Capítulo 13

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LA HIJA DEL PRESIDENTE
13. Laura

Por un momento dejé de besar a Karla, leve lluvia se hizo presente en la ciudad, la mire y permaneció con los ojos cerrados, regresé mis labios a los suyos, ahí estábamos, la hija del presidente y yo, bajo las diminutas gotas de lluvia en una avenida muy transitada de Nueva York, con el panorama en contra y arriesgando la vida por conflictos que no nos competían, nada más nos podía faltar.

Unos instantes después, la lluvia alteró de más nuestras respiraciones, caminamos tomadas de la mano hasta el hotel, era extraña esa sensación, hacía ya meses que nos conocíamos y aunque tuvimos un comienzo complejo, Karla había llegado a caerme bien.

Entramos en la habitación y en seguida me fui al cuarto de baño a secar con una toalla, Karla se dejó caer sobre la cama, salí y reí al verla.

—Quiero recordarle, señorita Sánchez, que por mas mojada que esté su cama no le cederé la mía— dije jugando.

—¿no me harás un espacio?— nos miramos directamente a los ojos, un pequeño calorcito recorrió mi cuerpo.

Me limité a sonreírle y me dirigí al sofá donde estaba la ropa que habíamos comprado, elegí la que me pondría y me fui a la ducha.

Al salir me dio un poco de pena vestirme frente a Karla, al parecer a ella también porque enseguida se metió a bañar, aproveché y me vestí rápido con unos jeans, botas, playera delgada y una chamarra gris. Salí de la habitación antes que ella de la ducha, esperé algunos minutos para regresar, cuando lo hice Karla estaba vestida como yo.

—¿de donde sacaste esa ropa?— pregunté desconcertada.

—Vi que te medias la chamarra y solo tomé una de mi talla— a decir verdad, era lo único igual, sus jeans eran un poco más entubados que los míos.

—Bien— aún no sabía bien qué sucedía, estaba sobre territorio poco conocido y no quería pasarme con algún comentario.

Platicamos un rato y después abordamos un taxi para ir a cenar con sus papás. De alguna forma era extraño, de hecho muy extraño para mi.

Estaba arriesgándolo todo, apostándole a algo, a ver qué sucedía. Poco antes d reír el taxi parara, Karla colocó su mano sobre la mía, que descansaba en mi pierna derecha.

Le sonreí, ofrecí mi sonrisa mas franca para ella. El taxi aparcó y bajamos, pagué y entramos en el lugar. Ya me imaginaba la cara de todos, la hija del presidente y su agente de seguridad vestidas iguales.

—Qué guapa hija— expresó su madre al vernos llegar.

—Mamá— reprochó Karla avergonzada.

—Laura, buenas noches— me extendió la mano.

—Señora buenas noches— respondí el saludo de mano lentamente.

Sus papás nos veían raro, Sanchez con curiosidad, Carolina, su madre, nos sonreía bastante, no sé si era mi delirio de persecución o qué, pero me sentía aterrada.

Joaquín le enviaba textos a Ximena y se burlaban, yo me encontraba muy nerviosa. Cuando Sánchez empezó a hablarme de asuntos políticos, sucedió algo que nunca olvidaré.

Karla pasó su pierna sobre la mía, aprovechando que el mantel de la mesa era muy largo, sentí una corriente eléctrica recorrerme y simplemente me quedé muda.

Me limité a seguir comiendo mientras el doctor y su esposa me miraban, creo que mis mejillas comenzaron a sonrojarse. Ya de por sí era extraño que ambas fuéramos vestidas casi igual, toda la familia nos observaba con curiosidad.

Karla volvió a pasar su pierna de forma descarada sobre la mía, sabía que nos separaba la tela, y aún así sentía mil sensaciones en el vientre.

—Veo que se han hecho muy buenas amigas— la señora de Sánchez en el fondo sabía que algo pasaba, se divertía viéndome tartamudear.

—Laura es muy buena en lo que hace— Karla me salvó, creo que yo estaba muda.

—La mejor, Coronel— interrumpió Eduardo Sánchez, ese hombre que había puesto toda su confianza en mí y que no sabía que había besado a su hija en distintas ocasiones.

—Eduardo, necesito que hablemos de eso, ya no quiero ser parte del ejército— un silencio se apoderó de la mesa.

—Laura eres excelente en lo que haces, quizá fue un poco aburrido cuidar a mi hija, pero puedes comenzar en el litigio, incluso tomar el cargo de Coronel con un batallón, eres muy joven y tienes un futuro prometedor—.

—Me gustaría dedicarme a algo en lo que exponga un poco menos mi vida, ademas, mis tiempos son muy reducidos, quiero aprovechar que estaré custodiando a Karla, me gustaría que fuese mi coartada—

—Si estás decidida, adelante. Solo te digo que batallarás en cuidarla— Karla lo miró con desprecio, su relación no era del todo buena y yo estaba en medio de ambos.

Cuando estábamos de camino al hotel, sentí el impulso de acercarme a ella, sabía que no estaba del todo bien con su familia, yo decidí quedarme con ella porque algo sucedía, mil sensaciones salían de mi interior.

Tomé su dedo meñique con el mío, los entrelazamos y la miré directamente a los ojos, sonrió levemente.

Llegamos al hotel y Karla me besó en cuanto cerramos la puerta, el ruido de la lluvia amenizaba nuestro encuentro, solo las luces de la ciudad que entraban por la ventana de la habitación. Me tomó por la cintura y me acercó más a ella, su lengua se abrió paso en mi boca, jugueteamos un poco, mi respiración se alteró, coloqué mis manos sobre su cuello, empezó a caminar, nos acercamos a la cama, me aventó y caí con ella tomada del cuello, terminamos acostadas, ella sobre mi, nos besamos despacio por un largo rato, sus labios sabían a gloria.

Pasaron largos minutos mientras nos besábamos, sus manos se posaron sobre mi estómago, por su parte las mías jugaban con su cabello, Karla se separó de mí y me hizo recorrerme hacia atrás, quedé recargada en la cabecera de la cama. Hábilmente colocó una pierna de cada lado mío, eso provocó en mi columna vertebral descargas eléctricas que me indicaban lo irremediablemente excitada que estaba.

Ambas batallábamos para respirar, nos besábamos intensamente, a momentos Karla se apoderaba de mi lengua, la succionaba fuerte con sus labios, sus manos se posaron en mis hombros, para ir descendiendo por mi pecho lentamente, masajeaba mis pechos por encima de la chamarra, rápidamente bajó el cierre para quedar más cerca de mi piel, ella estaba solo con una playera delgada pues se había quitado la chamarra al ingresar al hotel.

Comenzó un lento vaivén, su cadera rozaba la mía, me estaba volviendo loca. Mi piel ardía por dentro, la necesitaba más que nunca.

La hija del presidenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora