9. El rayo divino

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El trío de detectives de Scotland Yard, compuesto por el joven Connor Prouds, el anciano Geoffrey Towel y el diminuto Willie O'Brien, entró en el pequeño pueblo llamado Cato Village, al este de Londres, por la tarde. Connor iba adelante con un papel en su mano, se trataba de la dirección de la casa de la familia Wardrobe. Se dirigían allí porque la muchacha Venus Wardrobe había desaparecido lo noche anterior, como si se la hubiera tragado la tierra. Era una desaparición que se daba en el marco de varias desapariciones misteriosas en ese mismo pueblo.

Connor golpeó la puerta principal de la casa y en un minuto un hombre bajo y robusto, que tenía un bigote con una forma de lo más particular, abrió la puerta con expresión de preocupación en su semblante.

—Buenas tardes, ¿son ustedes los detectives de Scotland Yard? —preguntó.

—Sí, los mismos —contestó el joven detective con cierto cansancio.

—Venga, pasen.

El hombre se hizo a un lado y el trío de detectives entró en la casa. Allí se encontraron con una mujer a la que saludaron.

—Soy Betty Wardrobe —dijo la mujer muy apenada—, la madre de Venus.

—Y yo soy Leonardo Wardrobe, el padre —se presentó el hombre—. Por favor, pónganse cómodos.

Los tres detectives se sentaron en las sillas que rodeaban la gran mesa de madera que se encontraba en la sala de estar.

—Señores —dijo Connor con seriedad—, ¿qué podrían decirnos sobre la desaparición de su hija?

—Mire, deben estar ustedes al tanto de que en este pueblo han ocurrido ya varias desapariciones y todos estábamos muy preocupados, sólo que nunca pensamos que podía pasarnos a nosotros —dijo el señor Wardrobe en tono lamentable—. Nuestra hija fue a la capilla del pueblo a confesarse, y luego nunca más la volvimos a ver. De esa misma forma se han producido las otras desapariciones, así que ya no tenemos dudas de que el pastor tiene algo que ver en todo esto.

Connor frunció el ceño y miró al hombre con atención.

—¿A qué se refiere con que de esa forma se han producido las otras desapariciones? —preguntó.

—Que, según lo que hemos oído y conversado con otros habitantes del pueblo, los desaparecidos eran personas que iban a confesarse a la capilla y luego nunca más volvían a aparecer —contestó el hombre. La mujer, que estaba sentada a su lado, no hacía más que subir y bajar la cabeza.

—Ya veo. ¿Y nadie ha conversado con ese pastor? —interrogó el joven detective.

—Sí, ¿se cree usted que no se nos ha ocurrido? Hemos ido a verle algunas veces, nosotros dos y todos los familiares de personas desaparecidas. Pero ese hombre no hace más que negarlo todo y, al ver la gran cantidad de personas que somos, se niega a hablar con nosotros y manda cerrar las puertas de la capilla. ¡No tiene idea lo furioso que me pongo cuando recuerdo eso! ¡Ah! También el pastor ha dicho que él sólo oía la confesión de los desaparecidos y que luego estos se iban de la capilla sin más, y que si desaparecían es porque había algún secuestrador en serie o algo por el estilo.

—¿Y no podría ser eso posible? Me refiero a lo del secuestrador en serie.

El señor Wardrobe se sorprendió un poco por la pregunta del joven y se quedó pensativo por un momento. Luego cruzó una mirada con su esposa y contestó:

—Bueno, si le soy sincero, nunca hasta ahora había pensado en eso. Para mí el pastor siempre mintió hasta ahora, pero si usted dice que podría ser una posibilidad...

—Lo que yo diría —habló de la nada el minúsculo detective O'Brien—, es que si se tratara de un secuestrador cualquiera, ¿por qué haría desaparecer a sus víctimas justo cuando estas salen de la capilla, luego de confesarse con el pastor? Pues se me figura que tal secuestrador podría hacer su macabro trabajo en cualquier momento y en cualquier lugar.

El Detective O'Brien Resuelve Diez Nuevos CasosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora