Capítulo 8. Seguir fingiendo

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«I don't feel it anymore.
The house I bought is not a home.
Together we are so alone.»

Hardest to love, The Weekend.


—¿Está Stephanie?

Solo dos palabras, esas dos escuetas palabras había usado Ban a modo de saludo en aquella tarde en la que había decidido que no podía aguantar más.

Durante algunas semanas, había estado alejado tanto de Jericho como de su hija porque estaba intentado resolver sus pensamientos ansiosos sobre cómo debería acabar su relación con Elaine. Sin embargo, todavía no lo había logrado y el sueño de una nueva vida con la persona a la que amaba y con la hija que ambos tenían juntos se veía lejano y casi imposible.

Aunque esa barrera solo se encontraba en su cabeza; había sido creada exclusivamente por él, era inexistente en el exterior de sus pensamientos y ni siquiera tenía sentido seguir edificándola y reforzándola tanto.

El problema era que no se sentía bien con ninguna de las posibilidades que tenía ni consigo mismo tampoco. El corazón le gritaba con fuerza que la opción correcta era dejar a Elaine y empezar de cero con Jericho, pero eso tendría consecuencias. Básicamente, se trataba de que el hada se quedaría sola. ¿En qué posición la dejaría? ¿Debería volver al Bosque del Rey Hada, del que él mismo le había asegurado que la rescataría para que jamás volviese? Eso la haría infeliz y por supuesto Ban no quería ese sentimiento para alguien que había significado tanto en su vida.

Sin embargo, si continuaba en esa relación que estaba ya herida de muerte y sin posibilidad de recuperación, no estaba seguro de que su estabilidad mental aguantara mucho más. Y, por supuesto, eso significaría defraudar —de nuevo, como ya había hecho en incontables ocasiones— a Jericho. No quería, por nada del mundo, ver un brillo decepcionado otra vez en sus ojos color miel.

Todo era complejo, tanto que había decidido a no verla hasta que arreglara todos sus problemas, pero no había podido evitar acudir a su casa aquella tarde. Porque la amaba y anhelaba con insistencia que ella le diera el consuelo que su alma necesitaba, que lo reconfortara y le dijera que todo iría bien.

Jericho, por su parte, también había interpretado que Ban por fin había cumplido la promesa que le hizo la última vez que se vieron y que ahora, sus ojos carmesíes solo la veían a ella, solo la tenían en cuenta a ella. Y, en ese momento, no se podía sentir más feliz. Sentía que había nacido para vivir esos momentos junto a Ban.

—No, está con Guila en...

—Bien —interrumpió Ban mientras entraba en la casa.

Sin mediar palabra alguna más, posó sus manos en las mejillas de Jericho y la besó, deslizando su lengua de vez en cuando por la superficie de sus labios.

Ban expresaba mucho con sus besos que con cualquier palabra o cualquier gesto y, en aquella ocasión, le resultaron a Jericho demasiado ansiosos, pero, en cierto modo, lo entendía. Después de que se dejaran llevar por lo que deseaban tras esa extraña batalla que terminó con una herida bastante fea para Ban y con la confesión implícita de los sentimientos de ambos, no habían tenido ni una sola interacción más.

Ella también lo había echado de menos, pero sí era cierto que se había sorprendido mucho de que hubiese irrumpido así en su hogar. No había habido más saludo que la pregunta de si Stephanie se encontraba allí y eso le producía un ligero desasosiego, como un mal presentimiento producido por esa actitud y que acechaba a su bienestar.

Sin embargo, a medida que Ban la iba besando y acariciando, aquella sensación pasó. Porque, pronto, las ansias se convirtieron en pasión desmedida, en gemidos placenteros y en amor desbordante. En caricias de labios y lenguas que le decían a Jericho que lo que el hombre de ojos rojizos sentía era genuino y puro.

InsustancialidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora