8. La cabeza faltante

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El trío de Scotland Yard, compuesto por los detectives Connor Prouds, Geoffrey Towel y Willie O'Brien llegó al Hotel Luxemburg, en pleno centro de la ciudad de Londres, por la mañana. Mostraron sus credenciales a los hombres de seguridad de la puerta y entraron. Allí se encontraron con un hombre cuya edad debía rondar los treinta o treinta y cinco años. Tenía el caballo castaño y rasgos finos. Muy simpáticamente se acercó al trío de investigadores.

—Deben de ser ustedes los detectives, ¿o me equivoco? —interrogó con una sonrisa.

—No, no se equivoca usted —contestó el joven Connor seriamente—, somos los detectives más competentes de Scotland Yard, y probablemente del mundo.

El detective Towel, que era un anciano, miró a su compañero con cierta gracia. O'Brien le echó un vistazo inexpresivo al joven.

—Pues me alegra mucho oír eso, porque estamos todos muy preocupados por la desaparición del señor Friday Squirrel, y estoy muy seguro de que ustedes podrán ayudarnos. ¡Ah, por cierto! Mi nombre es Wayne Cod, soy el recepcionista de este espléndido hotel —dijo el señor Cod.

—Pues mucho gusto, señor Cod —dijo el joven detective sin mucha simpatía—. Estamos al tanto de que el señor Friday Squirrel lleva unos tres días desaparecido.

—¡Sí, exacto! ¡Y el pobre hombre no llegó a estar un día alojado en este hotel! —contestó el señor Cod—. Es algo muy misterioso, detectives. En su habitación sigue estando su maleta y todo, he ordenado que nadie toque nada hasta que apareciera el hombre. Pero el señor Squirrel nunca apareció, al menos hasta ahora.

—Sí, y por eso nos han enviado a nosotros —dijo Connor con cierto orgullo—. Nosotros le encontraremos a ese hombre en menos de lo que usted espera. Vivo o muerto.

El recepcionista del hotel se quedó casi paralizado al oír la última oración.

—Bueno, pues espero que lo puedan encontrar ustedes vivo —replicó casi con gracia.

—Haremos hasta lo imposible —dijo Connor seriamente.

—Lo extraño es que nadie lo vio salir, al menos eso aseguran los hombres de seguridad que están en la puerta. Es como si hubiera sido tragado por la tierra. Su hermana, la señora Marika Squirrel, ¡no tienen idea de lo preocupada que está! Ella trabaja aquí mismo, en el hotel.

—¿Ah, sí? ¿Ella trabaja aquí? —preguntó el detective O'Brien, que tenía muy baja estatura, con notable interés.

—Sí. Como sabrán ustedes, el Hotel Luxemburg es un hotel muy artístico —comentó el señor Cod con cierto orgullo—. La señora Squirrel es, en efecto, artista. De hecho, su hermano también era artista.

Es artista —corrigió O'Brien con absoluta inocencia—, pues aún no ha muerto. O al menos no por ahora.

El señor Cod se rio nerviosamente.

—Claro, tiene usted razón, es artista. Pues, la señora Squirrel trabaja en el museo del hotel —dijo. El trío de detectives lo miró con curiosidad—. Sí, así es, este hotel tiene una gran sala a la que llamamos museo donde pueden ustedes ver esculturas, cuadros, entre otras cosas.

—Ya veo —dijo Connor mientras subía y bajaba la cabeza, sin mucho interés—. Señor Cod, ¿podría enseñarnos la habitación del señor Squirrel, por favor?

—Sí, claro, por supuesto —dijo el recepcionista—. Síganme, por favor.

Dicho esto, el señor Cod dio media vuelta y se dirigió a las escaleras. Subió dos pisos con los tres investigadores siguiendo sus pasos. En el tercer piso, pasó por al lado de varias puertas hasta que se detuvo en la 322. Abrió la puerta con tranquilidad y se hizo a un lado para que los detectives ingresaran. Cuando estuvieron los tres adentro, ahí fue cuando se sumó él.

El Detective O'Brien Resuelve Diez Nuevos CasosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora