Capítulo 13

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Naruto se detuvo en la puerta del comedor principal, que aquella noche
lucía en todo su esplendor. El personal había pulido los grandes centros de
mesa hasta que relucían como espejos, llenándolos de flores recién cortadas que
esparcían su aroma por la sala. Un lacayo estaba encendiendo las velas. Cuando
terminara, la porcelana y el cristal brillarían como joyas sobre los inmaculados
manteles de lino.
La señora Lanyon le había recordado que, en la primera semana de su
llegada, él siempre invitaba a los vecinos. Una tradición más que él deseaba no
haber permitido que se convirtiera en una obligación.
—Está magnífico… como siempre —felicitó al ama de llaves—. Aunque en
un futuro no deberéis esperar que lady Walton acuda a eventos de este tipo.
Él vio a la mujer contener el comentario que hubiera significado su
instantáneo despido, aunque su rostro expresaba con claridad lo que pensaba.
Hinata no había intervenido para nada en la organización de aquella cena.
Cuando la señora Lanyon le había consultado, había contestado que hiciera lo
que deseara.
Por más que le doliera el que ella le detestara tanto que no pudiera fingir
siquiera interés en su vida social, no podía enfadarse con ella. Presentarse ante
sus vecinos sería una dura tarea para una mujer tan tímida y retraída como ella.
Si él hubiera encontrado una manera de cancelar la cena sin ofender a los
invitados, lo habría hecho. Pero al final había decidido que sería mejor quitarse
de encima esa obligación cuanto antes. Mejor que ellos descubrieran que su
esposa era algo torpe a que creyeran que era poco amigable.
Nunca le habían irritado tanto las numerosas obligaciones que conllevaba
su posición. Desde que habían llegado a Wycke, todos sus intentos de acercarse
a Hinata habían sido saboteados por asuntos de sus tierras en una u otra
manera.
Al menos ya había lidiado con los más urgentes. Y en cuanto aquella cena
terminara, podría dedicarse casi exclusivamente a mimar a su mujer.
Mientras recorría el pasillo hacia el salón rojo, se preguntó qué la habría
llevado a ella a decidir que Grimwade, el mozo jefe, le enseñara a conducir la
calesa en lugar de Menma. Se acercó a la ventana con vistas al camino de entrada
mientras se frotaba la nuca con una mano. Por lo que sabía, Menma no se había
movido de sus habitaciones desde su llegada aunque Linney le había asegurado
que su señor estaba recuperándose satisfactoriamente del viaje. Apenas pudo
reprimir el impulso de abrir la ventana. Aunque la habitación estaba cargada, el
aire fuera era todavía más caliente y se acercaba una tormenta. Esperaba que no
descargara demasiado pronto. Lo último que deseaba era que sus invitados se
quedaran allí incomunicados y tener que ofrecerles alojamiento.
—¿Me pongo los diamantes Namikaze? —preguntó Hinata nerviosa a
Sukey—. ¿O parecerá que quiero lucirme?
Una no se arreglaba tanto en el campo, hasta ella sabía eso. Por ello, había
elegido el vestido de noche más sencillo que poseía. Dado que no tenía más
joyas, o se ponía el conjunto Namikaze o nada. Seguro que Naruto no querría que
ella pareciera alguien sin estilo. Aunque, ¿cómo no iba parecerlo? Ella no tenía
los ojos verdes de Sakura ni la voluptuosa figura de la señora Kenton. Gritó de
nervios y se apartó del espejo.
—No os preocupéis, milady. Sois la mujer de mayor rango del lugar y
nada de lo que diga nadie podrá alterar eso —le recordó la doncella.
Tenía razón. Tal vez las mujeres que habían llevado antes los diamantes
Namikaze no la aprobaran, pero era tan condesa de Namikaze como ellas. Porque
Naruto se había casado con ella. Ni con la grácil Sakura ni con la experimentada
señora Kenton.
Además, aquellas frías gemas eran todo lo que tenía para demostrar que
su matrimonio era real. Especialmente después de que la llegada de su
menstruación, unos días antes, destruyera su débil esperanza de haber
concebido un bebé durante su breve encuentro sexual.
Se cuadró de hombros.
—Voy a llevar los diamantes —anunció—. Todos ellos.
No le importaba que pensaran que se había arreglado demasiado. Aunque
quería causar buena impresión en la gente que formaría su nuevo círculo social,
necesitaba aún más elevar su vapuleada autoestima.
Poco tiempo después, se reunía con Naruto en el salón rojo. Él estaba
magnífico con su traje de noche. Su atuendo siempre era tan perfecto como su
comportamiento. Deseó despeinarle el cuidadoso peinado y empañar la
perfección que resaltaba los defectos de ella.
Naruto se quedó sin aliento al verla acercársele. Estaba adorable. El
vestido de corte sencillo que había elegido destacaba su delgada figura mucho
más que algunas de las recargadas creaciones de famosos modistos. Y con los
diamantes brillando en sus orejas, su cuello y su muñeca encarnaba a una
auténtica condesa.
Estaba a punto de decírselo cuando vio que ella se retorcía las manos en el
regazo. Sintió un profundo dolor. ¡Ella no podía soportar ni acercársele! Se giró
bruscamente mientras recuperaba el control de sí mismo. Vio el aparador y se le
ocurrió algo que podría ayudarla: sirvió un poco de Madeira en una copa y se lo
ofreció.
Ella lo apuró preguntándose en qué le habría decepcionado a él esa vez
para haberse girado con una expresión tan sombría. ¿Sería un error haberse
puesto todo el conjunto Namikaze? ¿Le había recordado cómo había estado a
punto de perder parte de ello? ¿O creía que se había arreglado demasiado? De
ser así, ¿qué opinarían sus invitados? ¿Debía subir corriendo a su habitación y
cambiarse de ropa? No había tiempo para eso, los primeros invitados acababan
de llegar.
Con el corazón desbocado, le entregó su copa vacía a Finch.
—Ponme otra —le rogó, evitando la mirada de su esposo.
Ya era malo saber que le había decepcionado como para encima
encontrarse con su mirada fulminante.
La habitación se llenó enseguida de unas treinta personas conocidas de
Naruto de toda la vida. Sólo una entre ellas no abrumó completamente a
Hinata: la señorita Masterson, hija de un coronel retirado. Se quedó en un
rincón y se había asegurado de que los camareros no la ignoraran. Cuando
Naruto regresara a Londres ella llamaría a la joven, de una edad similar a la
suya, y vería si podían ser amigas. Eso en el caso de que pudiera permitirse
entrar en casa del coronel y su esposa con cara de bulldog.
—Esperaba poder conocer a vuestro hermano largo tiempo perdido —dijo
el coronel Masterson a Naruto a gritos, como si le hablara a través del campo
de batalla—. Es militar, ¿cierto? Esperaba poder charlar con él sobre los avances
en los Países Bajos. A Wellington le han entregado el mando de las fuerzas
aliadas, ¿lo sabíais? Es una pena que nos hallemos en guerra de nuevo con el
país de vuestra esposa.
Se giró hacia ella.
—Aunque estoy seguro de que querréis ver a Bonaparte rindiendo
cuentas, ¿no? Namikaze no se hubiera casado con vos a menos que fuerais
monárquica.
—Os equivocáis. Estoy muy lejos de apoyar al rey Luis.
Ella no cayó en la cuenta de que debía haber explicado que le gustaba tan
poco el rey como Napoleón, hasta que oyó que el coronel le comentaba a su
esposa, en lo que él creería que era un susurro:
—¡Qué atrocidad, Namikaze ha introducido a una bonapartista entre
nosotros!
Su esposa intentó que no se le oyera pero Hinata no pudo dejar de
advertir que él la miró con recelo durante toda la cena.
Cuando le preguntaron si cazaba, ella cometió el fatal error de admitir que
no sabía montar a caballo. Todos la miraron como si hubiera confesado un
crimen.
—En mi país se considera antipatriótico tener un caballo. Igual que
nuestros hijos y hermanos, los caballos pertenecen al ejército de Francia —
justificó ella.
La maliciosa mirada del coronel Masterson sugería que debía de creer que
ella estaba en Inglaterra para extraerle secretos de estado a su marido. Nunca le 
permitiría ser amigo de su hija.
Después de eso, la conversación en su extremo de la mesa se volvió
dolorosamente forzada.
Y ella temía todavía más el momento en el que tendría que ponerse en pie,
indicando a las damas que era hora de retirarse. Mientras ocuparan sus asientos
en la mesa, sólo los invitados más cercanos a ella podían atacarla. Pero en
cuanto entraran en el salón de música, se vería expuesta a todos.
Llegado el temido momento, lady Danvers abrió la veda.
—¿Tocáis el pianoforte, lady Namikaze, o tal vez el arpa? ¿O habéis
preparado algo típico francés para entretener a los hombres cuando se reúnan
con nosotras?
—No —respondió sucintamente ella.
No montaba a caballo, no tocaba ningún instrumento y no tenía una
personalidad chispeante. Suspiró. Si al menos fuera verdad que había
conseguido a su marido con el tipo de «sabiduría» francesa que aquella
abominable mujer insinuaba…
—Tal vez nuestra querida condesa tenga otros talentos —sugirió la mujer
del vicario—. Todos somos buenos en algo, aunque sea en el arte de consolar a
los pobres con nuestras visitas. O de arreglo floral. O bordado…
Hinata fue negando todas las sugerencias y la mujer, cada vez más
afligida, enmudeció.
—¿Pretendéis decirme que no poseéis ninguna habilidad? —se mofó lady
Danvers.
—En absoluto —le espetó Hinata, terminándosele la paciencia—. ¡Soy
una artista!
—¿Artista? ¿Os referís a que jugáis con pintura?
—No, yo dibujo —contestó ella con el corazón súbitamente en un puño.
Naruto detestaría que aquellas personas supieran que había intentado
ganar dinero vendiendo sus obras. Unas obras que él desaprobaba firmemente.
—Pero no tengo un cuaderno para mostraros. Se… extravió cuando dejé
Francia.
—Qué pena. Seguro que nos hemos perdido un atípico placer —dijo lady
Danvers con sorna intercambiando una mirada de complicidad con lady
Masterson.
Hinata ahogó un grito. ¡Aquella mujer estaba acusándola de mentirosa en
su propia cara!
—Para ser una dama de calidad hace falta algo más que dibujar, tocar el
piano o montar a caballo —intervino Lydia Bentinck, una de tres hermanas
solteronas, clavando su mirada en lady Danvers—. Siempre he sostenido que
los buenos modales son un requisito imprescindible que escasea en nuestros
días.
Lady Danvers la fulminó con la mirada. Mientras ideaba cómo contestarle,
Diana Bentinck se giró hacia Hinata.

—¿Qué tipo de dibujos hacéis?
—De personas.
—Qué encantador. ¿Nos dibujaríais a mis hermanas y a mí? ¿O llevaría
mucho tiempo?
Hinata estaba a punto de negarse, por respeto a Naruto, cuando vio la
sonrisa de desdén de lady Danvers.
—Será un placer dibujaros —respondió desafiante—. Por favor, poneos
juntas mientras voy a buscar los materiales.
Para entonces una de las otras mujeres se había sentado al piano y,
mientras Hinata sacaba unas hojas de papel de un cajón y un carboncillo que
siempre llevaba en su bolso, comenzó a sonar una sonata de Haydn. Y mientras
las hermanas Bentinck revoloteaban entre las tres sillas en las que habían
decidido posar, discutiendo cómo se colocaban para el retrato, los hábiles dedos
de Hinata volaron sobre la página. Para cuando las tres hubieron decidido su
pose, ella se les acercó con el dibujo terminado.
—¡Es fabuloso! —exclamó Lydia.
Tres cabezas de cabellos grises se inclinaron sobre el papel. Aunque cada
figura reflejaba cierto conflicto respecto a las otras, también expresaba un fuerte
afecto hacia ellas, creando una impresión general de armonía.
—¡No puedo creer que lo hayáis hecho tan deprisa! —señaló Diana
Bentinck.
A Hinata siempre le había resultado fácil retratar lo que veía.
—Siento que esté en papel de carta… —lamentó ella.
—¡En absoluto! —exclamaron las tres hermanas al unísono—. Este papel
tiene el sello Namikaze. ¡Qué gran recuerdo de una deliciosa velada en Wycke!
La mujer del vicario se acercó a ella.
—Me encantaría tener un dibujo vuestro, lady Namikaze —dijo.
—Como deseéis —respondió Hinata agarrando su carboncillo.
Afortunadamente, no había tenido tiempo de estudiar a aquellas personas
con detenimiento y relacionarlas inevitablemente con algún animal. Se esforzó
por reprimir su imaginación y reproducir fielmente la imagen de su retratada.
El siguiente dibujo fue alabado, mostrado de mano en mano y generó tal
entusiasmo que varias damas más le pidieron si también las dibujaría a ellas.
Heloise se concentró de tal manera que no advirtió ni el paso del tiempo ni
la entrada de los hombres en la habitación. Lo que sí vio, cuando le entregó su
retrato a la señorita Masterson, fue la sonrisa que iluminó su rostro.
—¿De veras tengo ese aspecto? —exclamó la joven paseando un dedo
maravillada sobre el dibujo—. Creo que lo habéis hecho para halagarme.
—En absoluto —intervino Naruto, sorprendiendo a Hinata al sentirlo
detrás de su silla—. Mi esposa nunca halaga inútilmente a su modelo. Lo que
sucede es que tiene la habilidad de reflejar algo de su personalidad además de
su físico. Tal vez sea eso lo que reconocéis en vuestro propio retrato, señorita
Masterson.

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⏰ Última actualización: Mar 04, 2021 ⏰

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