La noche en la que todo aquello comenzó era despejada y gélida. Hacía frío, uno de los que calan los huesos y entumecen los dedos de las manos.
La pregunta que surge de estas escasas palabras es fácil: ¿qué fue exactamente lo que comenzó? ¿La historia de amor entre Ban y Jericho? No, en realidad a eso no se le puede llamar así, puesto que, si bien una de las partes sentía amor, la otra se mostraba impasible ante ese hecho. Diremos, por tanto, que aquella noche empezó la historia entre Ban y Jericho.
El viaje para resucitar a Elaine continuaba. Era completamente surrealista, pues Jericho viajaba junto al hombre que amaba para conseguir la vuelta a la vida de la mujer de la que él estaba enamorado. Era altruista y generosa, sí, pero, a veces, también consideraba que era estúpida.
¿Tenía algún sentido seguir haciendo aquello? Para colmo, había gastado todos sus ahorros pagando alojamientos y borracheras. Al principio, Ban era el único que se embriagaba, pero, en los últimos días, hastiada por el sentimiento de pesadumbre que tenía instalado en el centro del pecho, Jericho empezó a beber alcohol también.
Y esa noche allí estaban los dos, en una habitación llena de mugre y con una única cama y algo borrachos.
Con los efectos del alcohol pululando por su cerebro, Jericho se sentó en la cama y cruzó las piernas. Le hizo un gesto a Ban con la mano para que se sentara al lado de ella mientras le sonreía y los ojos le brillaban por los tragos que se había tomado de más. La manta era tosca y molestaba al tacto.
Tenía pensado irse a la mañana siguiente, porque no creía que mereciera seguir acompañándolo, porque le daba la sensación de que todo lo que sentía la estaba llevando a obsesionarse. Por eso, decidió que tendrían una última charla los dos solos.
El hombre la miró desde arriba, pues estaba de pie en el centro de la habitación. La miraba con fijeza, con asombro por sus propios pensamientos y con frustración. No estaba tan borracho, no lo estaba y, sin embargo, no podía dejar de pensar que la chica le atraía. Que, por un rato, desearía librarse de la pesada carga que la soledad le suponía y acercarse a ella.
Pero, después de eso, ¿qué?
—Ban, ¿te puedo preguntar algo?
La voz de la joven lo sacó de sus cavilaciones. Se dirigió hasta el borde de la cama y se sentó dejando unos palmos de distancia entre su cuerpo y el de Jericho. Miró hacia el frente y asintió simplemente para dar pie a que ella siguiera hablando.
—¿Qué tienes pensado hacer cuando todo esto de los Mandamientos acabe? Sé que es una pregunta un tanto difícil. A mí me gustaría hacer muchas cosas —lo último lo dijo en un susurro tenue—. Entre ellas, por supuesto, convertirme en Caballera Sagrada para demostrarle a mucha gente que sí valgo. Aunque nadie crea en mí, lo haré —finalizó, esta vez con una voz mucho más decidida.
En realidad, no quería demostrarle a mucha gente que valía, solo bastaba con cuatro personas: su hermano, cuya sombra siempre la persiguió, su padre, que fue la principal voz acusatoria que le decía una y otra vez que nunca podría alcanzar sus metas, el recuerdo de su madre, que aunque era tenue debido a que murió cuando era una niña, siempre la acompañaba y, sobre todo, a ella misma.
Jericho necesitaba urgentemente demostrarse a sí misma que servía para algo, que tenía el reconocimiento de alguien, que alguna persona, una aunque fuera, viera mucho más allá de su apariencia. Que alguien pudiera ver que estaba rota desde hacía muchos años, que no era feliz, que su vida era un sinsentido que, como una bola de nieve, se agrandaba cada vez más.
—Yo sí creo en ti —soltó Ban distraídamente, aún sin mirarla.
Lo dijo como el que habla sobre el clima, de manera despreocupada, como si no fueran palabras importantes, como si no hicieran a Jericho sentir que era trascendental para una persona en aquel mundo asqueroso que siempre la había repudiado.
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Insustancialidad
Fiksi Penggemar[Ban x Jericho] Entonces, Jericho comprendió que su vida dejó de ser normal, cotidiana y mediocre aquel día en el que conoció a Ban en la Prisión de Baste. Pero lo que hizo que se alejara para siempre de aquella insustancialidad fue el hecho de que...