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𝒕𝒓𝒆𝒔 𝒂 𝒖𝒏𝒐

Venus Dragna, nombre de la guitarrista principal de Medaxe, grupo musical de heavy metal; una mujer que desde pequeña supo que no estaba destinada a ser alguien más del rebaño común. Desde adolescente mostró aptitudes para la música y cierto desdén por romper las reglas y los estereotipos. La familia Dragna de por sí no era muy normal, eran de origen francés y habían quedado atrapados en Wittenberg tras la primera guerra mundial, después les fue imposible volver a Francia tras las medidas aplicadas a la débil Alemania. Los Dragna fueron creciendo, rodeados de malas lenguas, pero sobre todo con demasiadas diferencias y choques entre culturas. Sin embargo, tras la caída del muro se habían reunido todos, deseaban irse con el resto de la familia a Lyon, y aquella noche de Navidad sirvió de escusa para planear el retorno a casa.
     —No olvides llevar la cerveza, Antoine —dijo la abuela Florence recostada en el viejo sillón mismo que su esposo le había comprado desde España antes de que todo se fuera al carajo, la vieja calaba humo de su cigarrillo y tosía fuertemente, la belleza y vitalidad francesa que alguna vez tuvo se habían esfumado desde que su esposo había muerto en las protestas del 50—. Si algo voy a extrañar de este país es la buena cerveza... Y las salchichas, no nos olvidemos de las salchichas.
     —Abuela, apaga eso, por favor —suplicó Venus, la más joven de los Dragna. La abuela Florence se sentía orgullosa de la belleza que su nieta tenía; cabellos oscuros ondulados, ojos verdes y labios carnosos y rosados; su rostro circular con esas mejillas sonrosadas traían a la memoria de Florence las matryoshkas tradicionales con las que jugaba de niña—, pareces una chimenea humana.
     —Fille, fille, siempre tan preocupada —canturreó la abuela con la voz ronca y apagó el cigarrillo contra el reposabrazos del sillón—. ¿Cuándo vas a dejar de preocuparte por mis pulmones? Niña, son míos, no tuyos.
     Antoine, el hermano mayor de Venus regresó con una caja llena de reservas de cerveza, por alguna razón la abuela creía que podía pasar con eso al aeropuerto.
     —¿Podríamos tomar unas cuantas cervezas, abuela? —preguntó Antoine tímido, aunque era muy parecido a su hermana, la abuela lo detestaba por ser tan irritable e inmaduro—. Venus se va en la madrugada a ese concierto.
     La abuela pasó sus temblorosos dedos por su mentón arrugado, sus cabellos ya habían perdido color y sus ojos azules se oscurecían cada vez más; estaba ya muy vieja y temía morirse en tierras desconocidas, extrañaba el calor de los campos franceses y su casa con terrenos de cultivos, había sido arrancada de su tierra natal a los nueve años; necesitaba volver a casa y también beberse un par de cervezas, en dos días irían a Francia y los nervios no le sentaban bien porque creía que se podía morir antes de si quiera pisar ese famoso avión comercial.
     —Destapa unas cuantas, pero no le des a la fille, no quiero que vaya a tener un accidente.
     —Yo no conduciré abuela, Otto vendrá por mí —dijo Venus.
     Al día siguiente en la noche su grupo daría un concierto en Bremen, sería la primera vez que tocaban en ese lugar, después de todo ya podían moverse libremente por el país.
     —Entonces pásame esa cerveza y prepárame un pedazo de tocino, garçon.

     Otto, el mejor amigo de Venus, se pasó por la casa de los Dragna a eso de la una de la madrugada. Para ese entonces la abuela estaba tan dormida como una cuba con un hilo de saliva escurriendo de sus labios y la mitad de una cerveza en su mano. Roncaba tan fuerte que ningún integrante de la familia fue capaz de soportarla.
     Otto era el baterista de Medaxe, conocía a Venus desde la adolescencia y habían tenido uno que otro roce de jóvenes. Sus brazos estaban llenos de tatuajes y su rostro estaba adornado por varias perforaciones. Venus salió a recibirlo a lado de sus padres, estos últimos llevaban la maleta de su hija.
     —Señores Dragna, qué gusto verlos —saludó Otto, se inclinó y besó la mano de la señora Dragna.
     —Hola, Otto —saludó alegremente la madre de Venus, aquel joven le agradaba demasiado por mostrar su rebeldía.
     —Gisler —saludó el señor Dragna con reserva, nunca le agradó ese joven.
     —Venus, ¿nos vamos?
     Venus miró hacia atrás, en la sala yacía su numerosa familia de la que ya se había despedido secamente, luego miró a sus padres.
     —Ve cariño —dijo su madre con una sonrisa.
     El resto de la familia no quería mucho a Venus por el camino que había tomado, ¿música metal? ¡Qué escándalo! Y pensar que Venus de veintitantos había optado por seguir una carrera musical y dirigir a una de las bandas de metal recientemente más reconocidas desde el '87. Para los Dragna era un escándalo, pero para la abuela y los padres de Venus era una alegría ver a su hija feliz junto a otros cuatro chicos persiguiendo su sueño de conquistar el mundo.
     —Lamento mucho no pasar año nuevo con ustedes —se disculpó Venus.
     —Descuida, cariño. Ve y conoce al mundo.
     Después de una corta despedida, Venus y Otro subieron al auto. Venus miró de reojo la casa familiar y después a su maleta como si esta contuviera suficientes recuerdos. Tras la caída del muro, los integrantes de Medaxe estaban más que decididos a crear mayor influencia en América, aunque habían ido contadas ocasiones al otro lado del mundo, no era lo mismo ahora que se admitía el nuevo régimen capitalista; ¡las cosas que podían hacer con esas nuevas libertades! Ya nadie los iba a censurar más. Después de dar el concierto en Bremen se irían a Nueva York y Venus presentía que esa ciudad tenía mucho que ofrecerles.
     —Gerard habló hace rato con Perry —dijo Otro con la vista fija en las oscuras calles de Wittenberg—, la venta de boletos en Nueva York fue un éxito. Se agotaron dos horas después de anunciar el evento, ¿puedes creerlo?
     Venus se quedó sin habla. América sonaba prometedor después de tres álbumes lanzados a la venta. Había sido difícil, ¿quiénes querían escuchar música metal de adolescentes mal entrenados? Pero resultó ser que su vocalista, Gerard Engel, embelesó al mundo con su voz tal como lo hizo James Hetfield. Aunque vendían pocos discos en América, la juventud alemana los amaba por darle ese toque de rebeldía a tan corta edad, ¿quién iba a pensar que su carrera musical empezó a los 15 años?
     —No puedo creerlo —comentó emocionada.
     —Y no sólo es eso, nos han invitado a una fiesta después del concierto. Estarán grupos famosos y novatos —añadió Otto con más emoción en su voz—. 1993 será un buen año para Medaxe.
     Eso creían ellos dos, pero la verdad era que Nueva York tenía muchísimo más que ofrecer.
     Antes de que amaneciera llegaron al aeropuerto donde los estaba esperando su representante, Perry, una mujer alta de cabellos dorados que los había conocido en una caza de talento, en cuanto vio a los chicos tocar en un destartalado sótano supo que tenían mucho que ofrecer.
     —Justo a tiempo —dijo Perry mostrando su blanca dentadura, aquella mujer amaba la pulcritud y siempre vestía trajes blancos—. El resto los está esperado.
     Otto bajó la maleta del coche y se adelantó al aeropuerto dejando atrás a las dos mujeres.
     —¿Cómo te sientes, Venus? —preguntó Perry tomando del hombro a su pequeña guitarrista. Venus la miró confundida—. Venus, hablo de eso último que me contaste... acerca de tus sentimientos.
      Venus suspiró sin muchas ganas. Al no tener con quien hablar en aquella semana recurrió a la mujer que les había abierto las puertas de una discografía, creyó que ella tendría la sabiduría suficiente para aconsejarla en sus problemas, pero no fue así. Venus se sentía estancada y atrapada; desde adolescente estuvo al pendiente de la banda y de la amistad con los chicos, pero ella quería algo más; quería conocer a otros chicos normales que se interesaran en ella simplemente por ser ella y no por ser la guitarrista de un importante grupo. Aunque Gerard, el vocalista, le había confesado su amor de una manera romántica y original, ella no podía corresponderle; él era muy atractivo para el público femenino y a Venus le gustaba, pero sólo eso, nunca lo vería con ojos de amor. La misma situación se repitió con Otto y los celos de los dos por Venus se hicieron presentes y terminaron por dividir a la banda por un pequeño tiempo, eso le dejó mucho qué pensar a Venus ya que si el resto continuaba viéndola con ojos de amor la banda terminaría por desintegrarse y fue por eso que ella prohibió cualquier tipo de relación más allá de una amistad-hermandad dentro de la banda. Para Otto y Gerard no sonó demasiado bien, pero gracias a eso pudieron seguir adelante haciendo música. Desde ese entonces Venus se sentía vacía de amor y estaba demasiado triste por eso.
     Perry analizó su rostro como si acabará de leer la mente de la chica. Asintió levemente y la llevó al aeropuerto.
     —¿Sabes? En Nueva York hay demasiadas personas, te prometo que conocerás a alguien —animó Perry, pero ni eso fue capaz de sacarle una sonrisa a Venus; claro que conocería a muchos, pero seguramente a nadie a quien amar—. Te lo prometo. Recuerda mis palabras cuando conozcas a ese alguien.
     Las dos se dirigieron a la sala de espera, ahí estaba el resto de la banda: Otto Gisler, el baterista; Joshua Blitz, el bajista; Pierre Dubois, como segundo guitarra y tecladista; y Gerard Engel, el vocalista. Los cinco se reunieron y se saludaron como de costumbre. Venus vio que todos habían cambiado un poco después de no haberse visto por dos meses. Joshua estaba más delgado y alto, el cabello le había crecido tanto que le llegaba por debajo de los hombros, había cambiado sus viejas playeras grises por camisas y un grueso abrigo de invierno. Pierre estaba radiante, con sus cabellos dorados rizados y una bufanda roja, con el abrigo negro que usaba parecía un vampiro muy bello. Pero quien resaltaba más era Gerard; había perdido más peso y se veía atlético, su cabello oscuro había crecido y estaba desordenado, sus ojos color avellana estaban radiantes y sus labios rosados. Venus tuvo que sonreírle a Joshua para tratar de disimular su sonrojo e impresión al ver el rostro bien hecho de su compañero.
    —¡¿Están listos para Bremen?! —exclamó Perry emocionada y un tímido “sí” salió de la boca de cada uno—. Ay, pero qué amargados.
    —Bremen es sólo el calentamiento, lo mejor está por venir con Nueva York —dijo Pierre.
    —Entonces vayamos rápido a ese avión que les he conseguido a menos que estén dispuestos a conducir seis horas a Bremen.

VENUS | 𝙍𝙞𝙘𝙝𝙖𝙧𝙙 𝙆𝙧𝙪𝙨𝙥𝙚Donde viven las historias. Descúbrelo ahora