Capítulo 7

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Narra Sol.

Era sábado por la mañana. Tal cual le prometí a mi jefe, hoy tenía que ir a trabajar. Por suerte sería el último día de ello. Digamos que no se tomó muy bien la noticia. Por suerte, Robert se metió por en medio e impidió que me hiciera algo dado al enfado que llevaba encima.

Entré en el bar y saludé a mi amiga.

-Hola, Sol-imitó ella.

Me puse mi uniforme y me dispuse a preparar las mesas y todo lo necesario para ese día.

Estaba hasta arriba el bar. Entre mi compañera y yo no dábamos abasto. Entonces, entró un hombre y yo me dirigí a la puerta.

-Buenos días. ¿Qué desea tomar?-Pregunté con la libreta en la manos.

-Quiero hablar con su jefe, si no le importa. Tenemos asuntos que tratar-respondió el hombre.

-Lo lamento, pero no va a ser posible. Él está en un cumpleaños muy importante y no está presente. Mi compañera y yo nos estamos ocupando del negocio-dije.

Lo cierto es que no me esperaba todo esto. El hombre se sorprendió y salió del establecimiento malhumorado.

Estuve trabajando toda la mañana sin descanso. El bar estaba hasta las trancas. Mi compañera se fue, pues el resto de día me tocaba a mi. Me había quedado sola con un negocio que estaba hasta arriba de gente.

Terminé de recoger todas las mesas y eché todos los cacharros a lavar. Se había vaciado, debido a que eran las 14:15 p.m. y la gente comía fuera.

La puerta se abrió justo cuando estaba fregando. Llevaba la mitad de los cacharros. Me enjuagué las manos y salí para atender.

Eran las 23:30 p.m. y todavía tenía una mesa entera llena de hombres. Eran cinco en total. Llevaban desde hacía dos horas bebiendo y tomando sin parar. Aún me pedían más. Era imposible.

Un de ellos me llamó. Yo me acerqué.

-¿Si?-Quise saber.

-Queremos otra ronda-pidió el mismo hombre que me había llamado.

-Ahora mismo-acepté.

Me fui a la barra y les saqué lo que habían pedido.

-Necesito que sean conscientes de que el bar cierra a las 00:00 a.m. y tenéis que pagar estas trece rondas de cerveza que habéis tomado-dije quince minutos después.

Todavía me estaban pidiendo otra ronda. Había recogido todo el lugar, lo único que faltaba era la mesa en la cual estaban todos.

-De eso nada. Da tiempo a una ronda más. Además, invita la casa, moza-dijo uno de los hombres borracho.

-De eso nada. Habéis tomado catorce rondas de cerveza y las tenéis que pagar, tal cual han hecho los otros clientes-negué seriamente.

¿De qué iban estos?¿Irse sin pagar? De eso nada. No es justo y necesito dinero. Además de que si mi jefe se entera de este hecho, me iría muy mal. Aunque, mirando el lado bueno, por fin me había deshecho de ese trabajo tan horrible.

Mi teléfono sonó. Era el Robert, desde hace dos días, casi tres, mi novio. Sí, eso he dicho. Robert y yo nos habíamos declarado y éramos novios.

-¿Diga?-Contesté.

-Buenas noches, Sol. Te llamaba para recordarte la cita de mañana a las once-dijo Robert.

-Sí, claro. Gracias por avisarme. Hablamos mañana, ahora mismo estoy algo ocupada-acepté.

Miraba mientras tanto a los cinco hombres de la mesa.

-Sí, claro. ¿Estás trabajando todavía? Son casi las doce-dijo Robert sorprendido.

-Lo sé. Y sí, estoy despachando a cinco hombres que están más borrachos que una cuba, y que dicen que invita la casa para largarse sin más. Es asqueroso-me quejé.

-Tranquila, espérate ahí que voy a recogerte. ¿Has dicho borrachos? Por dios, Sol. Tíralos ya de ahí, no quiero que tengas problemas-comentó Robert.

-Ya, gracias, Robert. Te espero aquí. Estoy en ello-terminé-. Te quiero.

Y colgué el teléfono.

-Se acabó. Ya es la hora de cerrar, señores-interrumpí su plática.

-De eso nada. Se acaba cuando nosotros queramos. Sírvenos otra ronda, muchacha-ordenó uno de ellos.

-He dicho que no. Marcharos del lugar, es la hora de cerrar-negué firmemente.

-¿A qué esas prisas, querida? Estamos de fiesta, guapetona-habló un segundo.

-No es prisa. Es la norma del bar. Son las doce de la noche y, por lo tanto, está cerrado-concluía.

Fui a la barra, cogí la cuenta y la dejé en la mesa.

-¿Qué es esto, muchacha?-Preguntó un tercero.

-Eso, señor, es la cuenta. No habéis pagado las rondas de cerveza-expliqué de mala gana.

-¡De eso nada!¡Invita la casa!-Gruñó un cuarto hombre.

-Nadie ha dicho eso. Tenéis que pagar como todos los demás clientes-protesté.

Entonces, sentí una mano pellizcarme el culo. Y salté. No lo dudé ni un segundo. Le di un bofetón al único que todavía no había hablado.

-¡No me toques!-Ordené enfadada.

-¿O qué?-Quiso saber el.

-¡Vaya, hombre! La felina ha sacado sus garras-habló el primero de todos.

-O llamo a la policía-dije.

-Vamos a calmarnos, moza. No lleguemos a tanto. Solo estamos divirtiéndonos-habló el tercero.

-Pues lo hacéis fuera. Esto es un lugar público y ya he dicho que paguéis y os vayáis que está cerrado-me enfadé.

Me estaban sacando de mis casillas. Los cinco se levantaron de la mesa a la vez y se acercaron a mi. Yo retrocedía. Todos ellos llevaban una cuchilla en sus manos.

-¡Guardaros eso!-Ordené.

-¿Y si no queremos?-Preguntó el segundo.

-Mi novio es doctor y viene a buscarme. Se dará cuenta de todo lo que hagáis-solté.

Ellos soltaron una carcajada estruendosa y uno me agarró de la mano izquierda. Estuve forcejeando con él hasta que la puerta del bar se abrió y entonces uno de ellos me agarró apuntándome con la cuchilla. Los otros se la habían guardado.

-¡Dejarla en paz o llamaré a la policía!-Gruñó Robert mirándome con preocupación.

Y se sacó el teléfono del pantalón. Puso el número de la comisaría en pantalla y dijo que si no me dejaban y se marchaban del lugar, marcaba el número y la policía vendría a por ellos.

Los hombres obedecieron y salieron del bar. Robert corrió hasta mi y tras ver que no me había pasado nada, me cambié, cerré el bar y nos fuimos en su coche.

Me dejó en mi casa, nos despedimos con un beso en los labios y tras esto, entré en mi casa cerrando tras de mi.

Él arrancó el coche y se fue hasta su casa.

Continuará....

Dificultades existentes para ser feliz (Robert Pattinson y tú)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora