capitulo 2

52 4 0
                                    

Una vez que la puerta se hubo cerrado tras la abatida figura de Hinata, la
aparición de Konohamaru resultó una conmoción.
—Supongo que las cortinas no os habrán impedido escuchar hasta la
última palabra, ¿cierto? —saludó el conde—. No dudo de que respetaréis la
confidencialidad de esta conversación…
—¡Trabajo para el servicio diplomático! —le recordó Konohamaru
ofendido—. Y además, ningún hombre con sentido común desearía repetir una
palabra de la proposición de esa absurda mujer.
Aunque el propio Naruto opinaba que Hinata era absurda, por alguna
razón no le gustaba oír esa opinión en la voz de otra persona.
—Creo que ha sido muy valiente por su parte haber venido aquí para
intentar salvar a su familia de la ruina.
—Si vos lo decís, milord… —concedió Konohamaru dudoso.
—Sí, lo digo —afirmó el conde—. No permitiré que ningún hombre
desprecie a mi prometida.
—¿No iréis a aceptar esa descabellada propuesta…?
Naruto estudió las yemas de sus dedos con atención.
—No me negaréis que su solución a mi… «problema» supondría un gran
descanso para mí.
Konohamaru no deseaba ofender a un hombre como lord Namikaze.
—Supongo que, a su manera, ella es una criatura cautivadora. Y muy
divertida, ¡su capacidad de imitación casi ha hecho que yo me descubriera! He
tenido que taparme la boca para contener la risa cuando ha imitado vuestra
voz.
El conde se lo quedó mirando. ¿Ella, cautivadora? Hasta aquella mañana
apenas había reparado en ella, dado que siempre trataba de quedarse en
segundo plano.
Tenía una nariz poco agraciada, los labios demasiado finos y la barbilla
afilada. Su cabello, negro, no tenía ni una onda que lo hiciera interesante. Sus
ojos, sin embargo…
Antes de aquella mañana, ella siempre había mantenido la mirada baja
delante de él. Pero ese día él había visto una vibración en lo más profundo de
ellos que le había llegado hondo, a su pesar.
—Lo que ella sea o deje de ser es irrelevante —dijo fríamente—. Lo que me
motiva a casarme con ella es que supondrá un duro golpe para Toneri Otsutsuki.
Konohamaru rió nervioso.

—¿Seríais capaz de casaros con una mujer sólo para que otro hombre no lo
haga?
El conde le dirigió una mirada gélida.
—Ella no espera gustarme, ya la habéis oído. Lo único que desea es
escapar de una situación insoportable. No puedo quedarme de brazos cruzados
y permitir que su padre la case con ese carnicero. Ella no se merece ese cruel
destino.
Konohamaru se tiró del cuello de la camisa ruborizándose. Ciertamente,
ella no se lo merecía. Pero casarse con un hombre que sólo quería venganza
sobre el otro pretendiente y que no sentía nada por ella, ¿no sería igualmente
doloroso para ella a largo plazo?
Hinata agarró con fuerza su carboncillo y se concentró en su cuaderno de
dibujo, olvidándose de los sollozos de su madre. No había logrado nada. Había
caminado sola por las calles, soportado los insultos de los soldados y la burla
del conde para nada. ¿Cómo se le había ocurrido que podría convencer al
inflexible conde? ¿Cómo había podido sentir lástima de él? Su mano dibujaba
furiosos trazos sobre el papel. Él había accedido a sus más íntimos secretos,
permitiéndole creer que la comprendía, para terminar rechazándola. Lo único
bueno de la incursión matutina era que nadie había advertido que ella la había
hecho, se dijo mientras contemplaba satisfecha su caricatura del conde de
Namikaze como un cruel gato atigrado. No habría podido soportar que alguien
descubriera dónde había estado. Ya era suficientemente malo que su madre la
culpara de la fuga de Sakura, ¡como si ella hubiera tenido alguna vez influencia
sobre su malcriada y cabezota hermana pequeña!
Con unos cuantos trazos más, añadió un atemorizado ratoncito bajo la
boca sonriente del gato y comenzó a dibujar unas largas garras. ¡Qué tonta
había sido! ¡Presentarse en casa de aquel hombre y postrarse a sus pies!
Llamaron a la puerta principal.
La señora Hyuga se sonó la nariz antes de gimotear:
—Hoy no recibimos a nadie. No puedo soportar más burlas…
Hinata se puso en pie para comunicar la información al servicio antes de
que abrieran la puerta. Desde su posición junto a la ventana veía claramente la
entrada.
—¡Es el conde! —exclamó y el carboncillo se le cayó de las manos.
—¡No puede ser! ¿Qué podrá querer de nosotros ahora? —dijo su padre
levantándose de un salto del sillón en el que estaba hundido y acercándose a la
ventana—. Debería haberme imaginado que un hombre de su posición no
aceptaría sin más la ofensa que Sakura le ha infligido. Cuando menos, nos
denunciará por haber roto nuestra promesa.
Hinata le oyó balbucear mientras ella se agachaba a recoger su
carboncillo.

Atados por el azarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora