capítulo 4

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Hinata contempló boquiabierta el interior recubierto de espejos del
restaurante más caro y exclusivo de París.
—La mayoría de la gente viene a Very Frères a probar sus trufas —le
informó Naruto una vez sentados en uno de los fabulosos salones.
A ella le pareció un desperdicio, considerando el variado y selecto menú.
—Tomaré poulet à la Marengo —anunció ella y se inclinó hacia él—.
Aunque es mucho más barato en el Trois Frères Provençaux.
—No te preocupes por los gastos —le indicó él—. Soy un hombre muy
rico.
Hinata se revolvió incómoda conforme la mirada de él recorría su usado
vestido de muselina malva.
—No me caso con vos por eso —afirmó ella.
—Lo sé —dijo él—. Pero debéis admitir que tener un esposo rico os hará
todo mucho más tolerable.
—¿En serio? —replicó ella con un hilo de voz.
No comprendía qué importancia tenía que su marido fuera rico si estaba
enamorado de otra. De alguien a quien no podía tener. Ella sólo sería el
segundo plato.
—Por supuesto —le aseguró él.
Estaba decidido a compensarla por su actitud autoritaria de la noche
anterior mimándola un poco. Y demostrándole que estaba preparado para tener
en cuenta los sentimientos de ella.
—He apreciado que tal vez encontréis ciertos aspectos del hecho de
casaros conmigo más incómodos de lo que yo supuse en un principio —
comenzó.
Si él no quería que ella huyera a Dieppe, tendría que persuadirla de que
casarse con él no tendría nada que ver con el dibujo de ella encadenada a Toneri Otsutsuki.
—No os prohibiré que busquéis vuestros propios placeres ni esperaré que
siempre me acompañéis a todas partes.
No quería que le preocupara que él fuera a estar siempre encima de ella ni
quería obligarla a acudir a los eventos que no deseara. Era consciente de que la
naturaleza reservada de ella le haría sufrir al tener que tratar con alguna de la
gente con la que él se enfrentaba rutinariamente en su vida pública. Sin
embargo, no quería que creyera que él veía su timidez como un fallo.
—No es costumbre que se vea mucho a un hombre con su esposa — añadió—. Y, aunque debemos vivir en la misma casa, no hay ninguna razón por
la cual no podamos llevar vidas virtualmente separadas.
A ella se le aceleró el corazón de pánico. Aquello sonaba como si él fuera a
abandonarla en alguna casa en un país extranjero, donde ella no conocería a
nadie, para que se las arreglase sola.
—¿No queréis que la gente piense que nuestro matrimonio es auténtico?
A él le emocionó que ella se preocupara por la imagen de él cuando debía
de tener tantas reservas respecto a la nueva vida en la iba a embarcarse.
—Sin duda, deberán vernos juntos de vez en cuando. Una vez a la semana
debería ser suficiente —respondió él.
Ella se mordió el labio inferior. No podía quejarse si él no soportaba
perder más de una noche a la semana con ella. ¿Acaso no le había prometido
que viviría en una casa en el campo cuidando gallinas si él no deseaba cargar
con su compañía?
—¿Tenéis una casa en el campo, milord? —inquirió ella.
Las gallinas cada vez le resultaban más atractivas.
—Ésa es una manera demasiado formal de dirigiros a mí ahora que vamos
a casarnos —señaló él, descolocado por el brusco cambio de tema de ella.
Él había hecho todo lo posible para que se relajara. Era hora de llevar las
cosas a un nivel más íntimo.
—Será mejor que me llaméis Namikaze. O Naruto.
— Naruto…—balbuceó ella recreándose en su nombre.
—¿Y puedo yo llamaros Hinata?
Ella asintió, sin palabras ante la cálida sonrisa que él le dirigió por haber
accedido a su petición.
—Espero que os guste Wycke. Aunque tengo una casa en Londres, donde
resido cuando hay sesión en el Parlamento, Wycke es mi alojamiento principal
y es donde…
Donde los herederos tradicionalmente nacían, se abstuvo de terminar.
Contemplando el rostro precavido de ella, él se preguntó con dolor si algún día
lograrían hablar de aquel delicado tema.
Aunque, legalmente, él ya tenía un heredero.
—Existe un asunto muy serio del que debo informaros —dijo con firmeza.
No tenía sentido intentar protegerla de todo. Ella tendría que aceptar
algunas cosas.
—Alguien reside conmigo en Walton House, esto es, mi casa de Londres
—anunció.
Hinata atacó la tierna pechuga de pollo de su plato con una violencia
innecesaria. Se había preguntado cuánto tiempo tardaría él en mencionar el
tema de sus amantes. Por supuesto que ella no se opondría en voz alta a que él
visitara a aquella mujer. ¡Pero si esperaba que ella permitiría que su amante
viviera con ellos, estaba muy equivocado!
—No es un hombre con el que resulte fácil llevarse y por vuestro bien os recomiendo que no lo intentéis.
¿Un hombre? Gracias al cielo, no era una amante. Entonces, ¿por qué ella
no debía tratarle? Se le encendieron las mejillas: estaba claro que no daba la talla
y aquella persona era alguien cuya opinión él valoraba mucho.
—Lo que vos digáis —respondió ella abatida, bebiendo un sorbo de su
copa.
—Y, ya que ha salido el tema, debo informaros de que hay otra serie de
personas con las que deseo que no os relacionéis.
—¿En serio? —dijo ella sintiéndose cada vez más humillada—. ¿Y no será
mejor que me entreguéis una lista?
—Eso sería una buena idea —comentó él con aire abstraído.
Al casarse con él, Hinata se convertiría en un objetivo a través del cual sus
enemigos querrían hacerle daño a él. No sería justo que ella se viera expuesta
cuando, con un poco de previsión, él podía protegerla.
—Con los que más cautela debéis tener es con algunos miembros de mi
familia.
¡Lo sabía, se avergonzaba de ella!, se dijo Hinata.
—Veréis, corté toda relación con algunos de ellos… —empezó él y, al ver
la abatida expresión de ella, se detuvo—. Tened cuidado, Hinata, vuestro
marido es un hombre famoso por su falta de sentimientos familiares. Ni
siquiera mis parientes más cercanos se salvan de mi naturaleza fría y vengativa.
Sintió tal alivio al oír que la prohibición de no mezclarse con aquella gente
no era porque se avergonzara de ella que decidió ignorar el desafío que él le
había presentado con sus amargas palabras. ¡Lo que hubiera ocurrido en el
pasado no tenía que ver con ella! Era su conducta futura lo que a él le
preocupaba.
—Por supuesto, yo no tendría nada que hacer con gente que dijera cosas
así de vos —aseguró con vehemencia, sorprendiendo a Naruto.
—Vuestra lealtad es… emocionante —dijo él con cinismo.
—Voy a ser vuestra esposa —indicó ella encogiéndose de hombros, como
si el ser leal fuera parte del compromiso.
Aquellas palabras dejaron a Naruto sin habla.
—¿Damos un paseo? —propuso él, recuperado, cuando terminaron la
comida.
Hinata asintió. A aquella hora de la noche, el Palais Royale estaría
abarrotado de parisinos y turistas en busca de diversión de todos los tipos:
desde los restaurantes de la planta baja, pasando por las tiendas, los casinos y
los burdeles de las plantas superiores. Pasearse entre aquella multitud sería la
manera de demostrar a todos que él no tenía el corazón roto.
Acababan de salir a la calle cuando ella oyó una voz enfadada y
demasiado familiar gritándole:
—¡Hinata, detente!
Desde el otro lado de la plaza, Toneri Otsutsuki se acercaba a ellos como un furioso rayo.
Para preocupación de Hinata, Naruto continuó caminando con
desenfado hacia el hombre más peligroso de París.
—¿No me has oído llamarte? —le espetó Toneri Otsutsuki deteniéndose justo
delante de ellos.
Hinata intentó soltarse del brazo de Naruto. Tal vez los camareros del
restaurante no los ayudaran pero muchos de los comensales eran ingleses y
acudirían en su ayuda si ella lograba ir a buscarlos.
Pero Naruto no la dejó soltarse. Tan sólo contempló la delgada figura del
anterior pretendiente de ella con desprecio.
—Mi prometida no contesta a extraños que le gritan por la calle.
—¡Prometida!
Ignorando a lord Namikaze, Toneri Otsutsuki dirigió toda su furia contra la
criatura que estaba encogiéndose frente a él.
—Así es —balbuceó ella.
—No permitas que este tipo te incomode, querida. Yo me ocuparé de él.
—¿Querida? —repitió Toneri Otsutsuki, esa vez contra el conde—. Ella no es
vuestra «querida». ¡Todo el mundo sabe que estáis enamorado de su hermana y
no de ella! ¿Qué podría querer un hombre como vos de un ratón como ella?
—Dado que os referís a ella con unos modales tan deplorables, está muy
claro que a vos tampoco os importa mucho —replicó Naruto tenso—. Así que,
¿cuál es exactamente vuestro problema?
—No tenéis ni idea de mis sentimientos hacia Hinata. ¡Antes de que vos
llegarais a Francia, con vuestro dinero y vuestro título, ella iba a ser mi esposa!
Y si le quedara una onza de lealtad todavía lo sería. Pero siempre es igual con
muchas como ella: ¡llevan la violeta en el sombrero pero en su corazón sólo
caben la avaricia y la ambición!
La confrontación entre un delgado oficial con un uniforme raído y un
inglés evidentemente rico a las puertas del restaurante más exclusivo de Francia
empezaba a atraer la atención de los viandantes.
—¿Debo deducir de vuestra agitación que una vez aspirasteis a la mano de
mademoiselle Hyuga? —preguntó Naruto soltando por fin la mano de Hinata
e interponiéndose entre ella y Toneri Otsutsuki.
Ella se quedó demasiado conmocionada por aquellas palabras como para
correr en busca de ayuda. ¿Por qué Naruto estaba fingiendo no conocer el
anterior compromiso de ella? De pronto se llevó las manos a las mejillas. ¡Era
para ocultar la intervención de ella en su plan! Él estaba protegiéndola de la ira
de Toneri Otsutsuki. El corazón casi se le salió del pecho. Era maravilloso comprobar
que Naruto quería protegerla pero, ¿no sabía que Toneri Otsutsuki había acabado con
otros por motivos mucho menores que robarle a su prometida?
—Comprenderé perfectamente que esas burdas palabras dirigidas a esta
dama broten de un afecto no correspondido —señaló Naruto casi con
aburrimiento—. Consciente de que vosotros los franceses sois muy emocionales, os perdono también vuestra lamentable falta de maneras. Aunque
si fuerais inglés todo sería diferente.
Naruto rió burlón.
—Insulto a vuestra prometida y vos me lo permitís como el cobarde que
sois. ¿Qué debo hacer para que adoptéis la medida más honorable?
¿Abofetearos?
El conde pareció pensativo.
—Podríais hacerlo si eso os ayudara a aliviar vuestros sentimientos. Pero
entonces yo me vería obligado a hacer que os arrestaran por asalto.
—¡Resumiendo, que sois tan cobarde que no os enfrentaríais a mí en
ningún caso!
Hinata ahogó un grito. Ningún hombre podía permitir que otro le llamara
cobarde a la cara. Y menos en un lugar público como aquél.
Pero Naruto tan sólo pareció incómodo.
—No estaréis sugiriendo que yo querría batirme en duelo con vos,
¿verdad? —dijo sacudiendo la cabeza y sonriendo con lástima—. Dejando a un
lado que no acepto que exista razón alguna entre nosotros para pelearnos, si no
me equivoco vuestro padre era pescador, ¿cierto? Odio ser yo quien tenga que
decíroslo, pero un duelo es la solución de un enfrentamiento entre caballeros.
—¡Soy un oficial del ejército francés! —gritó Toneri Otsutsuki.
—Muchos arribistas se disfrazan de caballeros en Francia en estos
tiempos. Yo no comparto esos ideales republicanos —señaló Naruto
separándose levemente—. Un hombre es un caballero por nacimiento y
modales y, francamente, vos carecéis de ambos.
Toneri Otsutsuki, completamente fuera de sí, dio un paso adelante con la mano
levantada para propinar la bofetada que desencadenaría el duelo. Se encontró
con toda la fuerza del puño izquierdo del conde. Antes de poder averiguar qué
le había golpeado, el conde le atizó con el puño derecho, dejando al famoso
duelista por los suelos.
—Siento mucho que hayáis sido testigo de esto, Hinata —se disculpó
Naruto flexionando las manos con una sonrisa de satisfacción—. Pero ya era
hora de que alguien le tumbara.
Hinata sentía emociones encontradas. Había sido maravilloso ver a Toneri Otsutsuki fuera de combate con tanta precisión. Al mismo tiempo, sabía que en
cuanto él recuperara el conocimiento, buscaría venganza. Y si no la conseguía
legítimamente a través de un duelo, lo haría por medios mezquinos: clavándole
un cuchillo en las costillas mientras bajaban las escaleras del teatro o con un tiro
desde un balcón conforme paseaban en carruaje por el bulevar. Podía
imaginarse la sangre del conde empapando una calle de París mientras ella
sujetaba su cuerpo moribundo entre sus brazos.
Rompió a llorar.
Rodeándola con un brazo, lord Namikaze la apartó de la multitud que estaba
formándose alrededor del inconsciente Toneri Otsutsuki. Había sido un error enfrentarse a aquel canalla delante de ella, reflexionó mientras la ayudaba a
subir a un carruaje de alquiler. Los caballeros no se peleaban delante de las
damas. ¡Pero había sido una ocasión demasiado buena para dejarla escapar!
Wellington había prohibido a los oficiales de las fuerzas de ocupación que se
enzarzaran en peleas a puñetazos en lugares públicos: los caballeros sólo
podían usar espada. Toneri Otsutsuki se había aprovechado de eso para asesinar a un
joven inglés detrás de otro. Sólo un hombre como él, exento de las órdenes de
Wellington, se dijo Naruto, podía aplicar la humillante forma de castigo que un
canalla como Toneri Otsutsuki se merecía.
Pero haber visto en acción al bruto con el que iba a casarse, pensó Naruto,
claramente había destrozado a Hinata. Cuando llegaron a su casa, estaba tan
histérica que no tuvo otra opción que entregársela a su madre mientras él iba en
busca de una copa de brandy.
—Le matará, mamá —sollozó Hinata sobre el pecho de su madre—. Y
luego se vengará de mí. ¿Qué debo hacer?
—Adelantaremos la boda a mañana y abandonaréis París nada más
terminar la ceremonia —respondió su madre consolándola enormemente al no
menospreciar sus temores.
—¿Y si él nos persigue? —insistió su hija.
—Déjame eso a mí. Él tiene multitud de enemigos que sólo necesitan un
empujón para lanzársele encima. Podremos sujetarle el tiempo necesario para
que los dos escapéis de Francia.
—¡Pero yo creía que queríais que me casara con él!
—Eso creía yo también, cariño —reconoció su madre acariciándola con
aire abstraído—. Porque creí que no lograrías otro pretendiente y que la
ambición de Napoleón le mantendría alejado de ti al menos diez meses al año.
Pero nunca habría permitido que marcharas a una campaña con él. Además,
Napoleón ahora está acabado. ¿De qué sirve un hombre como Toneri Otsutsuki sin un
emperador por el que luchar?
En cuanto Naruto oyó la sugerencia de la señora Hyuga de adelantar la
boda, olvidó su determinación a no abandonar París hasta que su contrato de
alquiler hubiera expirado. Lo importante era asegurarse a Hinata.
—Avisaré ahora mismo de que preparen las maletas —anunció
levantándose y poniéndose los guantes sobre sus manos doloridas.
Llevaría algo de tiempo desmantelar la casa y organizar el transporte de
su personal pero podía dejar todo eso en manos del eficaz Iruka.
Ciertamente, podían marcharse del país al terminar la ceremonia. Sólo sería
necesario que su ayuda de cámara le preparara un bolso de viaje.
Él había supuesto que, una vez que ella hubiera pronunciado sus votos y firmado los documentos necesarios, se sentiría más tranquilo. Pero no era así:
cada vez que miraba la tensa expresión del rostro pálido de ella se preguntaba
si seguiría considerando Dieppe como una opción mucho mejor a vivir
encadenada a un hombre del que cada vez parecía más asustada. Y no era un
temor descabellado: ella había admitido nada más abandonar París que había
dejado atrás su único vestido bueno porque le despertaba malos recuerdos.
Era el vestido que llevaba la noche que él la había besado a la fuerza.
Naruto se dio cuenta de que no iba a poder relajarse hasta que no
estuvieran en el barco en mitad del Canal. Mientras siguieran en Francia, ella
podría escabullirse de miles de maneras.
Fue un gran alivio cuando, a unos quince kilómetros de París, ella empezó
a cabecear. No debía de haber dormido gran cosa la noche anterior si estaba
quedándose dormida en el carruaje. Debía de haber sentido pánico de separarse
de su familia y abandonar su país para irse a vivir entre extraños.
Hinata no puso ningún reparo cuando él se apoyó su menuda figura
sobre el hombro y, una vez que se aseguró de que estaba completamente
dormida, se tomó la libertad de rodearla con un brazo y colocarla en una
posición más cómoda sobre su torso. Ella era tan frágil…
Debía de haber una manera de que se convenciera de que él no era ningún
monstruo, sólo un hombre que quería ser su amigo y protector. ¿Pero cómo,
cuando lo único que él había hecho era asustarla?
Ella no despertó hasta bien entrada la tarde.
—¿Dónde estamos? —preguntó con un bostezo, irguiéndose.
—En Abbeville. He aprovechado que estabais dormida para avanzar más
de lo previsto si hubiéramos tenido que detenernos para permitiros descansar.
El tono práctico de él despertó del todo a Hinata. Por un instante de
ensueño, cuando ella se había despertado en los poderosos brazos de él, había
creído que él le había permitido apoyarse en su pecho como una señal de
ternura.
—Esta noche tendréis vuestra propia suite —le informó él sumiéndola aún
más en la tristeza.
Por supuesto, él no querría auténtica intimidad con ella. Su matrimonio
sólo era una apariencia.
A Hinata no le sorprendió que le llevaran la comida a un reservado, ni
comerla a solas. Él apenas le había dirigido un puñado de palabras en todo el
día. Al ver el reducido equipaje que llevaba, en lugar de alabar su habilidad
para viajar ligero, había comentado con sarcasmo que tendría que visitar a
varias modistas elegantes cuando llegaran a Londres. Y dicho eso, él había
fijado su mirada en el paisaje de su ventana.
El hotel, naturalmente, era de primera clase y la doncella que le preparó la
cama, eficiente y amigable. Pero Hinata sabía que, por muy suave que fuera el
colchón de plumas, no iba a pegar ojo. Habiendo dormido gran parte del día en
brazos de su esposo, se hallaba enormemente despierta… y tan preocupada como la noche anterior.
No podía culpar a nadie más que a ella misma de aquella situación. Ella se
había presentado ante Naruto y le había ofrecido ser el medio para que él
protegiera su orgullo herido. No debería sentirse ofendida porque él se
preocupara tan poco de ella que ni siquiera se batiera en duelo después de
haber sido insultado en un lugar público. No soportaba la idea de que él
resultara herido o, pero aún, que muriera por su culpa.
Ella no podría descansar en condiciones hasta que no se hallaran a salvo
en Inglaterra, adonde Toneri Otsutsuki no se atrevería a seguirlos.
De todas formas, la noche anterior había llegado a la conclusión de que la
pelea en el Palais Royale no había tenido que ver con ella, independientemente
de lo que dijeran los dos hombres. Naruto sabía mucho más de Toneri Otsutsuki de lo
que ella le había contado, ¿cómo si no podría haberse burlado de su padre?
Además, sólo cuando ella le había dicho que Toneri Otsutsuki era el pretendiente del
que ella quería escapar, él había mostrado interés en su plan.
Se estremeció ante la manera fría y calculadora de él de comportarse.
Debía de haber estudiado detenidamente a Toneri Otsutsuki para haber elegido el
escarmiento que más daño podía hacerle. Le había robado a la prometida, se
había negado a reconocerle como alguien a su altura y le había noqueado en un
lugar público, dejándolo en ridículo.
Ella tiró de las sábanas hasta la barbilla pero el frío le llenaba el alma.
Sakura había dicho que él no tenía corazón. Él mismo le había advertido de su
naturaleza fría y vengativa hasta el punto de haber cortado relación con su
propia familia sin pestañear.
No, pensó ella sacudiendo la cabeza. Sakura se equivocaba. Naruto había
tratado a Toneri Otsutsuki con frialdad y sed de venganza, eso era cierto. Pero Toneri Otsutsuki se lo merecía.
Y cuando él le había hablado de la ruptura con su familia, algo en sus ojos
contradecía la descripción que todo el mundo hacía de él. Conociéndole, no le
sorprendería que su familia hubiera sido quien había hecho algo terrible y él
hubiera preferido que los chismosos dijeran lo que quisieran antes que exponer
a sus allegados.
Hinata sintió pánico al ver que alguien abría su puerta. Se disponía a
gritar cuando se dio cuenta de que era Naruto entrando por una puerta que
comunicaba ambas habitaciones.
—No soy un monstruo, Hinata —dijo él con un suspiro, acercándose a
ella a grandes zancadas—. No necesitas subirte la sábana hasta la barbilla como
si temieras que fuera a violarte. Te aseguro que no hay nada más alejado de mi
intención.
Al comprobar que no era un extraño intentando aprovecharse de ella, el
alivio hizo estremecerse a Hinata. Aunque las palabras de él la hirieron. ¿Acaso
pensaba que ella era idiota? Ella sabía que, cuando él quisiera una mujer,
acudiría a una de sus amantes.

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