pergamino de cristal no se encontraba expuesto en la sala principal de la galería. Tampoco lo tenía él, pero lo cierto era que estaba a salvo, de eso podía asegurarse. El sistema de seguridad de la cápsula que lo protegía, no había emitido ninguna alerta aún, de modo que el código especial no había sido hackeado, o al menos eso esperaba. Esto era algo que solo Yuta y él tenían conocimiento —además de los seis difuntos guardias que se habían ofrecido a acompañarlos—. Una vaga idea se le atravesó por la mente en cuanto consideró que debería ir en su búsqueda, pero inmediatamente se retractó de ello cuando apenas dio un paso. No hacía falta ser demasiado perspicaz para darse cuenta de lo que ocurría, porque efectivamente no estaba solo.
Johnny alzó la cabeza y su vista recayó en esa persona, cuando sintió que el corazón se le paralizaba. Estaba justo allí, observándolo con total fijeza sin importar la altura que los separaba, mientras se apoyaba entre las barandillas de las escaleras. Esta vez no había máscara que ocultara sus ostensibles intenciones, como si lo hiciera con esa deliberada intención. Su mirada lasciva no fue lo que realmente repudió en ese entonces, fue algo más allá de la curva de sus finos labios rosados. La perversidad se transmitía en ellos sin ningún atisbo de arrepentimiento, al arrastrar su lengua por la hoja delgada de una de sus espadas; degustando el sabor amargo de la sangre ajena que se corría en ella. Una escena perturbadora e inhumana, que no cualquiera soportaría ver.
Y aquello fue solo el principio de su real pesadilla. Porque después de haberlo arriesgado todo en su largo enfrentamiento que no parecía tener fin, sus actos lo llevaron a una situación verdaderamente apretada.
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