No hay animal más peligroso que el mismo ser humano.
Podría dañarte mientras manipula tu mente, convertirse en la razón de tu desastrozo pasado, ser la causa de tus inseguridades y el por qué de tus actos. La capacidad de cometer algo tan repulsivo...
—¿Cuánto tiempo llevas aquí? —inquirió Taeyong, antes que se volviera para encararlo de frente con el cuerpo rígido.
Con suma tranquilidad y sin tener ninguna prisa con su respuesta, el pelinegro se sentó en la primera mesa vacía que se le atravesó a la vista.
—Lo suficiente para saber que has estado corrompiendo nuestros principios, supongo —respondió, enfatizando cada palabra con lentitud. La astucia se asomaba en el borde de sus labios, peligrosamente, como si deseara hundirlo ahora que lo había "cachado". Pero aquellas palabras no lograron ningún impacto en Taeyong, quien se limitó a entornar los ojos.
Era de esperarse que dijera tal cosa.
Pese a ello, sus pasos se adelantaron con desgana, optando por sentarse frente al otro. El pelinegro continuó:
—No está en nuestro deber relacionarnos con cualquier extraño, y eso, tengo entendido que lo sabes —la sonrisa de éste se tornó más ancha y filosa, exhibiendo a toda vista su perfecta dentadura—. Si el señor Shen Mei llega a enterarse...
Hizo una pausa, y observó con picardía la expresión de su compañero, esperanzado por provocar alguna reacción de en él.
Por su parte, Taeyong solo se limitó a encogerse de hombros. Él tenía muy clara la razón y el por qué de sus propios asuntos; por lo tanto, no tenía el mayor interés en la supuesta amenaza que pretendía su compañero. Tampoco le daría explicaciones.
—Me extraña que te preocupes demasiado, Ten. Solo ha sido un tonto idiota que se me cruzó en el camino.
La sonrisa del susodicho se torció en una mueca. Ambos se miraron retóricamente por un breve segundo.
¿Crees que soy tonto...?
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—Ja, tranquilízate. No le diré a nadie... No aún —murmuró a lo último, soltando una pequeña risilla forzada. Taeyong enarcó una ceja—. Solo me ha resultado un tanto gracioso todo este asunto... Ver cómo un estúpido humano intentaba hacerte creer que podrías ser su amigo. Patético.
El rostro de Lee Taeyong se envolvió en una careta fría y antipática, queriendo demostrar lo poco que le importaba su irracional comentario fuera de base, que solo manifestaba sus intenciones por sonsacarlo. Qué increíble que quisiera intentar molestarlo con eso. Prefirió no responder.
—Prométeme algo, Taeyong —prosiguió Ten, atacándolo con ojos fulminantes que emanaban una severidad peligrosa, así como el reciente cambio de coloratura que adquirió su voz; perturbador y susurrante como las serpientes—. Procura no cometer ningún error esta vez. Y si resulta necesario, nos deshaceremos de esos inútiles, ¿entiendes? Nada más merece la pena en este mundo. Solo importa nuestro deber.
En un impulso influenciado por aquellas palabras, el pelicastaño hundió las uñas en la madera de su asiento. Podría tolerar todo un día escuchando sus absurdas burlas, pero si había algo que más le molestaba, era que lo sermoneara como si fuera un imbécil descuidado. El pelinegro sabía muy bien cuánto eso lo enfurecía, y por ende, su ser se deleitaba de placer cuando finalmente lo conseguía.