Día 38

86 9 2
                                    

—¿Cuáles vas a llevar? —dijo Annette

—Sigo pensando... aún no encuentro algunas que me gusten... —resoplé de mala gana. —pensé que Cassie podría escogerlas, pero ha estado ocupada

Ella sonrió, dándome palmaditas en el hombro.

—Llevas trabajando aquí tanto tiempo con mis abuelos y sigues siendo tan indecisa con las flores, cielos...

—Soy bastante torpe, ¿qué esperas?

Me miró burlona.

—Y es por eso que le gustas mucho a Adrien

—¡Annette!

—Sin problemas, yo te acepto

Suspiré, mirándola un tanto apática.

—No es broma del todo Bridg —dijo haciendo un puchero. —pero mira, puedes ir al jardín y buscar las que más te agraden, mis abuelos vendrán más tarde y si alguna no te convence ellos te ayudarán

—De acuerdo...

En cuanto salí al jardín y contemplé lo extenso que era, además de las flores a mi alrededor, el sentimiento nostálgico volvió a oprimir mi pecho como si de papel gastado se tratara. Acaricié las rosas mientras caminaba, leí las notas bajo las macetas desgastadas y lo bonito de todo aquello era que las orquídeas estaban en su máximo esplendor, los tulipanes finalmente habían retoñado y estaban listas para ser transferidas al jardín. Por fin podían ser parte del paraíso multicolor que las aguardaba con cariño. Sin embargo, capturó mi atención el laberinto de árboles frondosos, siempre había tenido curiosidad por ir, pero no sé porque nunca lo hice... a diferencia de otras veces, hoy sentí que algo me llamaba. Que debía ir y presenciar algo. Fue extraño, pero hice caso a mis pensamientos.

El pequeño desliz del viento similar a una melodía me hizo detener en seco. Se escuchaba como violines y una orquesta de hojas sepias caídas. Escuché con atención ese ligero silbido... pensaba que estaba alucinando, pero realmente era una melodía. Como si pianos y violines se unieran para crear una sinfonía perfecta, una que derritiera el corazón. Avancé hacia el laberinto, dudosa por si llegaba a perderme, pero mi angustia no significaba nada siempre y cuando siguiera el sonido. Cuando llegué al centro abrí los ojos de par en par, pues había un gran prado cultivado por dos flores. Eran demasiado bellas, aunque era inusual ver la mitad de uno y otro conectados entre sí, sembrados en un mismo lugar. Me divertí un poco cuando vi que había un pequeño espantapájaros sonriente, hecho de paja, con un overol desgastado y de facciones adorables plantado junto a ellas. Elliot me dice que los espantapájaros son guardianes de jardines y esas cosas, aunque nunca me mencionó que había uno aquí en el centro. Menos que cuidaba este sitio tan abandonado.

—Qué hermosas... —di pasos hasta acercarme al par de flores principales y acaricié los pétalos de cada una en cuanto me hinqué frente a ellas. —¿Cómo pudo crecer un prado de girasoles y narcisos aquí atrás? ¿Las habrá plantado Annette?

¿Puedes prometerme que seguirás cuidándolas aunque yo no esté?

Mis manos se detuvieron en seco. Ese pequeño desliz del viento susurró en mi oído esas palabras, no sé por qué... pero mis ojos se tornaron tristes, llenos de nostalgia. Una sonrisa hermosa se dibujaba en mi mente, era la de Yadiel. Sonreí algo melancólica, las flores frente a mí me recordaban tanto a él.

Siempre creo que hay memorias que aún no logro recuperar, no después de mi amnesia. Y aunque a veces eso es frustrante, algo dentro de mí me dice que todo está bien. Por las noches siento como si alguien me cuidara y me dijera que ya no importa... que mientras esté feliz y siga adelante, no temerá. Es una sensación extraña... lo sé, pero me hace feliz. Suspiro mientras el viento acaricia y seca mis mejillas con frialdad, como si intentara acariciar mi rostro.

35 días contigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora