12. Dolores del pasado

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—¿Qué?

—Ti... tie... tienes... que... es... es... esca... par...

—¿Qué tengo que escapar? ¿Por qué?

—Aquí... ha... hay... pe... pe... pe... peligro...

Cuando dijo eso, Cariel comenzó a llorar.

«¿Pero qué...?»

Tenía que salir de ahí. No tenía que hablar con ese sujeto. Pero la curiosidad me mantenía ahí.

—Es... es... que... te... ha... hará... da... daño...

Yo tenía la mano en la pistola, sin sacarla.

—No... no... pue... puedo... con... tar... contarte... lo... que... ocurre... Es... dema... dema... demasiado... pa.. pa... pa... para... mí...

«¿Qué hago ahora? Este tipo está loco...»

—To... toma...—dijo, secándose las lágrimas y sacando algo de su bolsillo—es... es... pa... pa... pa... pa... para... la... ha... habitación... de... Cha... él... se... se... le... cayó...

Me entregó una llave.

—¿Pero qué...? ¿Cha...? ¿Te refieres a Charles? ¿Por qué querría entrar en el cuarto de Charles?

—So... so... solo... haz... hazlo... y... corre...

—Está bien...

Salí del baño. No aguanté la situación. Era todo tan raro. Me guardé la llave en el bolsillo.

«¿Qué será esta llave? ¿Por qué me la dio?»

En ese momento, necesitaba un cigarro. Saque uno y comencé a fumar en el patio, sola.

«¿Habrá algo malo con todo? ¿Qué está ocurriendo?»

Me calmé. Concluí que no iba a hablar más con Cariel, era demasiado raro. Tal vez, solo estaba loco y no sabía de qué hablaba. Respecto a la llave... no sabía qué hacer con ella.

Fuimos a almorzar, fue un momento relajante. Lo genial fue que Cariel no me habló en toda la comida.

Luego subí a mi cuarto a echarme una siesta. Dormí como dos horas. Cuando me desperté, me puse a pensar en lo que había hecho hasta ahora, en todo lo que había vivido.

Empecé saliendo de mi casa en bici, luego hice tonteras sola en la ciudad, me encontré con Terencio en el hotel, huimos de los monstruos, que se supone eran falsos, conocimos a Rocío, la salvamos, nos fuimos a Viento y terminamos aquí, con más sobrevivientes. ¿Habré hecho todo las decisiones correctas?

También me pregunté que habrá ocurrido con todos. ¿Estarán vivos? Y si es así, ¿dónde están? Ninguno de los de la mansión tenía alguna idea de lo que había pasado. Tal vez nunca lo sabremos...

Justo en ese momento, Terencio entró. Mi corazón comenzó a latir más deprisa.

—¡Hola Amanda!

—Hola Terencio—dije, fingiendo como que no me afectaba su presencia.

—¿Estabas durmiendo, cierto? ¡Se nota demasiado!

—Sí—dije, riendo un poco.

Él se sentó en una silla que estaba por ahí. Yo seguía tumbada en la cama. Se notaba con ganas de conversar.

—Sabes, revisé está mansión y me acordé de que tenía un amigo con mucho dinero, que vivía en una casa similar, ¡era genial!

—¿Ah, sí?

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