capítulo 3

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Los ojos de él, que un momento antes habían brillado de diversión,
estaban tristes. Era como si se hubiera retirado a una habitación oscura y
solitaria, cerrando las contraventanas para que ella no pudiera acceder, pensó
Hinata, aliviada de regresar a su casa, donde su madre la saludó con
entusiasmo.
—¡Nunca imaginé conseguir una pareja tan brillante para mi hija menos
agraciada! —exclamó con una sonrisa—. Pero debemos hacer algo con tu
atuendo. Seguro que él no quiere que la gente piense que va a casarse con una
mujer sin estilo.
Hinata la escuchó mientras se desataba los lazos del único sombrero que
poseía. Su madre la empujó escaleras arriba a la habitación que ella había
compartido con su hermana.
—No tenemos tiempo para arreglarte uno de los vestidos de Sakura para
esta noche —se quejó su madre abriendo el armario—. De haber sabido que tú
serías la que se casaría con un noble, habríamos dedicado parte de nuestro
capital a tu vestuario.
Desde el día en que los aliados habían entrado en París el verano anterior,
el dinero que sus padres habían podido gastar lo habían empleado en vestir a
su hermana. Ella había sido el arma secreta de la familia Hyuga: había
flirteado y hechizado a las fuerzas de ocupación haciéndose la coqueta, al
tiempo que hábilmente lograba mantener intacta su virtud, catapultando a la
familia al corazón de la nueva sociedad que se había formado rápidamente para
reemplazar la corte de Napoleón.
—Nadie podía prever un acontecimiento tan poco probable —comentó
Hinata sin entusiasmo, sentándose en la cama.
Se mordisqueó el labio inferior. ¿Qué sería de su hermana? Se había
marchado con unas pocas posesiones y su joven marido no tendría los medios
para proporcionarle los vestidos que durante tanto tiempo había disfrutado ni
la estimulante compañía de los estratos más altos de la sociedad.
Hinata suspiró.
—¿Qué tal el de muselina lila? —sugirió.
Era su vestido preferido. Siempre se sentía atractiva con él aunque en el
fondo llevaba un bordado de violetas, el emblema de Napoleón. Nadie la
tomaría por una partidaria suya apareciendo del brazo de un inglés, ¿verdad?
—¿Adónde te lleva el conde esta noche? —preguntó su madre
bruscamente.

—Primero al teatro y luego a Tortoniʹs a tomar un helado.
Su madre chasqueó la lengua.
—¿Muselina al teatro? ¡De eso nada! —exclamó sin reparar en el
simbolismo de las violetas—. ¡Cuando Sakura fue al teatro con él se puso satén
dorado!
—Yo no puedo competir con Sakura, mamá —le recordó Hinata —. Y
tampoco me parece buena idea que intente ser como ella. ¿No te parece que él
lo encontrará de mal gusto?
—No tenía ni idea de que comprendías tan bien el corazón de los hombres
—respondió su madre sarcásticamente y la miró fijamente—. Te lo ruego, no
hagas nada que le haga cambiar de opinión respecto a casarse contigo.
—Él sólo me va a desposar para guardar las apariencias —señaló
Hinata —. Sé que todavía ama a Sakura. Haga lo que haga yo, le dará igual.
Su madre contempló la expresión triste y preocupada de su hija.
—¡Pero tú vas a ser su esposa, pedazo de tonta!
Se acercó a ella y la tomó de la mano.
—¡Escúchame bien! Vas a irte a vivir a un país extranjero entre extraños.
Dependerás totalmente de tu marido, así que debes hacer un esfuerzo por
agradarle. Por supuesto que él nunca se enamorará de ti, eres la hermana de la
mujer que le traicionó. Ni aunque fueras la mitad de guapa y lista que ella. Pero
al menos puedes intentar no llevarte mal con él. Debes aprender a vestirte y
comportarte de manera acorde al título que él va a otorgarte, así lo esperará. Y
nunca debes avergonzarle desplegando emoción alguna en público.
Él acababa de informarle de que eso era una vulgaridad, así que las
palabras de su madre cobraron mayor importancia.
—Y, por encima de todo, nunca reclames su atención si él no desea
prestártela. Debes permitirle que se vaya con sus amantes cuando se aburra de
ti y fingir que no te das cuenta o no te importa.
Hinata sintió un enorme nudo en la garganta. Cierto, él le sería infiel.
Había sido ella quien le había propuesto ese matrimonio y, aunque él había
aceptado, no había sido porque la encontrara atractiva. ¿Cómo iba a hacerlo? Su
propia madre, que la quería mucho a su manera, le decía que era fea.
—¿Amantes? —susurró ella imaginándose un futuro de humillaciones.
—Es lo que hacen todos los hombres… en cuanto pueden permitírselo —
contestó su madre y frunció los labios con fuerza.
Hinata se le encogió el estómago ante aquella insinuación. Incluso su
padre, que se comportaba como si estuviera profundamente enamorado de su
madre, debía de haber errado.
—Si él tiene en consideración tus sentimientos, mantendrá sus romances
discretamente. Pero te aviso de que, si protestas lo más mínimo o incluso
demuestras que te importa, él se molestará terriblemente. Si deseas que él te
trate bien, no debes poner trabas a sus pequeñas diversiones.
—Ya le he informado de que no interferiré con sus placeres —señaló Hinata abatida.
Y lo había dicho en serio. Pero la idea de que el pudiera lanzarse en brazos
de otra mujer cuando a ella apenas podía permitirle que le tocara el brazo le
resultaba increíblemente penosa.
Se puso en pie con energía y se acercó al armario abierto.
—¿Qué me dices del de seda gris? —dijo evitando mirar a su madre—.
Hace tiempo que no me lo pongo. No creo que el conde me haya visto con él.
No le gustaba especialmente aquel vestido porque le despertaba malos
recuerdos. La primera vez que Toneri Otsutsuki le había preguntado a su padre si
podía hacerle la corte a su hija mayor, su padre se había sentido tan orgulloso
de que ella hubiera atraído la atención de un héroe de Francia que la había
enviado a la modista con el encargo de que se comprara algo bonito para
cuando su pretendiente acudiera a buscarla. Ella se había sentido dividida: ¡que
agradable había sido poder elegir un vestido sin reparar en el precio! Pero la
razón para ese regalo casi le había robado todo el gozo de la compra. Al final,
no había logrado resistirse al brillo de la seda pero había escogido un tono gris
y un estilo recatado con la esperanza de que Toneri Otsutsuki no creyera que ella
estaba tratando de vestirse para contentarle.
—No es lo que Sakura se hubiera puesto —dijo su madre sacudiendo la
cabeza—. Pero para ti servirá. Voy a hacer que le pasen una esponja mojada y lo
planchen.
Se marchó con el mejor vestido de Hinata sobre su brazo, dejándola con
sus reflexiones solitarias y bastante deprimentes.
Nunca la había visto tan bien vestida, pensó Naruto con aprobación
cuando acudió a recogerla por la noche. La seda exquisitamente cortada le
recordaba a rayos de luna sobre el agua.
Ojalá ella no pareciera tan aterrada. Frunció el ceño, deteniéndose justo
antes de decirle un cumplido.
Por primera vez, reparó en que ella deseaba casarse con él tan poco como
él con ella. Y parecía tan pequeña y vulnerable con aquella mirada llena de
ansiedad… Necesitaba seguridad, no halagos vacíos.
La agarró de la mano y la condujo al sofá.
—¿Puedo tener unos momentos a solas con vuestra hija antes de salir? —
les preguntó a los padres.
Ellos abandonaron la habitación con tanta celeridad que él no supo si reír
ante su decisión de cumplir hasta su más mínimo deseo o enfadarse ante su
falta de preocupación por el evidente malestar de su hija.
Hinata se hundió en el sofá contiguo al de él, reposando su mano como
inerte en la de él, y contempló aquel hermoso rostro. Por supuesto que él
tendría amantes. Ella tendría que aprender a sobrellevar aquella dolorosa
sensación de rechazo que le causaba la idea de su infidelidad. Debería aprender a que no le importara que él frunciera el ceño cuando la veía y reprimir los
recuerdos de cómo se le iluminaban los ojos de placer cada vez que veía a
Sakura.
—¡Hinata! —exclamó él tan secamente que ella dedujo que debía de llevar
hablándole un tiempo—. Os he preguntado si tenéis el anillo.
Se sonrojó avergonzada. Él debía de pensar que además de poco atractiva
era tonta. Encorvándose, le mostró su mano obedientemente.
—¡Maldita sea, es demasiado grande! —bramó él.
—Lo comprasteis para Sakura —le recordó ella.
—¡Sí, y a vos os hubiera comprado uno que os valiera si me hubierais
avisado de esto! ¿Cómo no me lo habéis dicho esta tarde cuando hablamos del
anillo?
—Porque yo no sabía que no me valdría. Aunque debería haberlo
supuesto —dijo desanimada.
Los dedos de Sakura eran largos, fuertes, capaces; no como los suyos,
demasiado delgados para sostener algo más que una aguja o un lápiz.
—¿Estáis diciéndome que habéis tenido en vuestro poder una esmeralda
de este valor y no os habéis sentido tentada a probárosla ni una sola vez?
—¿Así que es muy valiosa? —preguntó ella contemplando el anillo de su
dedo con renovado interés.
Para no perderlo, sabía que tendría que mantener el puño cerrado toda la
velada.
—No estaba del todo segura de que esto lograra llevarme hasta Dieppe,
eso siempre que encontrara un joyero que no intentara engañarme.
Su referencia a su plan alternativo de escapar de Toneri Otsutsuki tornó la
irritación de Naruto en alarma. Por su propio bien, él haría bien en recordar
que ella no le interesaba especialmente. Sólo estaba proporcionándole los
medios para escapar de un matrimonio insoportable.
—Ya no huiréis hacia Dieppe, así que podéis olvidaros de esa idea —le
advirtió él furioso.
¡Esperaba que la angustia de ella no fuera una indicación de que estaba
planteándose seriamente escapar de él!
Aunque en aquel momento estaba terriblemente asustada de él. Y no le
extrañaba. Ella le había confiado a él su futuro, ¡y lo único que él hacía era
reprenderla por un insignificante asunto con un anillo!
—Esta mañana llegamos a un acuerdo honesto —dijo él en tono
invitador—. A los dos nos interesa llevarlo a cabo.
Tomó las manos de ella entre las suyas y les dio lo que esperaba fuera un
apretón de ánimo.
—Estamos juntos en esto.
Y también Sakura, pensó ella y suspiró. Él nunca podría evitar las
comparaciones, siempre desfavorables para ella. Sólo había que ver la manera
en que intentaba que no se enfurruñara con aquel tono tan condescendiente, como si ella fuera una niña insolente.
—Para vos es fácil —apuntó ella.
Él estaba acostumbrado a ocultar sus sentimientos tras la glacial máscara
que mostraba en público. Pero ella nunca había sido buena fingiendo.
—¿Por qué supones eso? —dijo él con brusquedad.
—¡Porque yo no sabré qué decirle a la gente! —le espetó ella.
¿Acaso había olvidado que ella le había dicho que no sabía mentir?
—Pues esta mañana no habéis tenido ningún problema para hablar en mi
casa —se mofó él.
—Eso ha sido completamente diferente —protestó ella—. Lo que vos
penséis no importa.
Los dos estaban juntos en aquella conspiración. Ella no necesitaba
convencerle de que era de otra manera sino ella misma.
Naruto reprimió al instante la punzada de dolor que le provocaron esas
palabras. ¿Por qué debía preocuparle que a ella no le importara la opinión que
tenía de ella? Ella tampoco significaba nada para él.
Debía aceptar que desempeñar el papel de su prometida no iba a ser tarea
fácil para ella.
—Muy bien, no hace falta que habléis —concedió él—. Yo hablaré por los
dos. Siempre que vos intentéis que parezca que os divertís esta noche.
—Estoy segura de que así será… a mi manera —le aseguró Hinata.
A ella le encantaba estudiar cómo se comportaba la gente en situaciones
sociales. Le divertía e inspiraba ideas que plasmaba en su cuaderno de dibujo
nada más regresar a casa. Naruto recordó entonces vagamente una vez en que la había visto sentada
sola a una mesa, con expresión fascinada conforme observaba a la bulliciosa
multitud del merendero al que Sakura había querido que la llevara. Se sintió más
tranquilo. El teatro era el mejor lugar que él podía haber escogido para la
primera salida los dos solos. A ella le gustaría estar sentada en silencio y
contemplar la actuación.
Entonces ella lo alarmó de nuevo lamentándose:
—Ha sido una idea estúpida. Ojalá nunca os la hubiera mencionado.
Nadie que nos vea juntos se creerá que vos querríais casaros conmigo.
—¡Si seguís así, desde luego que no!
Ya era suficientemente malo que Sakura le hubiera plantado; y encima
Hinata empezaba a mostrar claros signos de querer huir también. ¿Qué les
ocurría a las hermanas Hyuga? Él conocía a varias mujeres que darían
cualquier cosa por ocupar su lugar. ¡Desde su primera incursión en sociedad, él
había tenido que sortear a innumerables mujeres que deseaban convertirse en
su condesa!
—Fuisteis vos quien ideó este plan, no yo. ¡Y después de engatusarme a
aceptarlo, espero que cumpláis vuestra parte!
—¿Engatusaros? —inquirió ella ahogando un grito, tremendamente dolida.
Ella no le había engatusado, le había presentado la propuesta racional y
tranquilamente… bueno, quizás no muy tranquilamente, porque estaba
nerviosa. Pero él hacía que pareciera que ella le había presionado injustamente.
—Si eso es lo que pensáis… —comenzó ella, quitándose el anillo.
Él le sujetó la mano y regresó el anillo a su posición original.
Ella tomó aliento y frunció el ceño, preparándose para continuar la
discusión.
Sólo había una manera de silenciarla, se dijo Naruto.
Ella dio un respingo cuando los labios de él se posaron sobre los suyos. Él
se enfureció aún más: ¿qué hacía aquella mujer proponiéndole que se casaran si
no podía soportar siquiera que la besara? Soltó sus manos y la sujetó por la
nuca mientras le dejaba muy claro su derecho sobre ella, su prometida, a
besarla tanto como él deseara.
Él acababa de sorprenderla, ella no sabía qué hacer, admitió Hinata.
Ningún hombre la había besado antes. Toneri Otsutsuki lo había intentado un par de
veces pero ella se lo esperaba y siempre había logrado evitarlo.
Pero a Naruto no quería evitarle, descubrió tras unos breves instantes de
asombro. Lo que realmente deseaba era relajarse entre sus brazos, abrazarle ella
a su vez y corresponder a sus besos. ¡Ojalá supiera cómo hacerlo!
De acuerdo, ella no sabía besar pero sí que podía abrazarlo por el cuello.
Con un leve gemido de placer, levantó sus temblorosas manos de su regazo e
intentó abrazarlo.
—Cielo santo —dijo Naruto entre jadeos, soltándose—. ¡No pretendía
hacerlo!
Se puso en pie y se desplazó hasta la otra punta de la sala. Oír el pequeño
grito de protesta y sentir las manos de ella acercándose a su pecho para
apartarlo de sí le habían hecho recuperar el juicio.
—Sólo puedo ofreceros mis más sinceras disculpas —dijo con los dientes
apretados.
¿Qué demonios le había poseído?, se reprendió. ¿Qué tipo de canalla
escogía aquel método para hacer callar a una mujer?
Él había aceptado a nivel intelectual que algún día tendría que obtener sus
herederos de Hinata. Pero, a juzgar por la reacción de ella, era lo último que se
había planteado. La feroz ola de deseo que estaba causando sus evidentes
efectos en su anatomía era un premio inesperado. Cuando llegara el momento
adecuado, iba a disfrutar enseñando a su esposa todo lo relacionado con el
amor.
Hasta entonces, debía ejercitar una contención mayúscula, se dijo. Tendría
que lograr que ella se acostumbrara a la idea de él antes de comentarle el tema
de tener herederos. Él ya sabía lo tímida que era y también que necesitaría
sentir que podía confiar en él. Y no podría hacerlo si le preocupaba que él fuera
a reprenderla en cualquier momento…

Atados por el azarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora