Capitulo 17

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La hija del presidente
17. Laura

Fueron días realmente extraños, a ratos estábamos completamente entregadas a darnos placer, y en otros tantos sólo nos mirábamos sin decir algo más. Mi mente cauta, creía que sólo era parte de mi soledad lo que me hacía actuar así, además, nos encontrábamos solas, en un país donde sólo nos conocíamos ella y yo, o por lo menos en una ciudad.

Creo que después del gozo inicial viene la sensación de cruda moral, me excitaba, lo hacía en verdad. Era increíble el nivel de conexión que había entre ella y yo en la cama, pero la poca sensatez que me quedaba preguntaba ¿qué pasará después? , ¿es real?

Quizá cambié a la rubia platino por Karla, y podría salir bien librada por locura transitoria, y así, cambié de bando, de hotel y de país, si es que aquí aplicaba.

Renté un coche para ir sin rumbo, no podríamos regresar a México en un buen tiempo, la fortuna de mi familia me serviría para vivir mientras decidía qué haría con lo que me quedaba de propia en la vida, quizá era la calma chicha que precede a los maremotos. Éso, había dado en el punto, era un maremoto.

Y por fin comprendí esa canción que siempre retumbó en mí, que siempre juré que era irreal: nuestro amor era un amor violento como un huracán, violento, que arrasó mi puerto con su intensidad.
Esa pequeña parte siempre creí que era irreal, porque hasta el momento el único tipo de amor que había experimentado era pacífico, tranquilo.

Lo que Karla y yo experimentábamos parecían oleadas de euforia, cuentos cortos de pasión, al final creo que sí, era utópico, telúrico y volcánico.

Creo que estaba muy sensible, probablemente me vendría la regla, o quizá estaba tratando de dispersar lo que sentía, por algo tan humano como el miedo. Después de perdernos algunos días por Nueva York, decidí que visitar a mi madre no sería la mejor opción, no en tanto definiéramos qué sucedería.
Era mi necesidad de tenerlo todo controlado lo que me ponía mal, y al menos a Karla no parecía importarle qué pasaba entre nosotras, era como una niña pequeña, sin filtro, esos días a solas su actitud estaba siendo muy distinta, si se le ocurría me besaba, me tomaba de la mano, me abrazaba, o simplemente me miraba sin recelo.

Conduje como no queriendo, hasta llegar a Boston, rentamos una noche de habitación y nos instalamos. Karla se echó a mis brazos al terminar de acomodar su maleta en el closet de la habitación, sentí el impulso de tocarla, podría decirse que hasta con desesperación, pero logré apartarla.

—Necesitamos hablar—

Me miró extrañada y se sentó al borde de la cama.

—Necesito hablar yo, y me encantaría que tú también— me coloqué frente a ella, sentada en la alfombra.

Se limitó a asentir, como esperando un regaño.

—Soy una persona con muchos miedos, sé que detrás de la careta de militar, es extraño que oculte ésto, pero no es tan simple para mí abrir mi corazón y mis sentimientos, de alguna forma me siento vulnerable— pausé un poco, esperando ver alguna emoción en su rostro, pero ella estaba muy seria.

—Me está sucediendo algo muy intenso contigo, y no sé si es parte de la sensación de deriva que nos trae a este lugar, no sé si sea simplemente mi soledad unida a la tuya, no sé qué pasa Karla, y quiero saberlo, necesito saberlo, para mi no es tan simple, necesito saber en qué situación estamos pues estoy involucrando mucho mi sentir..— no sabia cómo continuar. Ella siguió inexpresiva.

Pasaron unos segundos, quizá uno o dos minutos, y por fin habló.

—Sé que tienes miedo, y no puedo culparte, tu sabes el desmadre que soy, tú me viste en una de mis peores facetas en México, creo que sería extraño si no sintieras pánico de llegar a estar con una loca como yo— inspiro profundamente —pero quiero que sepas algo— me tomó de las manos y se sentó frente a mí, recargando su espalda en la cama.

—Pedirte vivir en mi montaña rusa de emociones, locuras y desmadre, sería muy egoísta de mi parte— me abrazó unos segundos y luego se separó de mí. —quiero vivir esto contigo, no sé cuanto nos pueda durar, no sé a qué podamos llegar, pero me gustaría vivirlo sin más, y si lo que buscas es una certeza para el mañana, ten por seguro que siento cosas muy cabronas por ti, no podría decirte, no ahorita, que te amo, porque no estoy cien por ciento segura, y no me mal entiendas, no es por ti, quiero decírtelo, quiero sentirlo por completo, pero no quiero hacerte daño, y tampoco quiero volver a mentirte, como cuando me escapaba del entrenamiento, cuando solo hacía cosas por joderte, y es que te ves tan sexy enojada, me prendes mucho, lo juro—sus ojos se tornaron muy oscuros, había un brillito especial en ellos.

—No quiero que suene vulgar, pero usted Coronel, me pone muy mal— pasó su mano derecha por su cabello de forma provocadora. —y me refiero muy mal, a muy bien— me regaló una sonrisa preciosa —por primera vez quiero saber todo de alguien, quiero entregar todo de mi, por primera vez quiero amanecer con alguien, quiero sentirme deseada, pero también querida, segura, resguardada, comprendida, no sé...—

—Quieres sentirte amada— solté sin más.

—Sí— respondió de inmediato y suspiró. —quiero sentirme amada por ti, y si me lo permites, quiero enamórame de ti, de tu obsesión por las rutinas, de tus caricias en mi piel, de tus bellas palabras, que más que abogada pareces poeta, quiero perder la razón y al final seas tú mi única razón para vivir.

La abracé intensamente, ese día supe que el amor podía hacerse con ropa, sin tocar, con simplemente mirar a la persona que adoras, con simplemente charlar con ella.

Tenía pocas certezas tan claras, por las que le diera vueltas, estaba profundamente enamorada de la hija del presidente.

Fue un capítulo corto, que reescribí durante meses, y en la madrugada de éste día, simplemente quedó como quería.

La hija del presidenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora