Capítulo 6. Vivos

1.1K 88 96
                                    

Jericho, cielo, ven aquí.

La niña se aproximó corriendo, mientras sollozaba, gritaba y casi pataleaba por lo que le acababa de suceder.

¿Qué es lo que te ha pasado? le preguntó su madre con amor.

Esos niños se están riendo de mí. Dicen que las niñas no podemos luchar como ellos.

Alzó la vista y vio la sonrisa radiante de su madre. Jericho, de unos tres años de edad por esas fechas, no entendía el gesto de su progenitora cuando le estaba contando algo tan grave y serio.

Cielo comenzó a decirle mientras sacaba un pañuelo de su bolsillo y le limpiaba con cuidado las lágrimas, tú puedes hacer lo que quieras en la vida. Porque eso va a ser precisamente lo que te hará libre.

En ese momento, Jericho compuso una mueca de extrañeza. Realmente no comprendió las palabras que su madre le acababa de decir. Sin embargo, se quedarían grabadas a fuego en su mente y en su alma y las entendería años después en su totalidad y profundidad, recordándolas con más frecuencia de lo que podría llegar a imaginarse.


La puerta abriéndose sin cuidado provocó un sonido sordo al chocar contra la pared. Jericho la había abierto bruscamente, ya que no podía hacerlo de otra forma, debido al peso que estaba aguantando sobre su hombro.

Ban, con el rostro pálido, algo mareado y dejando un reguero de sangre por donde pasaba, estaba apoyado contra el cuerpo de la mujer, que lo había sostenido todo el camino hasta su pequeña casa. Le había costado bastante, eso no lo podía negar, pero no era la primera vez que lo cargaba —la otra fue sobre su espalda— y recordaba bien que en aquella ocasión otro ligero peso más también los acompañaba. Eso no era nada para ella.

—No deberías... haberme traído así... —susurró el bandido a trompicones, como las pocas fuerzas que tenía le permitían.

Había tenido heridas mucho peores en el pasado, incluso antes de obtener la inmortalidad; el problema era que la infección se estaba expandiendo con rapidez y facilidad, provocándole una alta fiebre que le estaba haciendo perder algo de su fortaleza y también de su consciencia.

—Cállate ya —le reprochó Jericho mientras lo tumbaba en su cama, observando como la sábana blanca se teñía por un lado de rojo.

La mujer de cabello lila empezó a dar vueltas inquieta por la habitación, sin saber realmente qué hacer.

La culpa cayó sobre sus hombros como una pesada losa. Estaba segura de que se convertiría en una dura carga el hecho de haberlo herido. Lo veía ahí, en su cama, jadeando, sudando, completamente febril y se le rompía el alma.

Ella era así; no podía ver a las personas que amaba sufriendo porque eso la lastimaba más que estar herida, que estar triste o desamparada. Porque sí, aunque llevara un tiempo negándoselo a sí misma, aún seguía amando a Ban.

Era curioso que aquel hombre produjese una escala tan amplia y variada de reacciones en su interior; desde el odio más profundo y ponzoñoso al amor más puro y libre. Y eso solo hacía que se detestara porque no quería que su vida girara en torno a una figura masculina que no la había sabido ver nunca.

InsustancialidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora