10. Encuentro

10 3 4
                                    

—A ver si comprendo Amanda, ¿me estás diciendo que a esa escopeta, de la que nunca te despegas, le dices la "favorita de papá"?—preguntó Terencio, con su típica sonrisa gigante en el rostro.

—Pues sí. Cuando íbamos con mi papá a cazar al sur, él siempre usaba esa escopeta. Él la adoraba, decía que era un arma perfecta.

—¡Guau! ¡Por eso sabes disparar tan bien!

Habíamos partido por la mañana y ya no faltaba demasiado para el anochecer. Rocío estaba viendo el paisaje por la ventana, mientras escuchaba música con sus audífonos.

—¿Sabes Amanda? Con mi papá solo hablábamos de las historias de las tribus. Intenté varias veces interesarlo por la trigonometría, pero siempre fallé.

—Ah... ¿sí...?—contesté, sin saber que responder.

—Sí. De todos modos siempre lo pasaba bien con él. ¿Tú, Amanda, cómo te llevabas con tus padres?

«¿Mis padres? Exceptuando a mi papá cuando íbamos a cazar, ellos nunca me entregaron tanta atención...»

—Pues... no lo sé... ¿No estás cansado Terencio? Llevas manejando por un buen rato.

Terencio dejó de sonreír por un momento y se concentró totalmente en conducir al escucharme.

—Estoy bien.—contestó.

No me gustó su respuesta. ¿Había hecho algo malo?

Luego de una hora, más o menos, llegamos a Viento.

—Llegamos.—dijo Rocío, sacándose los audífonos.

Comenzamos a adentrarnos en la ciudad. Era muy moderna y urbanizada. Los edificios eran mucho más altos de lo normal. Había autos y vehículos abandonados. Cuando estábamos recorriendo el lugar, intenté fijarme si había vegetación y lo único que vi fue el musgo que se formaba en las casas por la falta de personas.

—Está bien, para.—ordenó Rocío—Ahora, toca la bocina. Así se percatarán de nuestra presencia.

Terencio hizo caso. El claxon comenzó a retumbar en la ciudad.

Entonces...

«Ahí están...»

Cuatro personas, armadas, comenzaron a acercarse a nosotros: el que lideraba el grupo era un hombre muy alto, con cabello a rulos. Aunque daba miedo solo verlo, parecía simpático. A su izquierda había una chica con gafas y pelo negro bastante corto. Más atrás había otro hombre de pelo largo. Parecía estar muy tenso. Por último, una niñita rubia, de unos 10 años aproximadamente, los acompañaba.

No tengo claro el porqué, pero cuando vi a esta gente, mi corazón empezó a latir de forma inusual. Me paralicé por un momento.

Rocío fue la primera en bajarse. Abrazó a la chica mayor, ignorando que estaba armada. Ella respondió bien. Cuando terminó, Rocío hizo una señal para que nos bajásemos.

«Aquí vamos otra vez...»

—¡Les quiero presentar a unos amigos! ¡Se llaman Amanda y Terencio!

—¡Hola!—dijo Terencio.

—¡Hola Terencio! ¡Hola Amanda!—respondió el hombre gigante—¡Me llamo Charles, un gusto!

El sujeto nos dio un apretón de manos.

«Este hombre, Charles, me agrada... Pero eso no es razón para confiar todavía...»

OlvidadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora