Capítulo 4. Frente al espejo

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—Elaine, ¿dónde dejo esto?

La voz del hombre retumbó en el vacío de la habitación, mientras sostenía la última caja de la mudanza entre sus manos sin saber dónde ponerla exactamente.

—¿Elaine? —gritó ligeramente para que pudiera escucharlo—. ¿Dónde estás?

—Voy, voy.

Ban se sentó con pesadez en el sillón, uno de los pocos muebles que estaban colocados en su sitio correctamente.

Habían vuelto por fin a Liones. Después de cinco años viviendo alejados del pasado, ya no habían podido aguantarlo más. La soledad compartida en la que estaban instaurados les había quebrado la voluntad y, finalmente, habían decidido regresar con los suyos. Después de todo, sus mejores amigos, su familia misma, estaban en la ciudad y ambos los necesitaban.

—¿Qué pasa? —preguntó el hada cuando llegó a la habitación mientras se sacudía la ropa, que estaba ligeramente llena de polvo.

—Nada, quería saber dónde dejo esa caja —dijo señalándola.

—No sé, llévala al dormitorio y ahora la colocamos. Tengo que abrirla para ver qué es.

Elaine se quedó observando el semblante hastiado del hombre. Desde hacía tiempo que se le veía cansado, apático, sin mostrar absolutamente ninguna sensación o emoción. Era todo lo contrario de lo que había llegado a ser en el pasado, cuando se enamoraron y vivieron aquella trágica historia de amor y dolor inconmensurables. Las cosas habían cambiado mucho con el paso del tiempo, que muchas veces es demoledor para las relaciones.

—Ban, ¿estás bien?

No. No estaba bien. Nada estaba bien y desde hacía mucho tiempo. Ya no sentía nada igual. Las risas cómplices, los silencios cómodos, la cercanía o las miradas dulces y amorosas eran a esas alturas irrecuperables. Los años los habían desgastado a ambos irremediablemente, haciendo que su relación se situara en la monotonía más absoluta.

—Claro que sí. Solo estoy algo cansado de la mudanza -mintió.

De todos modos, ya era un experto en mentirse a sí mismo y a los que lo rodeaban, ¿qué más daba una vez más?

Todo era completamente incorrecto. Llevaba cinco años de su vida con el alma malgastada, recordando en sueños efímeros la mirada de Jericho, pero no la del odio y la humillación de la Prisión de Baste o de su segundo enfrentamiento, no la amorosa y con vergüenza del viaje para recuperar a Elaine, no la de amargura y tristeza del entierro de Gustaf o del día de la primera despedida, en la que se suponía que su feliz vida comenzaría para no acabar nunca, sino otra. Concretamente, se le venían a la cabeza una y otra vez los iris mieles indiferentes del último encuentro en el Boar Hat.

Esa mirada se le clavaba cada día un poco más hondo y realmente ni siquiera entendía el porqué.

¿Qué sentido tenía experimentar aquellas sensaciones? Si siempre la había ignorado, había rechazado sus cándidos sentimientos, si lo lógico era seguir su guión preestablecido en el que la dama desamparada persigue al chico problemático para darse de bruces con la realidad de que su amor nunca será correspondido porque su corazón ya está ocupado por otra persona.

¿Por qué todo había tenido que cambiar tanto?

Esa realidad, con mucha frecuencia, le aplastaba las ganas de seguir fingiendo que todo iba bien y parecía ser que Elaine se había dado cuenta. Lo que el bandido no sabía era si ella se sentía tan hastiada de esa relación como él, porque no se atrevía a preguntar.

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