Capítulo 5. La batalla

1.1K 85 112
                                    

Con el olor de las especias inundándolo prácticamente todo, Elaine iba recorriendo el mercado con parsimonia aquella mañana de sábado en la que se había despertado temprano. Se había despedido de Ban antes de salir, aunque ni siquiera sabía si la había escuchado, pues parecía que aún dormía, y se había marchado a hacer la compra.

No sabía bien qué hacer para recuperar lo que tenían. Pensaba que a Ban le hacía falta volver a Liones para darse un baño de nostalgia, afecto y seres queridos, pero llevaban instalados en su nueva casa más de tres semanas y su mirada con brillo de pérdida no se iba.

Intentaba hacer las cosas bien, ser cariñosa, cuidarlo, pero él se veía distante, no pasaba mucho tiempo en casa, alegando que estaba en la taberna con Meliodas, y cuando estaban juntos sus conversaciones eran cortas, triviales y casi carentes de significado.

Hacía algún tiempo que se preguntaba a sí misma si se seguían amando, si ella lo amaba, si la chispa y la complicidad del principio de su relación se podía aún avivar.

Tal y como él lo hacía en su cabeza y sin ser consciente de aquella extraña conexión de pensamientos, se autoconvencía de que aquel sentimiento entre ambos era indestructible. Todas las parejas tienen malas rachas, al fin y al cabo, y ella tenía tanto que agradecerle al bandido que no se imaginaba pasar el resto de sus días sin él. Era así de simple.

Le debía todo a Ban, pues fue el único que alguna vez estuvo interesado en ella por quién era, no por beber el agua de la Fuente de la Juventud —aunque ese fuese su propósito inicial—, sino que había sido capaz de ver detrás de su rostro aniñado, de ver que necesitaba consuelo, cariño y libertad. Eso se lo debería por siempre y, quizás, ese era el único resquicio al que podía aferrarse para continuar con esa relación que era puro desgaste, pero de la que ninguno de los dos podía desprenderse.

Tal vez, se estaban haciendo daño, tal vez sufrían en silencio, con los secretos de un amor herido de muerte escondidos, pero, de momento, ni Ban ni Elaine eran conscientes de que aquello era irrecuperable y de que en la vida del Pecado de la Codicia acababan de entrar de nuevo remembranzas de otros tiempos que lo llevarían a cuestionárselo absolutamente todo sobre su pasado, su presente y su futuro.

De todas formas, el hada se había propuesto salvar la relación, salvarlo a él y también salvarse a sí misma, hacer todo lo que estuviese en su mano para que todo volviera a tomar el curso preestablecido que llevaba. Porque todo tenía que ser como debía ser, pero la imposición sin sentido de algo a veces desgarra el alma y quiebra el ánimo y las ganas de seguir adelante. Sin embargo, ese hecho era algo que ambos estaban dispuestos a afrontar y asumir.

—Deme de eso también, por favor —pidió en uno de los puestos, mientras la muchedumbre y el ruido de la ciudad le rebotaba en la espalda.

Miraba de vez en cuando a su alrededor, todavía sin poder creerse que viviera en un sitio tan bullicioso. Estaba acostumbrada a las afueras, a los bosques, a la tranquilidad y al aire puro. No le disgustaba excesivamente aquel nuevo ambiente, pero tampoco le entusiasmaba vivir lejos de la naturaleza. Tendría que acostumbrarse y estaba segura de que, con el tiempo, lo haría.

Mientras observaba su nuevo entorno, vio en la lejanía, caminando por el mercado, una cabellera de color lila familiar. Esa era Jericho, de aquello no cabía duda alguna. Siempre recordaba a aquella chica con cariño. Era buena, era altruista, era pura y sencilla y los salvó a ambos, incluso salvó a Ban de ella misma cuando volvió a la vida y le puso los pies en la tierra, haciéndole ver que era un sinsentido que le estuviera atacando.

Esa ocasión fue un golpe de realidad duro para ella porque se dio cuenta de que aquella chica humana amaba sinceramente al bandido, de que probablemente lo haría feliz si estuvieran juntos y de que había dejado todo atrás por él, para acompañarlo en la búsqueda infinita para recuperar su vida, a pesar de que era consciente de que eso la iba a lastimar.

InsustancialidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora