Capítulo I: Preludio del cataclismo

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Cuando un líder es cegado por el poder hasta el punto de solo brindar desgracias a los que un día lo llevó a la cima, se le abriran los ojos al pueblo a pesar de los primeros indicios de corrupción que la mayoría callaba para salvarse y ahora callan para manterse con vida mientras que los demás huyen a un nuevo mañana que no les será prometido pues sus cabezas serán llenadas de plomo antes de escapar. Esta fue la suerte de Molohaq, un país completamente irreconocible por el mundo, por ello nadie del exterior interrumpía contra la dictadura de aquel país, sin embargo si el crimen fuese reconocido igual no habría movimiento pues si no han logrado casi nada por Honk Kong ¿qué harían por el pequeño país caribeño con menos de quinientas mil personas? ¿qué harían por un país que no tiene comunicación con el exterior?

Todo el desequilibrio ocurrió cuando el presidente modificó a su favor la constitución política sin haber concenso de la asamblea y sin previo plebiscito de la población. No tardó ni una hora cuando los pocos incorruptos del país se levantaron a protestar y entre ellos se hacía destacar una robusta mujer de piel morena besada por el sol, bellísimos ojos grandes de color esmeralda, larguísimo cabello castaño y rizado atrapados en una trenza, su belleza no era lo que la hacía destacar sino su fuerte y valiente actitud delante de la policía quienes intentaron disolver el nacimiento de la protesta. Sin embargo nadie daba paso atrás y nuestra comerciante llamada Caoímhín tampoco se rendía hasta que comenzó la lluvia de balazos, los protestantes comenzaron a caer y las calles comenzaron a teñirse de rojo.

Caoímhín quedó petrificada por unos segundos hasta que un muchacho la tomó de la mano con brusquedad y corrió prácticamente arrastrándola, ella recapacitó y forcejeaba para lograr soltarse, ella deseaba ayudar a los heridos pero era una misión sui...

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Caoímhín quedó petrificada por unos segundos hasta que un muchacho la tomó de la mano con brusquedad y corrió prácticamente arrastrándola, ella recapacitó y forcejeaba para lograr soltarse, ella deseaba ayudar a los heridos pero era una misión suicida, detenerse ya de por sí era un completo peligro y el muchacho la convenció en seguir huyendo puesto que ella tenía que sobrevivir ya que en casa la esperaban sus dos hijos y ella no podría dejarlos solos luego de que su compañero de vida se había marchado.

En un lapso de casi tres horas la capital -conocido como el primer districto- se había convertido en un caso total y a pesar de ello Caoímhín logró llegar a su hogar con sus dos hijos y estos la recibieron con un mar de lágrimas pues la creyeron muerta luego de verla en las noticias de los canales no oficialistas. Luego de su emotiva reunión Caoímhín ordenó cerrar la casa y luego de eso se encerraron en la habitación principal a observar lo que ocurría a través de la televisión sintiendo una enorme ola de impotencia en los corazones de las féminas, el menor solamente observaba a su madre y hermana en silencio, él lo único que podía pensar era que ya no podría estudiar más y que su futuro profesional se había acabado.

Los tres primeros días Caoímhín ni sus hijos salieron de casa sin embargo la madre tuvo que ir a su pequeño puesto situado en el único mercado que había en la capital, en su camino notó que ya no existía la alegria en las calles y fue reemplazado por gente del ejército intimidando a los habitantes. Caoímhín logró llegar a su puesto sin ser reconocida pues aparte de militares, habían policías llevándose a cualquiera que miraba fijamente a alguien de autoridad, Caoímhín estaba que en cualquier momento estallaría contra aquellas marionetas del gobierno, pero lo único que la mantenía a raya era pensar en sus hijos. Ella no dejará que nadie la separe de sus hijos.

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