Érase una vez una hermosa niña de nombre Selena, muy humilde, con largo cabello negro y tenía una casita pequeña cerca del rio, cuando caía la tarde y asomaban las primeras estrellas, se acotejaba junto a la chimenea hasta quedar suspendida en un profundo sueño.
Cierto día junto al río, apareció de repente un caballito, tan pequeño como la palma de una mano y tan reluciente como la yerba de la mañana envuelta en el rocío.
– ¡Qué caballito tan hermoso! – exclamó Selena mientras lo acunaba en su regazo.
– Te daré mi amistad – dijo el caballito sin pensarlo dos veces – Vamos a jugar.
Y comenzaron a corretear por todo el bosque hasta la caída de la noche. Al día siguiente, se volvieron a encontrar junto al río. Pero Selena encontró al animalito suspirando con la cabeza baja.
– ¿Por qué estás tan triste, caballito? – preguntó la niña acariciando su hermosa crin.
– Amiga mía, a pesar de ser tan pequeño, soy un animal muy veloz. Pero, ¿De qué me sirve tal virtud si no puedo ayudar a mis amigos?
– ¿Cómo puedo ayudarte? Haré lo que me pidas – exclamó Selena.
– Hazme una cabalgadura con tus manos hábiles. Así podré llevar a tiempo a conejo a sus clases de violín, rescataré al bebé sinsonte cuando se aleje de su madre, y hasta podré ayudar al ciempiés cuando pierda sus zapatos.
Antes de que terminase de hablar, Selena casi había terminado de prepararle un cascarón de nuez rematado con hebras de su pelo dorado. Una vez atado en su lomo pequeño, el caballito le devolvió una sonrisa maravillosa y echó a correr hasta perderse en el bosque. A la tarde siguiente, Selena faltó al encuentro de su amigo. Y el animalito la buscó por toda la vereda del río hasta oír un sollozo que provenía de lo lejos.
Al acercarse, descubrió a la pobre muchacha tendida en el suelo con el rostro cubierto en lágrimas.
– Selena ¿Por qué lloras niña bella? – preguntó el caballito acurrucándose en sus brazos.
– He perdido mis hebillas, sólo me queda una y no puedo recogerme el pelo. Y de nada sirve que lo peine y lo cuide si en las noches se me quema con el fuego de la chimenea.
– Te ayudaré – aseguró el caballito – Escucha con atención lo que debes hacer: hoy en la tarde siembra tu última hebilla en el suelo cerca del río y a la mañana siguiente encontrarás una sorpresa.
Así lo hizo la pequeña muchacha y se marchó a dormir. Con el despuntar del Sol, regresó hacia el lugar donde había enterrado la hebilla, y allí encontró para su sorpresa un arbusto frondoso que relucía a los pies del río. De sus ramas brotaban como frutos muchas hebillas relucientes de varios colores. Entonces Selena cubrió su pelo con las hebillas y al verse tan hermosa en el reflejo del agua no pudo contener su emoción y salió en busca del caballito para darle gracias.
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LA NIÑA Y EL CABALLITO
SpiritüelLa amistad entre una niña y un caballito fue tan sincera que los dos se ayudaron