capítulo 6

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—Os he traído a mi esposa para que la vistáis —informó el conde a
madame Pichot al entrar en su establecimiento a la mañana siguiente—. Necesita
de todo.
A la modista se le encendieron los ojos.
—¿Vestidos de paseo, de día, de noche, lencería…?
—Naturalmente.
Para cuando todo ese vestuario estuviera completo y Hinata hubiera
aprendido a comportarse en aquella sociedad, él habría encontrado a alguien
que la presentara al entorno de la reina Carolina.
Advirtiendo el desgaste del abrigo y sombrero de Hinata, la modista
sugirió:
—Podría tener un par de piezas listas al final del día o a primera hora de
la mañana…
Él asintió conforme. A Hinata le sería más fácil aceptar que era una
condesa inglesa una vez que se despojara de sus ropas de hija de un burócrata
francés.
—En el futuro, cuando requiramos vuestros servicios, os presentaréis en
Namikaze House cuando mi esposa así lo decida.
—Por supuesto, milord —respondió la modista algo sorprendida.
Hinata sabía que aquello era en beneficio suyo. Una condesa no se
dignaba a ir al taller de la modista, la mandaba llamar y la esperaba en la
privacidad de su hogar.
—Mi esposa vestirá tonos pastel: rosa y azul. Y ese satén amarillo pálido
también le sentará bien —comento señalando una de las muestras que mostraba
su ayudante.
—Pero la señora, con su cabello y ojos perlas, podría llevar colores vivos.
Este carmesí le sentaría muy bien.
—No quiero que parezca una republicana —informó él secamente a la
mujer.
Hinata iba a protestar diciendo que era perfectamente capaz de escoger
sus vestidos cuando recordó la advertencia de su madre. Querría que se vistiera
acorde al papel que ella le había convencido de que podía asumir. Además, era
él quien pagaba todo aquello.
Sintiéndose como una muñeca, se probó los pocos vestidos que ya estaban
terminados y no habían sido retirados por las clientas, mientras Naruto y la
modista decidían cuál podrían modificar para que le valiera y cuál no le convenía.
Siguió una visita al sombrerero y luego al zapatero.
—Debes de estar cansada —señaló Naruto, sorprendido de que todos sus
esfuerzos por mimar a su mujer no habían encontrado nada más que una
suprema indiferencia.
Sakura hubiera dado saltos de contento de tener un vestuario tan caro y
magnífico, por no mencionar que él estaba dedicándole toda su atención a
seleccionarlo. Pero a Hinata, según parecía, le importaban tan poco esas
fruslerías como él mismo. Él no iba a conseguir ganársela llenándola del tipo de
regalos que emocionarían a cualquier mujer.
—Tengo otros asuntos que atender el resto del día —le anunció él—. Pero
llegaré para la cena. ¿Me acompañarás entonces?
Hinata parpadeó sorprendida. Él llevaba muchas horas a su lado, por lo
que ella había asumido que tendría algo mejor que hacer esa noche. ¡Pero le
estaba pidiendo que cenara con él!
Intentando ocultar su regocijo, acababa de abrir la boca para contestar
cuando él añadió:
—¿O prefieres quedarte en tus aposentos?
¿Era una manera de decirle que eso era lo que él deseaba que hiciera?
¿Esperaba que ella captara la indirecta? ¡Pues ella no pensaba comer siempre en
su cuarto como si fuera una niña traviesa!
—Cenaré contigo —respondió elevando la barbilla desafiante.
Ni que fuera a enfrentarse a un pelotón de fusilamiento, pensó él dolido.
—Entonces, hasta la noche —dijo con una reverencia y se marchó.
La noche no fue ningún éxito. Naruto le preguntó educadamente qué tal
había pasado el resto del día, mientras bebían jerez en una antesala inmaculada.
Pareció aliviado cuando el lacayo los informó de que la cena estaba lista. Ella se
dio cuenta enseguida de que se debía a que ya no estarían solos. Una tropa de
camareros servían una asombrosa variedad de platos, retiraban los vacíos,
servían vino y anulaban cualquier posible intimidad.
A ella se le aceleró el pulso cuando él se inclinó sobre ella indicándole que
quería susurrarle algo. Pero sólo fue para hundirse aún más.
—Llegado este momento, es costumbre que las damas se retiren. Me
reuniré contigo en el salón después de tomar un poco de oporto.
Humillada porque él le hubiera recordado esa costumbre inglesa, Hinata
siguió a uno de los jóvenes lacayos a una enorme habitación tan gélida que se le
puso la carne de gallina.
Se sentó acurrucada junto a las brasas durante lo que le pareció una
eternidad, hasta que Naruto llegó.
—¿Te gustaría jugar a las cartas hasta que traigan el té? —propuso él,
aunque claramente era la última forma en que quería pasar esa noche.

Atados por el azarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora