Capitulo 25

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Al día siguiente en el instituto, aparco en el sitio de siempre, salgo del coche y paso junto a Damen para acercarme a Haven, que está esperando junto a la verja. Y aunque por lo general hago todo lo posible por evitar el contacto físico, la agarro por los hombros y la abrazo con todas mis fuerzas.

—Vale, vale, yo también te quiero. —Mi amiga se echa a reír y sacude la cabeza antes de apartarme—. Venga ya, sabes muy bien que no iba a seguir enfadada con vosotros para siempre.

Su cabello, teñido de rojo, está seco y liso; su esmalte de uñas negro está descascarillado; las sombras que hay bajo sus ojos parecen más oscuras de lo habitual y su rostro está decididamente pálido. Y aunque ella me asegura que se encuentra bien, no puedo evitar darle un nuevo abrazo.

— ¿Cómo te encuentras? —pregunto mientras la observo con detenimiento en un intento por «ver» lo que siente, pero su aura tiene un color gris, débil y transparente, así que no consigo ver nada.

— ¿Qué es lo que te ocurre? —Sacude la cabeza y me aparta una vez más—. ¿De qué va toda esta demostración de amor y afecto? No me lo esperaba de ti, la que siempre lleva el iPod y la capucha.

—Me enteré de que estabas enferma y como no viniste al instituto ayer... —Me quedo callada. Me siento algo ridícula por haberme comportado de semejante forma.

Sin embargo, Haven se echa a reír.

—Ya sé lo que pasa aquí —me responde—. Todo esto es culpa tuya, ¿verdad? —Señala a Damen con el dedo—. Has aparecido por aquí y has transformado a mi fría y desapegada amiga en una boba sentimental.

Y aunque Damen también se ríe, la risa no alcanza sus ojos.

—No ha sido más que una gripe —añade mientras Miles enlaza el brazo con el de ella y todos atravesamos la puerta—. Aunque supongo que pensar en lo que le ha sucedido a Evangeline no ha hecho más que empeorar las cosas. Lo cierto es que tenía tanta fiebre que me desmayé un par de veces.

— ¿En serio? —Me aparto de Damen para poder caminar a su lado.

—Sí, fue de lo más extraño. Me acostaba por la noche con un pijama y me despertaba por las mañanas con otro diferente. Y cuando buscaba el que llevaba puesto antes, no lograba encontrarlo, como si se hubieran desvanecido o algo así.

—Bueno, la verdad es que tu habitación está hecha un desastre. —Miles suelta una carcajada—. O tal vez estuvieras delirando; ya sabes que esas cosas pueden ocurrir cuando se tiene mucha fiebre.

—Tal vez. —Haven se encoge de hombros—. Pero todas mis bufandas negras han desaparecido también, así que he tenido que pedirle prestada está a mi hermano. —Alza el extremo de la bufanda azul que lleva puesta y lo hace girar.

— ¿Había alguien que cuidara de ti? —pregunta Damen, que se pone a mi lado, me da la mano y entrelaza los dedos con los míos, provocándome una oleada de calidez que recorre todo mi cuerpo.

Haven niega con la cabeza y pone los ojos en blanco.

— ¿Bromeas? Lo cierto es que parece que estoy tan emancipada como tú. Además, siempre cierro mi puerta con llave. Podría haberme muerto allí dentro que nadie se habría enterado.

— ¿Y qué pasa con Drina? —pregunto, aunque se me retuerce el estómago al mencionar su nombre.

Haven me mira extrañada y dice:

—Drina está en Nueva York. Se marchó el viernes por la noche. De todas formas, espero que no pilléis esta gripe, chicos, porque, aunque algunos de los sueños fueron geniales, sé que a vosotros no os gustarían demasiado. —Se detiene al lado de su aula y se apoya contra la pared.

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