Capitulo 32

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—Bueno, ¿qué ha ocurrido? Te buscamos por todas partes y no te encontramos. ¿No me dijiste que estabas a punto de llegar?

Me doy la vuelta para darle la espalda a la ventana y me reprendo a mí misma por no haber encontrado una excusa, lo que me coloca en la incómoda posición de tener que sortear la pregunta.

—Y lo estaba, pero... bueno, tuve una especie de retortijón y...

—Cállate ahora mismo —dice Miles—. En serio, no digas nada más.

— ¿Me he perdido algo? —pregunto.

Cierro los ojos para evitar los pensamientos que inundan su cabeza, las palabras que se despliegan ante mí como uno de esas franjas que anuncian una noticia de última hora en la CNN: « ¡Qué asco! ¿Por qué insisten en hablar de esas cosas?».

— ¿Aparte del hecho de que Drina no se dignó aparecer? No, nada. Me pasé la primera parte de la noche ayudando a Haven a buscarla, y la segunda parte intentando convencerla de que estaría mejor sin ella. Ni que estuvieran saliendo juntas, por favor... ¡Es la relación más rara que he visto en mi vida!

Me sujeto la cabeza y me bajo de la cama, aunque es la primera mañana en una semana que me despierto sin resaca. Y aunque sé que podría considerarse algo «muy bueno», eso no cambia el hecho de que me siento peor que nunca.

—Bueno, ¿qué pasa? ¿Te apetece hacer unas compritas de Navidad en Fashion Island?

—No puedo, todavía estoy castigada —le digo mientras rebusco entre el montón de sudaderas. Me quedo helada al ver la que Damen me compró en Disneyland antes de que todo cambiara, antes de que mi vida pasara de ser solo extraña a ser extraordinariamente extraña.

— ¿Hasta cuándo?

—No sabría decirte.

Dejo el teléfono sobre la cómoda mientras me paso una sudadera verde lima con capucha por la cabeza. En realidad, sé que da igual cuánto tiempo me haya castigado Sabine, porque si quisiera salir, saldría; no tendría más que asegurarme de regresar antes de que ella volviera a casa. Lo cierto es que es difícil retener a alguien con poderes psíquicos. No obstante, el castigo me proporciona la excusa perfecta para quedarme en casa tranquilita y evitar toda la energía que desprende la gente, y esa es la razón por la que lo acepto sin problemas.

Vuelvo a coger el teléfono justo a tiempo para oírle decir a Miles:

—Vale, pues llámame cuando estés libre.

Me pongo unos vaqueros y después me siento frente al escritorio. Y aunque me duele la cabeza, me arden los ojos y me tiemblan las manos, estoy decidida a pasar el día sin la ayuda del alcohol, de Damen o de viajes prohibidos a otros planos astrales. Desearía haber sido más insistente, haberle exigido a Damen que me enseñara cómo protegerme. ¿Por qué la solución siempre parece pasar por Ava?

Sabine llama con vacilación a mi puerta y me doy la vuelta justo en el momento en que entra en la habitación. Tiene la cara pálida y demacrada, y los ojos enrojecidos. Su aura se ha vuelto gris y se ha llenado de manchas. Me encojo de pena al darme cuenta de que todo eso es culpa de Jeff, y de que Sabine ha descubierto por fin todas sus mentiras. Mentiras que yo podría haberle revelado desde un principio para impedir que le rompieran el corazón, pero para ello habría tenido que anteponer sus necesidades a las mías.

—Ever —dice antes de detenerse junto a mi cama—. He pensado que como yo no me siento muy cómoda con todo este asunto del castigo y puesto que tú eres casi una adulta, quizá debiera tratarte como si lo fueras, así que...

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