Prólogo

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Desperté.

Sí, de manera muy extraña yo desperté en una sala de emergencias con las enormes y llamativas luces sobre mi rostro, golpeando fuertemente mis ojos.

¿Por qué? Es la única pregunta que recién invade mi mente..., ¿Por qué estoy aquí? ¿Por qué las personas se gritan unas a otras mientras me llevan en esta camilla de sábanas azules? Quiero hablar, pero de mi garganta no sale otra cosa más que quejidos y una que otra palabra mal formada.

—¡Hija! ¡Hija!

—Señora, por favor aguarde

—¡Suéltame! ¡Suéltame! ¡Tengo que verla!

—Señora, por favor

Desearía saber de dónde provienen esos gritos, solo alzo de manera muy lenta mi cabeza para guiarme a esa voz, me percato de una mujer mirándome con lágrimas en los ojos y un médico reteniéndola de las caderas.

¿Quién es ella?

—¡Hija! ¡Hija!

La mujer implora y patalea e incluso amenaza al doctor frente a ella, pero... sigo sin sentir empatía pues, no recuerdo nada. Siento ese leve punzón de dolor atravesando mis costillas, mi piel, mi cerebro, cada parte de mi cuerpo se tensa cuando recién reacciona al daño. Todo es tan borroso que apenas puedo comprender la situación.

En un intento por salir de mi desorbite, miré de manera profunda a los médicos sobre mí, estaban desesperados, corriendo a toda velocidad conmigo de un pasillo a otro.

—¡Abran la sala de emergencia ya! ¡Apresúrense! —grita el hombre castaño con una barba bien definida y ajustada a su barbilla

—¡Perdió demasiada sangre! ¡Rápido! —responde la chica a mi costado izquierdo

—Señor Miller—un hombre de complexión robusta y estatura baja se acerca corriendo con papeles en mano hacia el doctor castaño de mi lado, miro su rostro pálido, cubierto de ciertas gotas de sudor en su frente y mejillas—se registró otro paciente, el incident-

—¡Pues haga lo que sea necesario señor Philip! —grita el médico con desesperación sobre mi cuerpo—¡Tengo que atender a esta chica!

—S-Sí señor—balbuceó el hombre robusto y se detuvo en seco, mirándome con pena e impotencia, al igual que el resto de personas en el hospital

Pero ¿Por qué? ¿Por qué estaba yo aquí? ¿Qué me ha pasado? Mi respiración se acortaba con la mascarilla de oxígeno en mi boca, sentí un dolor tremendo en el pecho y juro por Dios que las luces de las que tanto hablan cuando vas a morir comenzaron a invadir mis ojos. Mis párpados se cansan conforme más avanzamos por los pasillos del enorme, aromático y fresco hospital.

—Nena—me dice la enfermera, dándome unas palmaditas muy pequeñas en mis mejillas—nena, por favor no te duermas, vamos a llegar

Tragué saliva con dificultad. Tenía un nudo en mi garganta, lo sentía áspero, doloroso e irritante. Como si hubiera consumido alguna bebida tóxica o algo por el estilo, no sé qué era, pero estaba segura de que desgarraba mi garganta como ninguna otra cosa.

Mis párpados lentamente caían al igual que mi ritmo cardiaco, suspiré con pesadez y lentitud.

—¡Nena! ¡No duermas!

Pero no hice caso, pues mi cuerpo solo se relajó al mismo tiempo que mi respiración. Pronto sentí calidez invadir desde la punta de mis pies hasta las ligeras, finas y largas pestañas que cubrían mis ojos color... no lo sé, no recuerdo ni siquiera cómo, ni quien soy.

¿Estás escuchando ahora?

Abrí de manera instantánea mis ojos, no del todo, pero de manera muy tenue. Pues esa voz me sacudió de manera drástica el pecho al igual que mis sentidos. En definitiva, esa voz no era ni del médico, ni de la enfermera, sino de alguien más, pero ¿quién?

Parecía como un deja vú, pues en lo más profundo de mi alma había algo que reconocía esa voz con total claridad, o al menos, luchaba por recordar de quién era.

—No te duermas de nuevo—grita la enfermera y escucho como unas enormes puertas se abren de par en par, al mismo tiempo que los médicos comienzan a sacar los aparatos de emergencia, sus herramientas impecables y relucientes ante las luces de esa enorme lámpara sobre mi cabeza—ya estás aquí, solo resiste cariño

Sus palabras de alguna manera me dieron la fuerza necesaria para apretar los puños y darme nuevamente esas ganas de...

Seguir luchando por mi vida.

Cuando dije eso en mi cabeza, un sentimiento de melancolía inundó mi pecho de manera indescriptible, pero ¿por qué?

—¡Apresúrate Miller! —grita la chica de cabellera rubia mientras se acerca a mí, con un semblante lleno de determinación en lugar de angustia

—¡Ya voy mujer! —el doctor castaño solo se coloca los guantes de látex con desesperación ante los reclamos de la rubia

—Hagas lo que hagas—me dice la enfermera morena de ojos azules—no te duermas... ¿sí? Tienes que luchar por tu familia y amigos ¿okay?

La miré con pesadez, la sustancia pronto recorrió cada rincón de mi cuerpo, relajaba mis tendones como cuerdas desatadas, se incrustaba en cada una de mis células y sus ojos me abrazaron en calidez.

—Debes ser fuerte ¿sí? —besó mi frente y se alejó

Mi último recuerdo en aquella sala fue verlos a todos corriendo de un lado a otro, mis sentidos apagándose conforme la anestesia perforaba mi cuerpo y, sobre todo, esa voz que volvió a resonar en mi cabeza segundos antes de que colapsara.

¿Estás escuchando ahora?

35 días contigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora